“Durante el día no nos ve nadie. Ustedes nos miran a los ojos, nos reconocen por nuestros nombres”. Esta frase es una de las que Marcela, miembro del grupo Ayuda Urbana, ha escuchado un lunes a la noche, junto a estudiantes de medicina y odontología, de la boca de personas en situación de calle.
Es que este día, desde las 21, aproximadamente, un nutrido grupo de personas recibe asistencia médica en la plaza Independencia (Mitre y Espejo) y de paso, acompaña el examen de salud con un buen plato de comida caliente.
En 2014, la Universidad Nacional de Cuyo -en el marco de los proyectos Mauricio López- puso en marcha este programa que busca recuperar el derecho a la salud de mujeres y hombres en situación de calle del Gran Mendoza.
En aquella oportunidad, los estudiantes de esta casa de altos estudios trabajaron en colaboración con la organización “Luciérnagas” y este año lo hacen con “Ayuda Urbana”, integrado por miembros de la iglesia Adventista.
Tal como explicó Adriana Defacci, coordinadora del programa, la idea es acompañar a que las personas en situación de calle puedan hacer uso de un derecho que les corresponde, y es el acceso al sistema de salud pública.
“Vienen chicos de cuarto año de las carreras de odontología y medicina. Los primeros captan a aquellas personas que tienen problemas y los derivan a la facultad. Los chicos de medicina, les toman la presión, les dan atención médica y luego les buscan turnos para tratarse la afección que tengan”, dijo Defacci, que es socióloga.
La coordinadora también contó que, paralelamente, hacen grandes operativos de salud en donde se realizan análisis clínicos, de vacunación, ginecológicos, odontológicos y oftalmológicos. El próximo será en la iglesia de la Merced, en la 4ta Sección, desde las 9 de la mañana.
"Nos moríamos en la calle"
Se acerca curioso. Solo escucha lo que los otros comentan y de a poco se va animando. La primera frase que lanza Alejandro Fernández (46), casi como si fuera una orden, es que "hay que pedir permiso". Se refiere a que no quiere que los periodistas invadan a los pobres como si fueran bichos raros. Son hombres y mujeres, iguales a los demás. Y tiene razón.
Alejandro hace 7 años que vive en la calle y cuando se va soltando dice que principalmente viene a la plaza para poder charlar un rato con otras personas, que la comida es una excusa. “Sentimos que tenemos prioridad. Una que no siempre nos dan. Antes nos moríamos en la calle, a la intemperie. Ahora nos sentimos más cuidados”, dice el hombre, entre bocado y bocado, mirando fijo a los ojos.
Dice que tiene 8 hermanos, y que actualmente vive con una “mamá del corazón”, en una casa que le han prestado. Que tres de sus hermanos se fueron a vivir a Puerto Madryn y que el resto vive en San Rafael, donde Alejandro nació.
Ya en confianza, se anima a decir que en realidad la comida en la plaza es una ocasión para “no andar enroscado” y que por eso prefiere estar así, con gente. “Vengo acá, hago changas. Lo hago para no mandarme una cagada como agredir a alguien”, cuenta con dureza, pero al rato, como para matizar y casi como una disculpa, agrega: “Yo antes era fotógrafo, retrataba paisajes”.
Alejandro recibirá atención odontológica ya que ha perdido, como muchas de las personas que acuden los lunes a la plaza, varias piezas dentales. Una estudiante de odontología, Agustina Kozub (23) cuenta cómo se hace el trabajo de asistencia.
“Lo que ocurre es que muchas personas priorizan antes que la boca otras cosas. Pero lo bueno es que hay gente interesada que aprovecha los subsidios a las prótesis que hacemos en la facultad”, dice la joven confesando que una vez una de las mujeres de la plaza le contó que del dolor se arrancó los dientes sola: “Imaginate cómo habrá sido para que se haga una extracción sola, sin anestesia”, comenta.
Por otra parte, agrega que una vez que acceden a que los ayuden hay que trabajar con el miedo que muchos de ellos tienen al dentista. “Lo que ocurre es que la mayoría necesita extracciones y luego tratamos de que hagan prevención. Lo que hacemos es contactarlos los lunes y los miércoles los paso a buscar para que vayamos a la facultad. Hasta ahora he tenido muy buenas experiencias. He entablado muy buena relación”, describe.
Mayra Rizzatto (21) está en cuarto año de medicina y dice que está bueno poder ayudarle a la gente, ver qué necesita y tratar de llegar a un acuerdo entre lo que ellos consideran importante y lo que los médicos les dicen que es importante, respecto de su salud.
“Cuando detectás que tienen algún problema es difícil encararlo. Hay que enfocarlo desde varios lugares. Pero lo importante es hacerlos sentir personas”, describe Mayra quien agrega que la mayoría de las afecciones que encuentran son crónicas y que necesitan ser tratadas en el tiempo.
La tarea de los lunes
Antes de partir hacia la plaza, las tareas en la iglesia Adventista de calle Belgrano 1.364 son intensas. En la cocina se están preparando las viandas -este lunes fueron fideos- y el caldo para que las personas puedan irse a dormir con una bebida caliente en sus estómagos.
En un paréntesis de las labores, Marcela Rojas-referente del grupo-, Jonathan Rodríguez y Silvina Passalacqua cuentan que comenzaron en abril del año pasado y que poco a poco fueron sumando más servicios. “Éramos 5 ó 6 y ahora, junto a los estudiantes, llegan a ser 30 personas realizando diferentes actividades”, dice Marcela.
Los chicos relatan que todo surgió porque un pastor, llamado Marcelo Mamana tuvo la visión de ayudar, conformando el grupo SOS y más tarde el actual pastor, Néstor Cerdá, les permitió continuar con las tareas solidarias y formar el grupo Ayuda Urbana.
“El próximo paso es ayudarlos a salir de la calle, dándoles un trabajo, reintegrándolos a su familia, consiguiéndoles un lugar donde vivir o sacarlos de sus adicciones. A los que quieran, porque muchos de ellos están acostumbrados a vivir en la calle y no quieren y eso hay que respetarlo”, cuenta Jonathan.
Una de las curiosidades de la preparación de la comida es que no se utiliza carne de ningún tipo. “Es comida vegetariana. A veces la gente nos dice que la comida que le dan otros grupos es mejor, pero que con nosotros se sienten más cómodos para charlar”, confiesan los miembros de la iglesia con humor.
Al margen del afecto
Cuando ya todos tienen su ración y comen mientras charlan sobre su día, Héctor Lorenzo Maldonado (65) se para junto a un farol de la plaza y nos dice que nos acerquemos, que no tiene inconveniente en hablar.
“En un mes voy a tener mi dentadura”, confirma sonriente. “He sido muy responsable, puse mucha fe en la actitud y hoy estoy encaminado. Me están tomando las medidas y dentro de un mes ya voy a poder comer bien. Estoy muy agradecido. Es un sueño que una persona que no tiene recursos pueda acceder a una prótesis”, apunta.
Como Alejandro, dice que la comida es solo uno de los motivos por los que viene los lunes a este lugar, pero reconoce que la asistencia espiritual es también muy importante. “Somos personas desprotegidas de estímulos. El rechazo hacia los marginales te pone al margen del afecto”, agrega.
Para ayudar a Mabel
Mabel Andrada tiene 48 años y se acercó a la plaza con 2 de sus 6 hijos. En julio perdió su casa en un incendio que se produjo por un cortocircuito. Ocurrió en Las Heras, en el barrio Chimbas V y desde entonces circula sin hogar por las calles de la ciudad.
“Me prestan una pieza para dormir, pero ahora me han dicho que la tengo que alquilar. Me cobran 500 pesos y la única forma de tener plata es salir a vender con mis hijos unos stickers. Estamos viviendo los 7 en la pieza”, afirma resignada.
Y aunque a la noche tiene donde comer, durante el día compra comida con lo que saca de sus ventas en el Centro, que también son utilizadas para pagar los gastos de colegio de sus hijos más chicos.
“Me quedé sin nada. Me tiraron la casa abajo y no consigo cómo levantar algo ahí, porque el terreno es mío. Para colmo no consigo trabajo. Aunque tengo la secundaria completa”, añade la mujer.
La sachetera
Una de las actividades solidarias que realizan los chicos de la iglesia Adventista es la denominada “Sachetera”. El proyecto consiste en elaborar bolsas de dormir compuestas por sachets de leche usados. Una vez limpios, los sachets son pegados con una termo selladora y luego recubiertos con tela de polar, que se compra por rollos.
“Utilizamos unos 76 sachets y se elaboran alrededor de dos bolsas por día, porque lleva mucho trabajo fabricarlas. Los sachets son térmicos y conservan el calor. Es una forma de hacer que el invierno sea menos difícil para la gente en situación de calle y de paso cuidamos el medio ambiente”, explica Silvina Passalacqua. “Ahora estamos trabajando para el próximo invierno, así podemos ganar algo de tiempo”, agregó Marcela Rojas.