Cada aniversario del paso a la inmortalidad del General José de San Martín es para todos los mendocinos una fecha muy especial, debido a la particular, entrañable y afectiva relación que el prócer tuvo con toda Mendoza durante el tiempo en que fuera gobernador intendente de Cuyo y desde estas tierras organizara la gesta libertadora, una de las más grandes proezas jamás imaginadas por la voluntad y el genio del espíritu humano.
Fue duro el sacrificio que el gran General le pidió a Cuyo entero, porque la misión a cumplir superaba todas las fuerzas existentes. Sin embargo, la firmeza y la fortaleza de sus peticiones nunca se contradijo con la entrega de su corazón al lugar al que consideraría de allí en más, como el futuro hogar donde tantas veces pensó pasar sus días de retiro en alguna chacrita en las afueras de la Ciudad. Sueño al que nuestros enfrentamientos internos impidieron, como tantas otras cosas buenas a las que el faccionalismo exilió, tal cual lo hiciera con aquel al que luego llamarían el Santo de la Espada. Pero sólo después, mucho después.
San Martín fue un genio estratégico que vino a la Argentina persuadido de que la Nueva España, la moderna, la avanzada, la ilustrada, la que dejaría atrás el despotismo y el atraso, se construiría en América. No vino, entonces, a pelear contra la que consideraba su madre patria, sino a cederle la libertad plena a la “hija” para que ella, desde sí misma, rescatara lo mejor de España para sumarlo a la herencia americana y entre ambos legados construir una identidad propia, distinta y original.
Para edificar su proyecto, al cual siempre le dio una dimensión continental, estuvo convencido de que el camino de la liberación pasaba por el Oeste, por la cordillera que conectaba a la Argentina con Chile, porque el Norte era impenetrable.
Fue precisamente en Mendoza donde ese proyecto y esa estrategia comenzaron a construirse. Además, en tanto gobernador de Cuyo, propició -mientras se preparaba para la guerra- la ilustración y la cultura. Ya desde ese entonces, la provincia, la ínsula que con el tiempo sería considerada como la Barcelona o la Suiza argentina, tuvo con San Martín enormes lecciones de institucionalidad. Nuestra antigua integración con Chile se conjugó con la pasión libertaria por construir la Nación argentina, sacando Mendoza lo mejor de ambas culturas.
Fue así como mientras las demás provincias eran expresadas política y socialmente por un caudillo local que de alguna manera marcaría con su personalidad el carácter de las mismas, en Mendoza, ante la inexistencia de un caudillo con características de tal, ese papel lo suplió San Martín, que junto al bautismo de fuego en pos de la libertad de medio continente iniciada acá, nos signó con su forma de ser. Como el padre fundante no sólo de las patrias grandes, la Argentina y América, sino también de esta patria chica pero fundamental para el logro de tan histórica misión.
En síntesis, si bien San Martín no pudo disfrutar de la chacra mendocina que tanto soñó cultivar, no existe lugar de la provincia donde algún jirón de su espíritu grandioso no haya impregnado hasta el último de sus cultivos, de sus obras, de sus ciudadanos, esos a los que el prócer les entregó su libertad, la exterior con la guerra y la interior con su ejemplo moral.