De salto en salto

Entre cascadas y caídas de agua de forma horizontal o vertical, todo fluye en la ruta que protege un ambiente único en el planeta.

De salto en salto
De salto en salto

La selva llama. La invitación es a meterse en los imperios del verde para comprenderlo, para protegerlo. Quizá muchos hayan pasado por la maravilla de las Cataratas como nosotros, pero esta vez las asaltamos para descubrir otras aguas y tantos otros tonos de verdes, en el mismo territorio misionero, a pocos kilómetros aunque más desconocidos.

En un apurado inventario registramos: una mata extraordinaria sobre la roja tierra con especies únicas; cursos de aguas y cascadas antojadizas siguiendo o escapando del Paraná y el Uruguay entre otros ríos y arroyos; parques y reservas, poblados típicos, pueblos nativos; exclusivos lodges de selva y alojamientos de distinta categoría; una fauna sorprendente y un apabullante registro de aves, que si no las ve, seguro las siente.

Entre Aristóbulo del Valle y Puerto Iguazú transcurre la Ruta de la Selva, varias localidades y mucha gente deseosa de guiar hacia una experiencia inolvidable. Porque como dicen por aquí el concepto de selva de los que llegan es bastante vago, entonces los locales se apuran a enseñar. Y para aprender hay que ponerse zapatillas, ropa cómoda, repelente, gorra, anteojos de sol y no olvidar ningún dispositivo para capturar imágenes únicas. Pero en especial hay que despertar los sentidos puesto que van a necesitarlos.

El aroma a tierra húmeda está presente en cada salida, y con él los que arrojan las plantas, flores y árboles que sería imposible nombrar, pero que en el trayecto junto con sus tamaños, formas y texturas acompañan al viajero desde la línea del asfalto hasta la más espesa promiscuidad donde apenas hay penumbra. Las aves, como todos los animales que habitan la zona se oyen como la banda sonora estable que sólo es apagada por las caídas de las aguas.

Hay que ponerse activos, observar, tocar, oler, escuchar e interrelacionar cada elemento, dice el guía antes de ingresar al Parque Provincial Salto Encantado. Allí comienza la experiencia que tiene como meta encontrar la caída del arroyo Cuña Pirú, pero que en el trayecto transita por angostos senderos y abruptos descensos hacia el agua, frondosos bosques, laderas rocosas y claros mágicos cercanos a los numerosos saltos que convocan en más de 700 hectáreas.

Desde el centro de interpretación, visita muy útil para descifrar el ecosistema, a poco en vehículo o por las pasarelas se llega a uno de ellos, la Olla y en el camino según el tiempo destinado a la excursión, se verán los otros. Aunque la leyenda del más grande ya lo hace tentador: una historia de amor trunco por supuesto entre jóvenes de tribus opuestas habría desencadenado la muerte de los amantes frente a las flechas de sus propias familias en el lugar en que Tupac, su dios, creo luego el salto Encantado para que nadie los olvide. Desde las zonas más altas las aguas que caen se ven como una herida en la espectacular manta enverdecida que resume toda la visual.

El parque cuenta con guías, piscina natural, y todos los servicios para quedarse y pasarla bien, incluso camping y asadores para los que gusten instalarse por unos días.

Los saltos del Moconá

Un gomón espera sobre uno de los tantos arroyos cercanos al río Uruguay, enmarcados por paredes enormes de árboles que suben en su eterna competencia por la luz. Chalecos, cámaras y a avanzar. Algunos pescadores a la orilla, allá lejos, por lo demás esto es la nada misma a pesar que la ruta está cercana. Cuentan que antes era casi imposible acceder, pero ahora con el asfalto, el centro de interpretación y las pasarelas que pronto se inaugurarán, la cosa cambió para bien de los turistas.

El río se vuelve más caudaloso, ya en el ancho río, de un lado Argentina del otro Brasil, ambas orillas con sus áreas protegidas (Parque Provincial Moconá a la izquierda, do Turbo a la derecha en la denominada biosfera Yabotí). El conductor detiene el motor para empezar a divisar los lejanos saltos por ahora, y las aves que atraviesan el espacio aéreo de dos países.

El Moconá es ese que todo lo traga según lengua guaraní. La falla geológica reúne los ríos Yabotí, Pepirí Guazú, Uruguay, Serapio y Calixto y es la única de su tipo en el mundo. Nuevamente el motor en marcha y el rugido del agua más cercana, hasta que la caída empieza tímida y se torna tumultuosa. El cañón por el que desborda el agua tiene tres kilómetros de largo con caídas de agua paralelas a su cauce. Esta es precisamente la diferencia con una cascada o catarata, que es transversal ?acostada- llegando a unos 25 metros de altura y con la increíble profundidad de 115 metros.

La cosa acá es mojarse, entonces el conductor se arrima más y más a los saltos mientras los viajeros hacen peripecias para sacarse la foto con las aguas de fondo y tocándoles la piel. La estabilidad resulta difícil, hay remolinos frenéticamente caudalosos. Las rocas se dejan ver tras la cortina líquida que también ampara florecitas, algunas plantas como helechos y a unos simpáticos loritos que pasan sus días allí.

La selva misionera sigue mostrándose cuando la embarcación nos arroja a la orilla, las picadas en 4x4 son la aventura que sigue. Matas de tacuara, helechos arborescentes, raíces expuestas y los habitantes más silenciosos o los más ruidosos: Pájaro campana, el Martín pescador de gran tamaño, hay carpinteros por aquí también y boyeros caciques, como el azul que tanto persiguen las cámaras expertas y las típicas yacutingas, entre las casi 1.000 hectáreas del parque.

Los diversos estratos selváticos se divisan mientras una vez a pie nos internamos en caminitos pocos pisados para seguir la experiencia misionera. En un viraje que el novato no descubre, un brazo de el río, mucho más tranquilo para animarse al canotaje, para los que no quieren remar, un paseo en las embarcaciones guaraníes, los caicos.

Otro punto de la Ruta

En un salto de cientos de kilómetros, La Reserva San Jorge situada en Puerto Bosetti, en el Municipio de Puerto Libertad, es otro de los atractivos de la ruta. Muy cerca de las Cataratas de Iguazú cuenta con un sector de conservación estricta, el denominado Perobal. Se trata según nos explican de una yunta muy particular, la del Palo rosa o Peroba y el Palmito en los que se asocian en su persistencia por la vida. Es increíble la altura de los ejemplares que llegan a medir hasta 35 metros, claro los más viejo que tienen hasta 400 años, un lujo que la naturaleza por estos lados se da, siempre y cuando sigan impidiendo el desmonte.

En el predio la excursión sigue embarcada hasta el Salto Yasý formada por el río homónimo que se lanza sobre el Paraná en rápidos y cascadas magníficas, en un ambiente de ensueño. Fotografiarla es una cosa, meterse en los piletones es a lo que se refiere, la Ruta de la Selva.

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