Santo y seña - Por María del Rosario Ramallo

“Santo y seña” es sinónimo de “contraseña” o “seña secreta”, imprescindible para acceder a algo oculto para el común de la gente.

Santo y seña - Por María del  Rosario Ramallo
Santo y seña - Por María del Rosario Ramallo

Todos entendimos qué quiso decir el hombre cuando, para permitir el ingreso al lugar de alguien de afuera, le pidió ‘santo y seña’; sin embargo, el mensaje no fue claro para el extranjero que nos acompañaba puesto que sabía el valor significativo de ‘santo’, por un lado, y de ‘seña’, por el otro, pero no lograba descifrar qué significaba la expresión unida. Antes de hablar de esta frase, vamos a detenernos un poco en las acepciones que puede tomar el adjetivo ‘santo’.  La primera que nos da el diccionario académico es que se le atribuye esta cualidad a quien es perfecto y está libre de toda culpa, virtudes no fáciles de reunir: “Fue un hombre santo a lo largo de toda su vida”. En el mundo cristiano, se le llama ‘santa’ a la persona que fue canonizada por la Iglesia: “Esa monja ha sido declarada santa y se le rinde culto universal”. El adjetivo, muchas veces usado como sustantivo, se puede atribuir a una persona que lleva una vida ejemplar y virtuosa, es generosa y comprensiva y da el ejemplo con sus acciones: “No me da ningún trabajo pues se comporta como un santo”. Si se refiere a una cosa, ha de significar que está especialmente dedicada o consagrada a Dios: “La Santa Misa será concelebrada”. Pero también se le llama ‘santa’ a una cosa que trae mucho provecho: “La santa lluvia salvó la cosecha”. Otras veces, se coloca delante de un sustantivo para enfatizar su significado: “Se pasó protestando toda la santa mañana”. La otra posibilidad es que se diga de algo que es ‘santo’ porque posee cierta virtud para la curación de alguna enfermedad: ‘hierba santa’.

En la religión católica, se denomina ‘santo’ al día del año en que una persona celebra la festividad del hombre o mujer canonizados, cuyo nombre ha tomado: “Hoy 30 de agosto es tu santo, Rosa”.

Carácter generalmente despectivo tienen los adjetivos relacionados con ‘santo’, como ‘santón’/ ‘santona’, ‘santurrón’/ ‘santurrona’ y ‘santulón’ / ‘santulona’. Si usamos ‘santón’, podremos atribuir esta  cualidad a cualquier persona que lleve una vida austera y penitente, aunque no profese la religión cristiana; mucho más frecuente es su uso coloquial para atribuirlo a un hombre hipócrita que aparenta santidad o a la persona, ya entrada en años, muy autorizada o muy influyente en una determinada colectividad: “La primera persona que conocí, al llegar al pueblo, fue don Emilio, un santón que aparentaba ser creyente, pero que lo único que hacía era dominar a sus vecinos”.

Un ‘santurrón’, término igualmente despectivo, es quien se muestra muy exagerado en los actos de devoción y que es totalmente hipócrita y gazmoño, al fingir escrúpulos y virtudes que no posee. El término ‘santulón’ es nada más que una variante de ‘santurrón’: “No te dará ni una moneda para la colecta pues es un santurrón que vive de apariencias”.

Fuera de estos adjetivos, existe un homónimo de ‘santón’, que solamente funciona como sustantivo masculino y que nombra al hombre que se consagra a una religión y vive en un lugar apartado y solitario, haciendo sacrificios y dedicándose exclusivamente a Dios: “Ese santón vivía recogido en la montaña”.

Dediquémonos a las frases que pueden formarse a partir del uso de ‘santo’; en primer lugar, la que da el título a la nota, ‘santo y seña’. Los diccionarios definen la locución como sinónimo de “contraseña” o “seña secreta”, imprescindible para acceder a algo oculto para el común de la gente, pero conocido por un determinado grupo.

Signo de mala suerte e indicadora de tal es la frase ‘ponerse/volverse el santo de espaldas’; en cambio, si de una persona no nos podemos fiar, a pesar de su bondad aparente, diremos que es un ‘santo de pajares’. Cuando no conocemos con qué motivo o para qué fin se realiza algo, podremos usar la locución ‘a santo de qué’: “No entiendo a santo de qué vienen tantos cuestionamientos”.

Hay dos locuciones verbales de sentido similar, que se utilizan para indicar que alguien se apropia de todo, tanto de lo suyo como de lo ajeno: “Fue un funcionario muy deshonesto, pues se alzó con el santo y la limosna” y “El muy sinvergüenza cargó con el santo y la limosna”. Si una persona es exagerada en la devoción de las prácticas religiosas, se dice que ‘se come los santos’.

Suele ser costumbre de algunas personas arreglar un asunto echando a perder otro; en tal caso, la locución apropiada es que ‘desnuda a un santo para vestir a otro’. Y si se busca una buena ayuda para poder enfrentar un peligro o para lograr algo que se avizora difícil, la locución adecuada es ‘encomendarse a buen santo’.

Suele definirse el estado de celibato de una mujer por medio de la expresión ‘quedarse para vestir santos’, en clara alusión a la conducta de aquellas mujeres que, en otra época, en otros entornos culturales y por estar solteras, podían dedicar su tiempo a menesteres religiosos.

Si una persona es deudora de múltiples acreedores, se dice de ella que ‘a cada santo le debe una vela’, en clara alusión a la costumbre cristiana de encender velas a distintos santos, ya para pedir favores, ya para agradecerlos; la capacidad de adaptarse a situaciones diversas se puede apreciar en el refrán español ‘a la medida del santo son las cortinas’, en que se puede aludir tanto al tamaño de las prendas físicas que se agrandan o achican de acuerdo con el talle del interesado, pero, sobre todo, a la posibilidad de ser más o menos flexibles según las situaciones que se vayan  presentando.

Muy ilustrativo de los mezquinos intereses humanos es el refrán español ‘Al pasar el río: ¡Ay santito mío!; pero ya pasado, santo olvidado’, en que se aprecia la falta de agradecimiento a quien nos ha brindado ayuda.

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