La cerveza es antiquísima. Se tienen registros de que los antiguos egipcios ya la tomaban seis mil años antes de Cristo. La mayoría de los pueblos de la antigüedad la conocían y preparaban sus variantes.
Aunque lo fundamental para su preparación es el agua, la cebada, el lúpulo y la levadura, hay numerosísimas combinaciones y más en estos tiempos cuando tiene tanto auge.
La ligazón de San Patricio con la cerveza viene de Irlanda. Allí, San Patricio es el patrón y cada aniversario de su muerte, 17 de marzo, se producen celebraciones fastuosas y se beben ingentes cantidades de cerveza.
Fue San Patricio el que instituyó el trébol como símbolo de la religión en su misión de explicar el triángulo sagrado: padre, hijo y espíritu santo, que se transformó en un símbolo de Irlanda.
La festividad se extendió por distintas partes del mundo y hoy será motivo de un alto consumo de la bebida emparentada con el santo, pero ya ha perdido en varios lugares su connotación religiosa para ser un motivo de ingesta de cerveza, nada más. Por lo menos, en ese día, yo no he visto a nadie que rece al menos un padre nuestro antes de mandarse un vaso con espuma.
Últimamente han proliferado las variantes llamadas “cervezas artesanales”, que son tipos de cervezas con ciertas diferencias en su elaboración y con ciertos agregados que le dan un toquesito especial, un gusto especial a cada variante.
Está creciendo tanto su consumo que va a llegar el momento en que se transforme en una similitud del vinito casero. El vino casero, patero, para más gusto, es una práctica doméstica en esta zona y todavía en muchas fincas, o lugares de campo, uno puede saborear el vino de la casa que sus habitantes ofrecen con todo orgullo.
Pues de seguir el camino la cerveza, vamos a encontrarnos con muchos lugares que ofrecen la suya con el mismo orgullo que otros ofrecen su vino.
Como bebida, la cerveza ha ganado lugares paulatinamente y es, en estos momentos, una de las bebidas más frecuentadas en nuestro país, sobre todo entre los jóvenes que la han transformado en su bebida preferida.
Compite con alguito de ventaja con el vino y eso es una preocupación para una tierra vinera como la nuestra. Ha crecido enormemente en el país, y aún en nuestra provincia el consumo de esta bebida, llevado tal vez por los precios, por la habitualidad y por la difusión que profusamente se le da en los medios de comunicación.
A mí me parece bien que se beba cerveza, más aún en ciertas celebraciones como la de San Patricio; lo que me cae un poquito doblado es que remplace al vino en algunos ceremoniales.
Por ejemplo, que en el Festival de la Tonada, nada menos que en el Festival de la Tonada, el festival folclórico por excelencia de Mendoza, se tome más cerveza que vino, es algo que hace mal a mi identidad de mendocino.
Que te paguen un cogollo, o te inviten a un aro, con un vaso de cerveza, me parece una deformación de lo tradicional. En ese tipo de fiestas debe mandar el vino y el vino debe manejar las celebraciones.
Sin embargo, la cerveza se impone. Cuando he concurrido a las llamadas fiestas del Desierto, allá en Lavalle, en La Asunción, El Cavadito, Las Lagunas o San José, muchas veces me han desafiado a un obligo con un vaso de cerveza y yo acepto, porque la bebida me gusta, pero me siento como un traidor a la antiquísima cultura de la zona.
Creo que es una incoherencia, como si me pusiera a celebrar la Fiesta de San Patricio con una botella de exquisito malbec.