“Los pueblos que olvidan su pasado, difícilmente podrán entender el presente y construir su futuro”. Este principio sin duda nos lleva a reflexionar qué tan bien conocemos nuestras raíces y cuán capaces somos de encontrar un destino común como pueblo y como Nación.
Al decir de una de las historiadoras sanmartinianas más destacadas de los últimos tiempos, Patricia Pasquali: “Nada más esencial que rescatar esa dimensión de la historia como conciencia sentida por el hombre de estar en el tiempo, ligado a lo que fue y sigue siendo en él; como memoria, que le permite descubrir qué es en cada momento, el resultado completo de lo que ha sido.
Contribuir a explicitar los contenidos de esa memoria como componente de la cultura y avivar aquella conciencia, es tarea primordial de toda obra histórica. Si el historiador logra hacerlo habrá cumplido con su insoslayable compromiso social de reforzar el nexo entre la comunidad y su pasado, posicionándola en un presente grávido de sentido que torne menos incierta la proyección hacia el futuro”.
Tomando estas palabras podemos asegurar que nunca se podrá encontrar mejor forma de sentir y vivenciar la historia que cuando nos sumergimos en la experiencia de vida de alguien que, más allá del bronce y del panteón nacional, surge como un verdadero modelo de patriota y líder, o desde una visión mucho más amplia un verdadero ejemplo de vida. Tal es la figura de José Francisco de San Martín que hoy evocamos.
Así el niño de Yapeyú, proveniente de una familia humilde que aprendió desde su cuna el valor del trabajo y del esfuerzo, se convierte luego en el joven impetuoso y descaradamente valiente que a través de los años se transformó en el militar ilustrado y el conductor paciente que durante 20 años de aprendizaje espera su momento de entrar en la historia del mundo para convertirse en el estadista visionario, el constructor de naciones libres e independientes y, por sobre todas las cosas, un hombre público intachable; despojado de todo interés y ambición, que vio en el poder sólo un instrumento para la realización de su obra americana: “Dar libertad a los pueblos de esta parte del mundo y dejar a su libre albedrío la constitución de sus gobiernos”.
Un hombre visionario, dedicado íntegramente a una misión sin ambiciones, sin sueños de deidad ni oropeles de gloria, convirtiéndose sin duda en un verdadero libertador; uno como pocos ha visto el mundo; incomprendido por sus contemporáneos pero rescatado al fin como ejemplo de entrega y patriotismo por la historia y por quienes lo precedieron tal como el mismo lo anunciara en la plenitud de su vida pública.
José Francisco de San Martín se convierte entonces en un verdadero guía para los gobernantes contemporáneos y en modelo de un líder exitoso. Pero al mismo tiempo, ni más ni menos que un “semejante”, un ser humano común que, por su constancia, esfuerzo y dedicación, logró objetivos y metas más allá de lo imaginable para su época logrando una epopeya política, económica y social fuera de lo común.
En este día es preciso recordar las enseñanzas sanmartinianas a fin de recobrar la confianza, fijar el horizonte, construir un destino común que nos identifique como Nación y que nos dé las bases para continuar el camino de integración americana; sobre todo, mostrar a las nuevas generaciones un modelo auténtico de líder y conductor digno, honesto, eficiente e imbuido de la realidad de su tiempo, lejos de los ídolos de pies de barro, faustos y superfluos.
San Martín sin duda representa un esquema de líder exitoso, producto del esfuerzo, el método, la disciplina interna y, por sobre todas las cosas, capaz de adoptar decisiones coherentes, construidas a través del análisis responsable de los factores económicos, culturales, políticos y sociales de la región, lo que lo llevó a ser un gobernante probo, un líder necesario para su tiempo y un compatriota admirado por propios y extraños.
Así, ante esta búsqueda imperiosa de modelos y con la urgencia de transmitir vivencias ejemplares de hombres de carne y hueso, resulta muy valedero redescubrir a uno de los fundadores de la patria grande en toda su magnitud, ya no sólo como militar y estratega incomparable sino en toda su dimensión: como padre ejemplar y cariñoso, como ciudadano ilustre; como el estadista americano y el gran líder argentino que pudo cambiar la historia de su tiempo y de su tierra logrando la libertad e independencia de América.