Desde el tiempo de los griegos y los romanos se ensayaron una serie de tratamientos con la intención de bajarla, especialmente las flebotomías que, al sacar sangre de nuestras venas, también descendían la presión arterial. Obviamente, con estas incisiones no podía curarse la enfermedad y se usó y abusó de estas sangrías hasta que cayeron en desuso hacia mediados del siglo XIX. Para no usar un método tan cruento también se recurría a las sanguijuelas, insectos que succionan la sangre, razón por la que se podía “dosificar” la baja tensional.
Para medir la presión arterial se debió llegar al siglo XX y el desarrollo del esfingomanómetro. Hasta entonces se “estimaba” la presión tomando el pulso (“la enfermedad del pulso duro”, le decían los chinos), todo un arte de la semiología médica.
Por esta incapacidad de medir la presión es que los médicos y los barberos cirujanos recurrían tan frecuentemente a las flebotomías, a veces con una “insistencia asesina”, como le dijo Lord Byron a los médicos griegos que lo trataron en los momentos finales de vida, asediado por las lancetas de estos profesionales, que tenían muy pocos recursos diagnósticos y terapéuticos .
Fue Aulo Cornelius Celsus (ca.25 a.C – 50 d.C) quien comenzó con la descripción de los distintos tipos de pulso para detectar “la rigidez” del pulso y así diagnosticar la hipertensión arterial. Allí empieza el rito médico de tomar el pulso como primer paso de la consulta. ¿Rápido o lento, fuerte o débil, regular o con variaciones?.
Hasta el siglo XIX la hipertensión era considerado un proceso “normal de envejecimiento”. Se necesitó el esfingomanometro para determinar que se trataba de una enfermedad.
William Harvey (1578-1657) fue el primero en describir los latidos cardiacos, la circulación sanguínea y la importancia de la presión arterial.
En 1733 Stephen Hales (1677-1761) pudo medir la presión arterial y señaló la importancia del volumen sanguíneo y la red de pequeños vasos que, con su dilatación o constricción, regulaban la presión arterial.
Claude Bernard (1813-1878), el célebre fisiólogo francés, señaló la relación entre la inervación de estos pequeños vasos y las subas y bajas de presión .
Richard Bright (1789-1959) señaló los cambios de la presión en pacientes con insuficiencia renal –como el caso de nuestro presidente, Nicolás Avellaneda (1837-1885)- cuyo parte de defunción indica que falleció por esta enfermedad.
Fue Nikolái Korotkov (1874-1920) quien desarrolló la técnica para tomar la presión y en su honor se llaman los ruidos que se escuchan cuando se asculta el pulso con el estetoscopio mientras se toma la presión (hoy en día ya casi no se usan los tensiómetros con mercurio por las restricciones en el uso de este metal tan toxico).
La hipertensión, como vimos, daña al corazón, a los riñones, al cerebro y a los ojos. A través del examen del fondo de ojo se accede a una visualización directa de los vasos y como éstos se alteran en el curso de la enfermedad, dando lugar a complicaciones como las oclusiones vasculares de el mismo globo ocular.
A mediados del siglo XX, gracias a una comprensión más profunda de la enfermedad, se procedió a tratarla desde distintos enfoques.
Se usaron diuréticos para eliminar el sodio y favorecer la diuresis y otras drogas como los inhibidores de la angiotensina (que es un derivado del veneno de una serpiente), los bloqueadores de los canales de calcio, los betabloqueantes y la importancia de la concentración de sodio en la dieta (la restricción en el uso de la sal salva miles de vidas por año).
Es muy importante contar con múltiples recursos para combatir esta enfermedad que afecta entre el 25 y 35% de los adultos.
Cada año casi 2 millones de personas mueren a causa de la hipertensión en América Latina y suman más de 8.000.000 en el planeta.
Casi 2000 millones de personas padecen presión alta en el mundo. Y se calcula que mundialmente hay 200 millones de hipertensos sin tratar.
La hipertensión es causa o concausa del 30% de las muertes en América Latina. La obesidad, el tabaco, la diabetes y el colesterol alto empeoran el pronóstico del hipertenso, que debemos descubrir y controlar antes que produzca más daños en el individuo.
De allí que el 17 de mayo ha sido consagrado por la OMS como el Día de la Hipertensión, para que los profesionales concienticen a la población sobre los peligros de este asesino que actúa, muchas veces, silenciosamente.