En su viaje de 1814 para hacerse cargo de la Intendencia de Cuyo y habiendo atravesado muchas leguas atrás el Desaguadero, José de San Martín paró a descansar en Los Barriales -como se conocía al vasto terreno salitroso entre los ríos Tunuyán y Mendoza (parte hoy de Rivadavia, Junín y San Martín)- donde hizo noche en la posta El Retamo, un alto en el duro camino, previo a cruzar el río Mendoza.
Aquella posta, muy mentada entre los viajeros de entonces, estaba a 150 metros de la actual plaza de Junín, sobre el costado norte de la avenida Mitre (antiguo carril Retamo o Real) y ocupaba una superficie de 1.500 metros cuadrados, junto a lo que ahora es calle La Posta (en homenaje precisamente al hospedaje) pero nada, salvo una piedra de forma irregular junto a una pequeña placa, recuerda aquella casa de adobes, que por recomendación del Gobernador de Córdoba, San Martín eligió como alojamiento en su viaje a la ciudad de Mendoza.
“Por distintas fuentes sabemos de la dura travesía que significaba el camino y por eso, la posta El Retamo era casi una bendición, un lugar seguro donde pasar la noche y dar descanso a los caballos”, cuenta la historiadora Cecilia Marigliano: “En toda esa zona que hoy forma parte de Junín, San Martín y Rivadavia está lo que se conocía como Los Barriales, terrenos bajos y por ello pantanosos, con algunos médanos donde el agua salitrosa florecía y hacía difícil el viaje”.
A ese nombre de Los Barriales lo conserva uno de los distritos de Junín, donde el departamento centraliza sus actos de homenaje al Libertador, junto a un monumento que recuerda al ‘San Martín Agricultor’, por lo que algunos vecinos suponen, erróneamente, que allí vivió el General en algún momento.
La posta El Retamo ya no existe y sólo una roca y una pequeña placa en la vereda junto a un quiosco mencionan el lugar. La placa, colocada por el ex intendente Dante Pellegrini en 1997 dice: “Piedra fundamental de la reconstrucción Posta del Retamo”, un proyecto inconcluso que nadie recuerda.
Cerca hay una parada de colectivos y al mediodía, muchos alumnos esperan el micro, pero ninguno sabe qué simboliza la roca y algunos ni siquiera han advertido su presencia, así de desapercibido pasa el insuficiente monumento.
Las dos propiedades
El General San Martín tuvo dos propiedades en el este: su chacra, en terrenos que recibió del Estado y que habitó hacia 1823 en lo que hoy es el este de la ciudad de San Martín, y también un molino harinero, que construyó en tierras que compró a don Rudecindo Ahumada en 1818 en lo que ahora es Orfila, en Junín.
“No piense en viñedos, eran tiempos en que acá se plantaba trigo y maíz; había ganado y el chileno Herrera llevaba adelante desde 1815, la construcción del principal canal de riego que tiene la región, que trae aguas del Tunuyán y que hoy conocemos como canal San Martín o acequia de La Patria”, explica Marigliano, autora del libro ‘Tras las huellas sanmartinianas en el oasis del Tunuyán’.
Según la historiadora, San Martín construyó el molino sin fines comerciales: “Había mucho trigo y San Martín tuvo su molino no como negocio, sino como parte de su plan para poblar la zona: comida y también agua, por eso abre la acequia de La Patria, tan importante para el riego hasta hoy”.
Y aunque para entonces no vivía en la provincia, San Martín conservará el molino hasta 1846 cuando decide su venta a los hermanos Corvalán, que luego venden a la familia Orfila.
“Del molino no queda nada”, explica Marigliano, y dentro del predio que pertenece a Orfila, detrás del santuario de San Cayetano, que cada 7 de agosto congrega a decenas de miles de fieles, hay una antigua construcción que guarda en su patio una de las ruedas con que el molino trituraba granos, sólo una pequeña placa da cuenta de ello.
Cerca de allí estuvo el molino, que funcionaba por la fuerza del agua de un canal derivado de la acequia de La Patria, aunque no hay precisiones para el visitante.
“No queda nada de eso”, confirma un vecino, que vive en una de las casas levantadas junto al canal San Martín y habitadas en su mayoría por obreros de Orfila.
En la ciudad de San Martín, delimitado por la ruta 50 (norte), las calles Correas (este), Pirovano (oeste) y el canal de riego que corre al sur se encuentra el terreno que fue propiedad del Libertador, donde el General tuvo su chacra a la que llamaba ‘Mi Tebaida’ y que habitó hacia 1823.
El museo Las Bóvedas se levanta en un sector de ese amplio terreno que hoy ocupan también barrios, comercios e industrias y pese a lo que muchos creen, la casona no existía en épocas del General y tampoco es réplica de la que él habitó.
“Dentro de la chacra, no está claro dónde estuvo la casa familiar de San Martín y de su aspecto, sólo existe un dibujo de época de un pintor alemán que la muestra coronada por cinco bóvedas y no por dos, como la que vemos hoy”, explica Marigliano.
Efectivamente, la actual casona de Las Bóvedas fue levantada a principios del siglo XX por don Ricardo Palencia, un comerciante que adquirió los terrenos y que a modo de homenaje, levantó una construcción similar en algunos aspectos, a la que habitó San Martín, aunque mucho más grande y destinada al comercio de granos y vinos, ya que allí cargaban y descargaban las carretas.
Hoy, en la ciudad que el mismo General delineó en 1816, los homenajes al Libertador se concentran en Las Bóvedas, convertidas en los últimos años en una plaza abierta, muy concurrida por los vecinos y coronada por la casona que fue de Palencia y que más tarde, la firma Echesortu y Casas donó a la municipalidad, con la condición de que fuese un museo de la ciudad, asunto que se concretó en 1976.
El gran (y difícil) objetivo de la actual intendencia es que ese museo concentre su actividad en torno a la figura de San Martín y no al recuerdo de época, con objetos de los más variados que han ido aportando los vecinos.