San Martín, ¿mal político?

San Martín, ¿mal político?

En una nota anterior nos referíamos al lugar común de menoscabar las condiciones políticas de San Martín, tal vez por no haber disputado el poder y haberse abstenido de las luchas facciosas. Para muchos, lo que vale es obtener el poder, aunque no se sepa qué hacer con el mismo, salvo gozar de prebendas y privilegios.

San Martín hace política para concretar su meta, que es la toma de Lima para lograr la consolidación del proceso de emancipación americana; por eso cree que se deben postergar discusiones como formas de gobierno, sistema centralizado o federativo y otros conflictos que pueden perturbar el objetivo, como los problemas con Portugal en la Banda Oriental.

Los querellas que se dan en las provincias, como los sucesos del Litoral, el accionar de Artigas, las sublevaciones en Córdoba, Santa Fe y Santiago del Estero, provocan en el Libertador una evolución en su pensamiento político similar a lo que le sucede a Belgrano, con quien comparte correspondencia. Una carta dirigida al Congreso de Tucumán muestra esa evolución y también hace una descripción del país y sus hombres que, de alguna manera, anticipa los escritos de Sarmiento y Alberdi.

Veamos parte de la misma: “Soberano Congreso, (...) los americanos o provincias unidas no han tenido otro objeto en su revolución que la emancipación del mando de fierro español y pertenecer a una nación (...) ¿Podremos constituirnos república sin artes, ciencia, agricultura, población y con una verdadera extensión de territorios que con más propiedad merecen llamarse desiertos (...) en el fermento horrendo de pasiones existentes, choque de partidos indestructibles y mezquinas rivalidades, no solamente provinciales, sino de pueblo a pueblo, ¿podemos constituirnos nación?”.

San Martín debe afrontar varios desafíos, por ejemplo algunos en el Congreso insisten con una nueva ofensiva por el Alto Perú a pesar de los sucesivos fracasos. Otros son la obtención de hombres y de recursos para equipar su Ejército y una marina.

Algunas cosas las consigue, otras no, y tendrán consecuencias como veremos en otra nota. Pero lo que más lo irrita son las actitudes de las dirigencias, la porteña por la reticencia en dar los recursos, las provincianas por la anarquía y esa obsesión de discutir el sistema político cuando existía el peligro de reconquista hispana y que “nos cuelguen a todos”. Por ello llega a sugerir medidas drásticas comparables a las tomadas en Francia en 1794 para reclutar hombres y obtener fondos.

Otra complicación más fue la invasión de los portugueses al Uruguay, provocada por las incursiones de los artiguistas en Río Grande. Ante la protesta de Pueyrredón por la violación del acuerdo de 1811, el general Lecor, jefe de los invasores, contestó que ese acuerdo era con el gobierno de Buenos Aires, del que la Banda Oriental se había separado. Esta declaración llevó a las autoridades de Montevideo a reconocer su pertenencia a las Provincias Unidas, pero Artigas rechazó el acuerdo haciendo quemar en la plaza de Montevideo los documentos aceptando la reincorporación.

Dirá San Martín “no me ha tomado de sorpresa la maldad de los orientales, pues yo calculaba que su decantada unión era por conveniencia. Los portugueses no son la mejor vecindad, pero hablando con entera franqueza, la prefiero a la de Artigas”. Temía la extensión de la anarquía. Pero además de las cuestiones políticas se preocupa por la educación pública y se interesa por una escuela de matemáticas que se abre en Buenos Aires y también plantea que hay que ayudar a Chile, cuando se recupere ese país, para promover su “educación pública” de la que, tiene noticias, está careciente.

Con Pueyrredón logran acordar la colaboración de Córdoba alcanzando un acuerdo con Javier Díaz pero luego éste pierde el poder por la revuelta de Pérez Bulnes, cercano al caudillo oriental. Le escribe a Pueyrredón: “¿Qué hacemos con el último movimiento de Córdoba si, como creo, desobedecerá al Congreso ... parece que un genio infeliz nos dirige a los americanos y que una mano destructiva entorpece los mejores planes. Protesto a usted que no encuentra consuelo para ver tanto disparate y mucho más cuando, no teniendo enemigo, nuestra ignorancia nos precipita al último fin”, y a su amigo, el comodoro inglés Bowles: “No le temo a los españoles pero sí a las desaveniencias domésticas de nuestra falta de educación y juicio”.

San Martín y Pueyrredón coincidieron en que era conveniente trasladar el Congreso a Buenos Aires para facilitar las relaciones entre el Ejecutivo y el Congreso, y por precaución ante una anunciada ofensiva del mariscal De la Serna. Enterado por Guido que eso despertaba resistencia en Córdoba y Salta, a lo que se agregaba en esta provincia el malestar por la separación del diputado Moldes, sugerida por el Libertador, trata de encontrar una solución, que era darle a Córdoba la sede del Congreso.

La rebelión del coronel Borges, que se subleva en Santiago del Estero siendo reprimido por fuerzas que manda Belgrano y lo hace fusilar, lleva a San Martín a manifestar en carta a su amigo Tomas Guido: “Ya sabe lo de Salta y Santiago, y dígame usted si con semejante gente podemos constituirnos en Nación, en Nación, sí, pero de salteadores”.

San Martín, quien no buscaba el poder para sí, lo pudo tener en 1819 pues Pueyrredón, cuando se jura la Constitución de 1819, renuncia lo hace pensando que su sucesor debe ser el jefe del Ejército de los Andes, a pesar de que la relación entre ambos se había desgastado.

Pero el Libertador estaba obsesionado con el proyecto emancipador y su culminación, que era la expedición naval al Perú para concluir con el dominio español. Actitud que le critica Vicente Fidel López pero celebra Mitre. La determinación de San Martín con su plan continental lo llevó a plantear antes del Cruce de los Andes que el mando del Ejército lo tomara el general Antonio González Balcarce, quedando él como jefe de estado mayor, para evitar que las suspicacias y recelos que despertaba en algunos afectaran el proyecto, actitud que vuelve a tomar luego de la independencia chilena cuando, para aventar resistencias en el país trasandino, ofrecía que O'Higgins tomara el mando del Ejército unido al Perú quedando como segundo jefe.

Esa era la catadura moral de Don José de San Martín y su vocación de servicio, mostrando la generosidad y humildad de los que tienen grandeza, de los que están llamados a escribir la historia, a protagonizarla.

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