De los distintos bienes culturales y arquitectónicos de nuestra provincia, y en particular de la ciudad de Mendoza, algunos necesitan una urgente intervención para frenar la franca caída que vienen acusando.
Indudablemente son tiempos difíciles para el patrimonio que necesita de presupuesto. Reconocemos que diferentes áreas de la administración pública tienen recursos muy medidos o francamente escasos; empero, no deberían restarse esfuerzos para encarar acciones de conservación preventiva y proyectos de rehabilitación en este campo, a riesgo de lesionar y hasta perder, como ha ocurrido, valiosos bienes arquitectónicos escultóricos, pinturas, edificios históricos o religiosos y sitios arqueológicos.
“Siempre habrá urgencias sociales y mejores causas en que invertir los fondos del Estado, pero si no se hubieran realizado aquellas obras que no fueron imprescindibles en su momento, todas las ciudades del mundo serían más o menos iguales, amorfas e inhabitables”, razona en este aspecto la arquitecta y especialista en la materia Cecilia Álvarez.
Los bienes patrimoniales sólo sirven si están en su mejor expresión, y los organismos estatales tienen que empeñarse por dar esa batalla, con la adhesión y el apoyo de organizaciones civiles, vecinos, colegios de profesionales y gestores turísticos.
Si bien rescatamos la prometida reparación y puesta en valor del Museo Guiñazú-Casa de Fader, nos preguntamos por qué no llega una solución para el importante mural del Correo Central, del artista Amadeo Dell'Acqua, que está semidestruido.
Hay otras realidades, más amplias y riesgosas, que hacen temer que determinados bienes entren en franco y seguro deterioro, muchos en forma silente, por lo tanto más peligroso. En otros países se establecen programas de prevención y se definen acciones concretas. Entre nosotros, se aguarda el lanzamiento de un plan orgánico para evitar continuar en este franco retroceso.
Es lo que ocurrió con los petroglifos del cerro Tunduqueral, en Uspallata, sometidos a un vandalismo salvaje a punto tal que la mayor parte de su riqueza está perdida.
Igualmente se esperan acciones urgentes que recompongan el envejecimiento y maltrato que padecen edificios públicos únicos, como el antiguo Banco Hipotecario o su vecino, la añeja sede del ex Banco de Mendoza. Desde hace años se sabe que el vitral del espacio central, que es una maravilla, está en riesgo de colapsar.
Los monumentos se van deteriorando y no reciben tareas de limpieza o restauración. Hasta una obra que se restauró en 2004, como la Fuente de los Continentes, está oxidada y funciona de a ratos. Ni qué decir de las luces de los Portones del Parque, que en la actualidad lucen bastante lúgubres pese a no muy lejanos trabajos de recuperación.
Pinturas, ni hablar. Cuadros al óleo de colecciones oficiales (Casa de Gobierno, Legislatura) llenos de raspaduras, agujeros, sucias o con los marcos sueltos.
Todos los elementos descriptos (y muchos más) importan por sí solos, para una valoración de nuestra historia e identidad. Pero, además y ahora que se habla tanto de turismo, mucho de ese universo sobre el que pedimos amparo tiene estrecha vinculación con la industria sin chimenea, una actividad que Mendoza se esfuerza en desarrollar y que se traduce en una genuina fuente de ingresos.
Jorge Ricardo Ponte lo advierte en el artículo “El patrimonio tangible de los mendocinos” (Mendoza, identidad, educación y ciencias, 2007, Ediciones Culturales de Mendoza), cuando señala que “los valores culturales del patrimonio no se desnaturalizan por vincularse a los intereses turísticos. Al contrario, la mayor atracción que adquieren los monumentos y la cantidad de personas que los visitan los convierten en un motivo de orgullo regional o nacional”, refiriéndose a los monumentos, pero seguramente también piensa en otros elementos que hemos descripto.
Esperamos que en la próxima reunión del Consejo Provincial del Patrimonio se disparen acciones muy concretas y se empiece a revertir el cuadro patrimonial negativo que se observa en la actualidad.