Para el infarto. No apto para corazones sensibles. En cancha de San Martín, ayer, se pasó del éxtasis a la agonía en minutos. Y cierre de delirio, claro. Ganaba San Martín 3-0 y Guaymallén, a pura voluntad, se puso 3-2. Fue el tiempo de la respiración contenida, de rezarle a cuanto santo conocido hubiera. Y desde el cielo pareció llegar una ayuda para que a minutos del final volviera la calma.
El 5-2 puede ser explicado a partir del alto nivel individual y colectivo que mostró el Chacarero durante la primera mitad. Después, en el capítulo final, volvió a ser el equipo dubitativo y sin respuestas que había mostrado en las primeras fechas. Guaymallén, perdido por perdido, modificó su esquema, cambió piezas y consiguió descolocar el andar seguro que mostraba su rival.
Lo encerró en su campo, lo obligó a pelotazos largos sin sentido (ni siquiera tenían destinatario fijo) y lo dejó lleno de incógnitas a partir de ese fusilamiento con que Gómez sometió a Bonacci.
A uno de distancia, el visitante decidió que había que quemar todos los papeles. Perdió el orden, arriesgó todo y cuando todavía soñaba con el milagro, llegó el descalabro. San Martín encontró un hueco (¿hubo offside?) y Hernández fue volteado por Tula. Penal que González aprovechó para sentenciar la historia.
Si quedaba tiempo para algo, era para que Hernández mostrara una gran definición desde 40 metros ante la salida desesperada del "1" italiano y sellara definitivamente el marcador.