San Rafael: Chile y Saavedra, hoy parte de la gran ciudad

El autor recuerda los años 70 y 80, a aquellos vecinos con quienes jugaba en las calles y las acequias, además de los negocios y sitios históricos.

San Rafael: Chile y Saavedra, hoy parte de la gran ciudad

Mis ojos se abrieron acá, en esta casa, en esta zona gentil que me permitió disfrutarla desde todas las vistas y puntos cardinales en las intersecciones de las calles Chile y Saavedra.

Los sonidos no fueron olvidados en las épocas tempranas de la vida: el silbato inconfundible del heladero o el afilador de cuchillos la barredora amarilla de extraño diseño me acompañan en esta evocación del agradable pasado y tranquilidad infantil.

Ubicada a cinco cuadras del kilómetro 0 y al alcance de todo, la esquina céntrica fue testigo no sólo de la evolución y el crecimiento de la cuadra sino también de los agradables pasajeros de la memoria que soportaron cariñosamente las correrías con mis vecinos por los techos y árboles de carnosos y dulces ciruelos silvestres que eran el deleite de la temporada.

La inconfundible fragancia de especias, jamones caseros, línea de arpilleras colmada cereales en la recordada La Balear, el almacén de la esquina, con su piso en damero de colores amarillo y rojo y de estimados propietarios era uno de los lugares más frecuentados.

La rumorosa acequia que traía el agua de las majestuosas montañas y que en verano improvisábamos compuertas  de cartones y bolsas de plástico transformando la cuadra en  balnearios multitudinarios.

En más de una oportunidad y teniendo en cuenta las restricciones (impuestas pero rara vez cumplidas) irrumpíamos en el edificio abandonado por más de tres décadas, donde está actualmente el Hotel Tower Inn & Suites, que era hogar predilecto de cuanto bicho que volara permitiéndonos observar  y disfrutar de una amplia perspectiva del mundo ante nuestros jóvenes ojos: el entorno precordillerano, la cordillera a lo lejos y el tímido poblado que iba creciendo potencialmente.

Nuestro barrio de siestas tranquilas, vecinos amorosamente guardados en el baúl de los recuerdos que fueron tolerantes en las épocas que el generoso roble nos obsequiaba proyectiles que eran la predilección de nuestros juegos o en el febrero carnavalesco donde los balcones de la Casa Burgos eran la atalaya perfecta para mojar a cuanto transeúnte le tocara vivir la experiencia karmática de un bombazo en la cabeza o el contenido de un balde de agua.

Apellidos como Sánchez, Lorefice, Camus, Huerta, De Miguel , Magrini, Mercado, Zangrandi, García, Navarra, Ayub, Alvarez,  Canadé, Sardi, entre otros muchos, han sido mudos testigos de la evolución de la barriada junto a los casi centenarios plátanos.

Una de las citas preferidas era ir a la heladería La Delicia de la calle Buenos Aires, con su jardín de piedritas de colores, las sombrillas brillantes con vistosos filamentos y esa vainilla de sabor inolvidable e inconfundible de sus fundadores que aún permanece vigente.

Horas derrochadas en la calesita de la calle Day y Castelli, a la vuelta de casa, corridas acompañadas de risas tras la picardía de tocar los timbres, la generosidad de los vecinos al momento de convocarlos por alguna rifa escolar, los días de nevada con la competencia de muñecos de nieve, el botín de frutas silvestres entre otras muchas experiencias inolvidables ya no me acompañan.

Algunas casas fueron derrumbadas y ocupan nuevos edificios con nuevos vecinos, las fragancias han desaparecido como personajes de la vida que pasaron al corazón, costumbres infantiles en desuso de la época de carnaval, al observar a los ciruelos silvestres, al pasar por el lujoso hotel que por más de treinta años estuvo abandonado y a merced de nuestras incursiones y la acequia rumorosa que el agua de las cumbres olvido frecuentar.

Hoy el barrio es activo y dinámico con comercios varios y un tránsito de gran ciudad, con algunos de los antiguos vecinos vigentes y con nuevos miembros de la familia que recorren nuestros caminos por nuestra historia de recuerdos llamada Chile y Saavedra.

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