San José, con un entorno inspirador

La autora rememora la emoción que sintió junto a su familia al recibir la casa de Tupungato, donde descubrió su pasión por la literatura y la plástica.

San José, con un entorno inspirador

Nunca lo olvidaré. Con la luz del mediodía las casas pintadas de verde agua, con ventanas de dos hojas y puertas de madera, brillaban. Era el 30 de enero de 1983, estábamos ansiosos por tener la llave de nuestro hogar y también por conocer a los vecinos con quienes compartiríamos la vida.

Durante el proceso de construcción con mi marido íbamos todas las semanas, tratando de descubrir cuál nos correspondería en el sorteo. Vivíamos en la casa de la escuela Tomás Silvestre, a pocos kilómetros, en el distrito de Villa Bastías con nuestros hijos Gustavo y Andrea. Mi esposo Oscar era docente en esa escuela rural, experiencia maravillosa que nos marcó a los cuatro, nos enseñó la importancia de conectarnos a la tierra y cultivó en la familia la solidaridad, el respeto y el amor por esa gente que trabajaba de sol a sol, diariamente, para que a sus hijos no les faltara nada. Grandes amigos quedaron de aquellos tiempos; muchos de ellos ya no están.

Recuerdo la emoción cuando llegó la notificación avisando que habíamos sido adjudicados con la casa N° 1, de la manzana B del barrio San José, en el distrito que lleva el mismo nombre. Fue el primer barrio que se construyó en la zona.

Después del cambio comenzó una época de mucho entusiasmo y trabajo, durante meses convivimos sin poder hacer las medianeras, salíamos de casa y nos encontrábamos con los vecinos, que en lugar de utilizar la calle o las veredas pasaban por los patios. No faltó quien llevó con ellos pollos o conejos, muchos venían de vivir en casas de fincas y no tenían dónde dejar sus animales de granja.

Los niños empezaron a conocerse y se hicieron amigos. Y los adultos también. Tuvimos la suerte de contar con vecinos muy cordiales, con los que aún conservo una linda amistad. Aprendí a compartir la vida con buenas vecinas: la Beti, la Estela, la Chola, la Aurelia, la Manuela (que ya no está entre nosotros), por nombrar sólo a las que viven más cerca.

Con el tiempo la mayoría de los 54 hogares fueron encontrando el ajuste adecuado a las personas que los habitaban. Ventanas y ambientes empezaron a tomar formas diferentes, dejaron de ser parte de un grupo de casas semejantes, para arraigarse en la personalidad de la familia que la ocupaba.

Fueron años inolvidables, cuando los niños se convirtieron en adolescentes y luego en adultos. También fue la época en que desenterré mi entusiasmo por la literatura y la plástica.

En esta casa realicé mis primeros trabajos en óleo. Con el pasar del tiempo fui construyendo la necesidad de escribir, actividad olvidada desde la adolescencia, y logré publicar mis escritos en varias antologías. Luego llegó el momento soñado y edité mi primer libro de poesías.

Las paredes de esta casa, las calles de mi barrio, su paisaje, con la cordillera que me habla a diario, sus alamedas, que en el otoño parecen gritar que las pinte o escriba sobre ellas, me han inspirado toda la vida. En pocos meses publico mi primer libro de cuentos y muchos de ellos están unidos a este espacio donde habito hace más de 30 años.

Aunque no los nombre en mis relatos, algunos personajes tienen el perfil de la gente con la que comparto a diario. En otros es el lugar donde ocurren los hechos que narro.

Las historias que están grabadas en las paredes del barrio San José, junto a mi historia, fueron formando la personalidad y el carácter de mi familia, siempre tan luminosa y clara como el sol que se filtra por las ventanas.

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