Santa María de Oro es un pequeño poblado rural, 6 kilómetros al Este de Rivadavia, que creció a orillas del río Tunuyán y atravesado por un carril principal.
Allí, entre viñedos y frutales, están su iglesia, sus barrios y el club; hay un destacamento, casas con patio, sombra en caminos de tierra y escuelas, pero tiene una curiosa particularidad: una de cada 10 personas conoce el oficio de injertador y trabaja de eso: de mezclar plantas para sacar al resultado un mejor provecho.
Esa característica, ignorada fuera del pueblo, hace del distrito un lugar único en la provincia y por eso, hace días, la Legislatura reconoció a Santa María de Oro, como "Capital de los injertadores", un proyecto de la diputada Liliana Pérez, que se asombró al conocer que en un poblado de casi 2.000 habitantes, 200 son injertadores: "Santa María de Oro exporta injertadores que son contratados para trabajar en otros departamentos y provincias. Las firmas los buscan para sus plantaciones y también cruzan a Chile para trabajar en viñedos trasandinos", cuenta la legisladora.
"En Santa María de Oro debería haber una calle con el nombre de don Salvador Di Prima, pero por ahora esa calle no existe y es una lástima que no se le haga un homenaje a ese inmigrante italiano que llegó a estos pagos en los años ‘30 y que divulgó el oficio", explica Dante González, que aprendió a los diez años y que a sus casi 70, encabeza una cuadrilla de 20 personas, que en días puede injertar 65.000 plantas de una finca.
Explica que un injertador precisa del atador que, juntos, forman una unidad de trabajo y que el primero no es nada si el segundo no hace bien su parte.
Cambios
Desde que Di Prima inició a los primeros injertadores, el oficio no ha cambiado mucho y aunque hay nuevas técnicas, mejores herramientas, la esencia del trabajo es la misma.
En Santa María de Oro hay 200 injertadores de distintas generaciones: jóvenes que negocian sus primeros trabajos y otros con experiencia, como don Bruno: hombres mayores con décadas de oficio y la vista entrenada, porque a un buen injertador le alcanza con ver la estaca para anticipar si la yema 'prenderá' o no.
"En este pueblo, están los grupos más grandes de injertadores de la provincia y posiblemente de los mejores", dice don Bruno. "Pero también y como ocurre en todo, hay algunos 'chastrines', gente que sólo va detrás del dinero".
Chastrines
- Y a la hora de contratar, ¿cómo se diferencia uno del otro?
- Un chastrín le va a cobrar barato pero sus injertos son malos: no prenden o prenden menos de la mitad o después se secan. Pero lo barato sale caro y cuando la macana ya está hecha, el productor lo llama a uno para resolverlo.
El injertador suele cobrar por planta y también por acompañar luego el desarrollo de su trabajo y aquél que tiene oficio, también se tiene confianza para garantizar de antemano su tarea: "Haciendo bien las cosas, el porcentaje de éxito no baja de un 98%".
Muchos de ellos trabajan en cuadrillas pero otros, casi en solitario; están los generosos que recomiendan el trabajo de un colega y los que acaparan encargos; hay de los que tienen amor por lo que hacen y los que sólo van detrás del dinero. "A un buen injertador lo reconoce ahí nomás porque habla de plantas todo el tiempo y con cariño", opina José, vecino del pueblo, que en el patio tiene injertadas a un sarmiento, tres variedades de uva.
Aunque son muchos, no hay una cooperativa o gremio que los represente: "Alguna vez se quiso armar algo con ayuda del Concejo Deliberante pero no prosperó", dice Hugo Villanueva, acostumbrado a hacer trabajos en el campo y también en viveros. Explica el hombre que en las viñas los injertos siguen la moda o el negocio que impone algún varietal: "Hubo épocas en que la uva cereza valía un montón y otros años en los que se tomaba mucho vino blanco. Siguiendo esas modas contratan nuestro trabajo", explica y aclara que también se injerta para rejuvenecer plantas añosas y sumar producción o para aprovechar 'el pie' de una planta, ya adaptado a un terreno y condiciones desfavorables.
Siempre habrá motivos para injertar y trabajo todo el año: "Cuando era pibe estaba de moda la uva criolla y todos injertaban eso. Yo pensaba que en algún momento se iba a acabar y que ahí nos quedaríamos sin trabajo. Mi papá me dijo entonces, tranquilo, siempre va a ser necesario un injertador y tenía razón el viejo", cierra Dante González.
Las estacas son la clave del éxito
Hay distintas técnicas de injerto y aplicar una u otras tiene que ver con el objetivo que se persigue, con las condiciones del terreno y claro, con las plantas sobre las que se va a trabajar.
El éxito de la tarea siempre está relacionado con la buena elección de las estacas, portadoras de la nueva planta, y saber elegir es una práctica que sólo da la experiencia: "No debe ser muy tierna, luego hay que curarlas y guardarlas a temperatura y humedad adecuadas. En esas condiciones, una estaca puede prender hasta después de un año de haber sido cortada", según explican.
Si bien toda planta se puede injertar, el éxito en algunas de ellas es más sencillo de alcanzar y así, el durazno parece ser la planta más fácil de injertar mientras que el pistacho, por ejemplo, suele requerir más experiencia.