Como en el resto de la provincia, los vecinos de San Carlos también intercambian comentarios sobre la falta de lluvia. Pero en tierras de la Tradición esta preocupación no queda sólo en palabras. Enfrentando temperaturas bajo cero y demostrando que puede convivir lo popular y lo sagrado, este domingo más de cien personas revivieron la antiquísima tradición de San Vicente en un puesto sobre el arroyo La Salada.
Después de una jornada de fiesta y oración, se ofrecieron al Santo rosarios, misas y procesiones en igual medida que tonadas, bailes y brindis y se lo roció con vino. Al final de la tarde, llegó el momento de la verdad. Tras el enterratorio del Santo -se sepultó momentáneamente la imagen- y en una especie de asamblea pública, los participantes del ritual acordaron darle "15 días de plazo para que suelte el agua".
Es de mala fe preguntar qué pasará si las precipitaciones no aparecen. Los lugareños hablan indirectamente de prórrogas, de 'saber esperar' y de continuar en oración. Lo que sí constituye un pacto tácito es que, apenas caigan las primeras gotas del cielo, los sancarlinos deberán organizar una fiesta igual o mayor para pagarle al 'Santito' tanta gratitud y por ser expeditivo.
En ese rincón del desierto sancarlino, una misma plegaria unió a distintas culturas. Se mezclaron las rogativas de los pueblos originarios, las alabanzas que brotaban de las guitarras y pañuelos de los gauchos, los rezos del rosario y la misa católica, la oración de los cristianos y las plegarias a la Pachamama.
Fue el padre Gerardo Aguado, de la parroquia San Juan Bosco de Eugenio Bustos, el que recogió esta inquietud del pueblo en las misas. "La gente manifestaba la necesidad de hacer un San Vicente para acabar con la sequía. Aquí es una tradición que se mantiene latente en el campo", comentó el cura.
Fue un 'rezador' mentado del campo, como don Eduardo 'Nene' Lima, el convocado para guiar la celebración. Su puesto La Salada, que se ubica sobre el arroyo del mismo nombre, fue el escenario del ritual. El domingo don Lima arrancó temprano. Armó el fuego para las ollas y las parrillas.
Había que preparar los tableros, barrer el patio y esperar a los invitados. De a poco, su patio se fue convirtiendo en pista de baile, comedor popular y en altar para la misa y el Santo.
Don Nene tenía ocho años cuando participó de su primer San Vicente. Era en el puesto 'Agua del Potrero' y la gente llegaba a caballo, en carreta o de a pie guiada por la fe y la sed. "Siempre hemos sido gente de campo y vivido de los animales. Necesitamos de la lluvia, pero también es cuestión de salud. La necesitan los niños y ancianos para cortar con las enfermedades", dice el puestero de 65 años.
Por entonces, había una 'rezadora oficial' de la que aprendió don Lima: Lucrecia Ceballos, quien falleció a los 87 años. En el pueblo se cuenta que ella rezó 81 San Vicente en su vida y en los 81 llovió. El domingo, los familiares de doña Lucrecia también participaron del evento.
Algo huérfanos de esta 'conductora en la oración' el fin de semana los puesteros, el cura y gente de la comuna se unieron para organizar el ritual e invitaron a todos los vecinos y campesinos interesados en elevar su ruego para poner fin a la sequía.
El polvaderal en plena mañana, de varios grados bajo cero, es la señal de que la gente empieza a llegar al puesto. "Los preparativos vienen de una semana. Buscar cocineros y músicos. Recuperar las anécdotas para, entre todos, reconstruir la ceremonia", cuenta Ricardo Funes, de Turismo del municipio. Una misa compartida y el rezo del rosario abrieron la jornada.
Después llegó el almuerzo y luego la seguidilla de cuecas, rancheras, tonadas y demás con los que se homenajeó al Patrono. Todo tamizado con brindis. Cada tanto un 'te obligo, te pago' fue destinado al Santo, rociado con el producto de la vid.
Al final, la imagen lideró una procesión por el campo donde las decenas del Rosario se mezclaron con las cuecas. Entonces, llega el momento de hacer la propuesta al Santo. Entre todos fijaron que le darán un plazo de 15 días. Para sellar el pedido, enterraron las imágenes boca abajo y las bañaron con agua y vino. Si llueve, deberán pagarle.
Una devoción religiosa y un rito pagano
"Si queréis lluvia, llevadme en procesión" es una frase que habría dicho San Vicente Ferrer de niño a una ciudad devastada por la sequía, antes de dirigir sus ojos al cielo. Son numerosísimos los milagros que se adjudican a este Santo de Valencia, aún algunos desde dentro de la panza de su madre. Sin embargo, el de la lluvia hizo mella fuertemente en una zona desértica como Mendoza.
"Para la Iglesia, son sacramentales, festividades en las que pueden participar los no creyentes. Ésta es una tradición muy arraigada en el inconsciente de nuestra sociedad", señala el cura Gerardo Aguado. "Cada pueblo la encarna con sus particularidades".
En San Carlos esta devoción a San Vicente está muy arraigada. "Yo iba de chico a las fiestas que se hacían cerca de la montaña, en los campos donde sus dueños tenían una grutita", recuerda Daniel Funes, un vecino de San Carlos.
"El brindis es compartir un destino común. Mojan la imagen uniéndose al destino de San Vicente, así como derraman agua y vino sobre la tierra -Pachamama- para celebrar su compromiso de no dañarla y de vivir como hermanos", explica el párroco parte del ritual. El cura hizo hincapié en el vivir en oración este tiempo para pedir, junto al Santo, por la lluvia.