Creo que no fue del todo provechoso estudiar, de la manera que lo estudiamos, a San Martín. Pero no solo en la primaria, donde más que un prócer, vimos un personaje de Billiken, como Pelopincho y Cachirula (aunque más sobrio, gris y aburridón, una figurita más para la tarea en casa entre el Cabildo y la partitura del Himno).
Luego, recuerdo, en los primeros años de la secundaria, aquella estampita coleccionable de suplemento infantil se convirtió en una especie de santo/militar inmaculado, que iba blandiendo su sable en un itinerario de batallas por la Independencia que hubo que aprender de memoria, como el Preámbulo o que "la mitocondria es un orgánulo citoplasmático de las células eucariotas".
Más tarde, en la universidad, también le pifié en la elección del camino para entender al tipo más relevante de la historia argentina. Me copé con el discurso revisionista, mucho más divertido que la parla proveniente de la historiografía de Mitre. Ustedes saben, me refiero a esas copiosas páginas de chismografía que se centran en el rumor ex-tempore de que Don José era mestizo (de haber sido cierto, ¿¡qué hubiera cambiado!? y además... ¡¿qué tendría de malo?!); la relación distante con su esposa María de los Remedios (Intrusos en la historia); y toda esa visión hollywoodense que ponía al prócer como espía inglés acometiendo un plan dictado desde Gran Bretaña contra la corona ibérica.
También creo que fue una pérdida de tiempo haber posado la mirada en quién tendría que haber "terminado" el trabajo libertador en el continente, si Bolívar o él, como si esto se tratara de un partido de fútbol donde un delantero morfón hace la jugada solito para reservarse la portada del lunes.
Incasillable
Hoy creo que es otra la dimensión más provechosa del hombre que murió un 17 de agosto (el feriado se pasó para mañana, con tal de seguir demostrando que en Argentina no hay nada menos común que el sentido común). Lo más interesante de San Martín, con sus sombras y luces, es su manera de pensar. Su perfil político... pero fundamentalmente cómo llevó esa filosofía a la acción.
Lo curioso del ideario sanmartiniano es que, aunque lo intentan, es difícil "atraparlo" y llevarlo al lado de la grieta que le convenga al portador. Fue un revolucionario incasillable, por suerte, y con una lucidez de dimensiones épicas: "Mi sable nunca saldrá de la vaina por opiniones políticas", dijo para dejar en offside a los que tienen en su vocabulario político la palabra "paredón". Y hasta hubo poesía en esta cita: "Si somos libres, todo nos sobra".
Pero me quedo además con lo que pocos remarcan de Don José, lo que menos se repasa en los programas de estudio: la decisión -cuando lo había conseguido todo- de dejar de lado su ego. La de preferir el exilio al poder. Hoy, que estamos tan enfermos de creer solo lo que nos conviene, de escuchar solo al que piensa como yo, de odiar al que está enfrente, vale la pena valorar a una persona que no quiso saber nada de batallas intestinas, de pelear por la política chica, aun con las promesas de liderar partidos, ganar territorio interno y seguir siendo "protagonista". Eligió irse a Francia, antes que la miseria política de doblegar a un coterráneo.
En su haber, existe otra frase tan memorable como necesaria hoy: "Mi nombre es lo bastante célebre para que yo lo manche con una infracción a mis promesas". San Martín fue un político que cumplió y nunca (se) traicionó. Uno "que hizo pero no robó". Un consecuente y no obsecuente. Una rara avis del tamaño de las montañas que supo cruzar.
Salir de pobre
"Las ciudades multiplicadas se decorarán con el esplendor de las ciencias y la magnificencia de las artes... La biblioteca es más poderosa que nuestros ejércitos", firmó el Padre de la Patria. Porque su rebelión fue una rebelión de palabra y pensamiento: "Hace más ruido un hombre gritando que cien mil que están callados". Una revolución de la honestidad, de la coherencia, de las ideas (y no de los intereses individuales, del dinero por el dinero, del poder).
El escritor mendocino Rodolfo Braceli trajo esta anécdota, en una entrevista que le hice a raíz del lanzamiento de su libro "Don San Martín, véngase, conversemos": "En marzo de 1817 Bernardo O'Higgins le comunicó que el Ayuntamiento de Chile le obsequiaba 10 mil pesos oro como reconocimiento y gratitud por la liberación de su país. O'Higgins le encarecía no rechazar, no desairar el obsequio. San Martín finalmente lo aceptó. Pero de inmediato lo donó, enteramente, para creación de la Biblioteca Nacional de Chile. Con esa cifra hubiera salido de pobre y se hubiera podido comprar medio Boulogne Sur Mer".
A veces pienso que nuestro país, tan sucio que lo han dejado, necesita de personas que retomen esta manera de pensar. Tengo esperanzas, dicen que a todo chancho le llega su San Martín.
Una última frase, en el país que actualmente tiene como capital federal Comodoro Py. "La conciencia es el mejor juez que tiene un hombre de bien", sostuvo (con la voz y con los huesos) el tipo que supo que la Gloria era mucho más que un cuaderno.