El Manifiesto del Partido Comunista (Manifest der Kommunistischen Partei, por su título en alemán), muchas veces llamado simplemente el Manifiesto Comunista, es uno de los tratados políticos más influyentes de la historia de la humanidad.
Consistió en una proclama encargada por la Liga de los Comunistas a los filósofos Karl Marx y Friedrich Engels y fue publicado por primera vez en forma anónima, en Londres, el 21 de febrero de 1848. Cuando redactó el Manifiesto, Karl Marx ya había sido expulsado de Alemania y de Francia por sus ideas socialistas y su activismo; durante su exilio en Londres escribirá casi toda su obra.
"El Manifiesto" fue rápidamente difundido por toda Europa, teniendo especial repercusión en Francia.
La opinión sanmartiniana
Dos años antes de morir, radicado en Boulogne sur-Mer, el Libertador de América José Francisco de San Martín, con 70 años de edad, escribía una interesante carta al entonces Presidente de la República del Perú, Ramón Castilla y Marquesado, quien había servido en su juventud en el ejército español, para luego ingresar en las filas patriotas en 1822, en el último año en que el Gran Capitán ejercía su mandato en Lima.
El otrora Protector del Perú, recibía frecuentemente cartas de los altos dignatarios de los países que había liberado en América, muchos de los cuales habían actuado en la campaña libertadora. Reservado y hasta parco, como lo había sido toda su vida, solía abrirse al diálogo tanto personal como epistolar a partir de alguna anécdota y/o recuerdo que su interlocutor supiera evocar y de ese modo desencadenaba una charla franca y fraterna con el anciano Titán de los Andes.
En esta oportunidad San Martín en carta, fechada el 11 de setiembre de 1848, escribía entre otras muchas cosas al Mariscal Castilla sobre los acontecimientos que se sucedían en Francia y en Europa. Recordemos que la nueva Revolución Francesa que se estaba desarrollando por esos años tenía un condimento de gran repercusión, como fue la publicación del manifiesto comunista del 21.Feb.1848, hechos que lo llevaron a asegurar: "El transcurso del tiempo, que parecía deber mejorar la situación de la Francia después de la revolución de Febrero, no ha producido ningún cambio, y continúa la misma o peor, tanto por los sucesos del 15 de mayo y los de junio, como por la ninguna confianza que inspiran en general los hombres que en la actualidad se hallan al frente de la administración. Las máximas de odio, infiltradas por los demagogos a la clase trabajadora contra los que poseen los diferentes y poderosos partidos en que está dividida la nación; la incertidumbre de una guerra general, muy probable en Europa; la paralización de la industria; el aumento de gastos para un ejército de quinientos cincuenta mil hombres; la disminución notable de las entradas y la desconfianza en las transacciones comerciales, han hecho desaparecer la seguridad, base del crédito público; este triste cuadro no es el más alarmante para los hombres políticos del país; la gran dificultad es el alimentar, en medio de la paralización industriosa, un millón y medio o dos millones de trabajadores que se encontrarán sin ocupación el próximo invierno, y privados de todo recursos de existencia; este porvenir inspira una gran desconfianza, especialmente en París, donde todos los habitantes que tienen algo que perder desean ardientemente que el actual estado de sitio continúe, prefiriendo el gobierno del sable militar a caer en poder de los partidos socialistas".
San Martín demuestra una clara visión de los sucesos políticos y sociales del momento que le toca vivir, y si bien no escatima en juicios de valor y una gran crítica a los acontecimientos que están alumbrando el mundo de ese momento desde su formación e ideas conservadoras, pero siempre consecuente con lo que ha sostenido toda su vida, demuestra una vez más la gran coherencia entre su pensamiento, palabra y acción.
Así el gran líder, aquel que siempre trató de "ahorrar sangre americana", el que fuera de los campos de batalla, donde aseguró la independencia, fue un impulsor de la paz social y los cambios graduales por imperio de las leyes, ve horrorizado la situación de una guerra europea, el hambre, y la poca confianza y seguridad que inspiran los líderes políticos ante tales circunstancias, reflexionando en ese crucial momento de la historia mundial:
"Me resumo el estado de desquicio y trastorno en que se halla la Francia, igualmente que una gran parte de la Europa no permite fijar las ideas sobre las consecuencias y desenlace de esta inmensa revolución, pero lo que presenta más probabilidades en el día, es una guerra civil, la que será difícil de evitar; a menos que, para distraer a los partidos, no se recurra a una guerra europea acompañada de la propaganda revolucionaria, medio funesta, pero que los hombres de partido no consultan las consecuencias".