En una ceremonia cargada de solemnidad, rodeado de rosas y claveles llevadas especialmente de Colombia a la sede del ayuntamiento de la capital noruega, Juan Manuel Santos recibió ayer el Premio Nobel de la Paz, por sus esfuerzos para acabar con el histórico conflicto con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC).
Con el símbolo de una pequeña paloma blanca prendida en su saco oscuro, el presidente colombiano recibió el galardón "en nombre de las víctimas" que dejó el conflicto y aseguró: "La guerra que causó tanto sufrimiento y angustia a nuestra población, a lo largo y ancho de nuestro bello país, ha terminado". En otra intervención aseguró que "hay una guerra menos en el mundo".
Santos, bogotano de 65 años, le dedicó la distinción a los negociadores del gobierno y de las FARC que semanas atrás pusieron fin a un conflicto de 50 años que causó 260.000 muertos. Le sucede en el palmarés al Cuarteto para el Diálogo Nacional en Túnez, que fue distinguido el año pasado por sus esfuerzos por llevar la tranquilidad a su país tras 52 años de conflicto armado.
"El verdadero premio es la paz de mi país. ¡Ése es el verdadero premio!" exclamó el presidente colombiano.
En la repleta sala del ayuntamiento de Oslo se hallaba una delegación colombiana de decenas de personas, entre familiares, funcionarios de gobierno y representantes de las víctimas del conflicto.
Entre ellos, escuchaban atentamente el discurso de Santos la ex candidata presidencial Ingrid Betancourt y la representante de la Cámara, Clara Rojas, ambas secuestradas en 2002 por la guerrilla de las FARC y liberadas en 2008.
En mitad de su discurso, el presidente colombiano pidió a las víctimas del conflicto, presentes en la sala, que se pusieran de pie para recibir una ovación de homenaje de los asistentes al acto.
"Con este acuerdo podemos decir que América, desde Alaska hasta la Patagonia, es una zona de paz", dijo el presidente de Colombia al recibir el premio tras el proceso de paz iniciado en octubre de 2012 con la guerrilla de las FARC.
La distinción se convirtió en un impulso para que las partes hicieran modificaciones al pacto, cuyos términos originales fueron rechazados en un plebiscito a inicios de octubre, menos de una semana antes del anuncio del premio. El acuerdo, logrado después de cuatro años de negociaciones en Cuba, permitirá que unos 7000 combatientes de las FARC dejen las armas y conformen un partido político.
En un pasaje de su discurso, Santos instó a "replantear la guerra mundial contra las drogas" porque "no se ha ganado, ni se está ganando".
Como Colombia es el país "que más muertos y sacrificios ha puesto" en esta guerra, "tenemos autoridad moral para afirmar que luego de décadas de lucha contra el narcotráfico, el mundo no ha logrado controlar este flagelo", afirmó,
En virtud del acuerdo alcanzado por el gobierno con las FARC, la guerrilla "rompe cualquier vínculo con el negocio de las drogas" y se compromete a "combatirlo", pero "el narcotráfico es un problema global y requiere una solución global", añadió Santos.
Esta solución debe partir, según él, "de una realidad inocultable: la guerra contra las drogas no se ha ganado, ni se está ganando". Y puso un ejemplo: "No tiene sentido encarcelar a un campesino que siembra marihuana cuando -por ejemplo- hoy es legal producirla y consumirla en 8 estados de los Estados Unidos".
Para el colombiano la forma en la que se lleva a cabo la lucha contra el narcotráfico "es igual o incluso más dañina que todas las guerras juntas que hoy se libran en el mundo. Es hora de cambiar de estrategia".
Por el Nobel de la Paz, Santos recibirá 8 millones de coronas suecas (871.000 dólares), que el mandatario donará a las víctimas del conflicto con las FARC.
El joven llanero que asistió a la ceremonia
A sus 23 años, un sencillo joven del departamento del Meta, en la región central de Colombia, cumplió un sueño que no estaba entre sus planes: estuvo presente en la ceremonia de entrega del Premio Nobel de la Paz al presidente colombiano.
Y no estuvo en un salón contiguo al escenario principal, ni tampoco en una sala de prensa, sino que se sentó en el Oslo City Hall, el teatro donde se realizó la ceremonia central. No se trata de un destacado diplomático, tampoco un político influyente, ni mucho menos un familiar del mandatario colombiano.
Es un simple llanero, como se llama al habitante de esa parte de su país. Se trata de Jhoan Sebastián Hurtado, uno más de tantos voluntarios anónimos de la Cruz Roja en la región del Meta que por más de seis años ha trabajado en ese organismo de socorro, pero que a fuerza de persistir, a comienzos de este año, terminó en un programa de intercambio en Noruega.