La salud de la Presidenta es una cuestión de Estado

Es preocupante que una enfermedad presidencial que obliga a la primera mandataria a una operación quirúrgica, lo cual le impide seguir ejerciendo su cargo, nos demuestre la fragilidad de nuestro sistema institucional, paradójicamente cuando este gobierno

La salud de la Presidenta es una cuestión de Estado

Lo que ocurre es que esa fortaleza se ve contrarrestada por la enorme personalización del poder en manos de la señora presidenta de la Nación, por lo que cualquier circunstancial ausencia de ella, por breve que sea, conduce a que todo la dirigencia y la sociedad se preocupen en grado sumo por la continuidad del ejercicio de gobierno.

Pero ello no sólo obedece a la concentración del poder, sino también al modo en que la señora Fernández de Kirchner procedió a la elección de su vicepresidente, sin consultas de ningún tipo y apostando a no mucho más que su intuición personal.

La consecuencia práctica de tan discutible modo de decisión nos conduce a que durante el tiempo que la presidenta tome para reponerse de su operación, el Poder Ejecutivo estará conducido por  uno de los dirigentes más cuestionados y desprestigiados del país, como es el caso de Amado Boudou, quien posee una gran cantidad de causas judiciales que si se demoran  en su resolución es sólo por la importancia institucional del personaje.

Sin embargo ese mismo “atraso” judicial hoy atenta contra la credibilidad y legitimidad del sustituto, aunque todo se ajuste a la legalidad constitucional.

Junto a esa dificultad producida por un estilo de conducción muy cerrado, se encuentra otra cuestión igual de cuestionable: el secretismo que rodea a la mayoría de las decisiones del poder político, lo cual pasa a ser algo particularmente grave cuando se trata de la salud presidencial, un hecho de enormes implicancias públicas por la magnitud institucional de la persona que ejerce tan crucial responsabilidad.

Por eso, la mejor forma de tranquilizar a una sociedad sinceramente preocupada por la ausencia temporaria de quien fue elegida por el voto popular, sería la de haber explicitado desde el primer momento toda la crónica que la llevó a sus actuales problemas físicos, de modo que todos podamos saber a qué atenernos y de ese modo confiar enteramente en la autoridad presidencial, sin confusiones o dudas de ningún tipo a las que pueda conducir cualquier desinformación.

Quizá esta situación, frente a la cual deseamos la mejor y más pronta recuperación para la señora Cristina Fernández, nos sirva también para perfeccionar aquellos aspectos de la democracia en los que aún estamos en deuda, porque la autoridad presidencial no se fortalece con la centralización del poder en la persona que la ejerce, sino, contrariamente, con la apoyatura de una serie de colaboradores con la suficiente influencia, prestigio y participación en las decisiones que ante cualquier trastorno, se encuentren enteramente capacitados y legitimados para el reemplazo transitorio. Que, lamentablemente, ese no es el caso del actual vicepresidente que no reúne ninguna de esas condiciones.

Tampoco ayuda mucho para la mayor fortaleza institucional una conducción política que no realiza reuniones de gabinete, con lo cual nadie cercano al poder presidencial tiene los atributos suficientes para garantizar una continuidad no traumática durante la falta de su titular, además de no realizar conferencias de prensa, con lo cual el periodismo no puede ni preguntar ni obtener las respuestas necesarias  para que la opinión pública sepa bien de qué se trata.

Es entonces fundamental aprender de la experiencia práctica y apostar a una mayor apertura de todas las decisiones para que cuando nos enfrentemos a situaciones difíciles como la actual, el sistema institucional pueda responder rápida y eficientemente hasta que todo vuelva a la normalidad.

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