Por Thomas L. Friedman - Servicio de noticias The New York Times © 2016
Es lunes y eso significa que es día de mudanza en Agadez, el crucero norteño en el desierto de Níger que es el principal trampolín para migrantes que salen del África Occidental huyendo de la devastada agricultura, sobrepoblación y desempleo; migrantes de una docena de países se reúnen aquí en caravanas cada noche de lunes y se lanzan en una carrera loca a través del Sahara hasta Libia, abrigando la esperanza de dar el salto más adelante a través del Mediterráneo hasta Europa.
La formación de esta caravana es toda una escena para presenciar. Si bien es de noche, el termómetro aún marca 40°C, y hay poco más de una luna creciente para iluminar la noche. Después, repentinamente, el desierto cobra vida.
Mediante el servicio de mensajería WhatsApp en sus teléfonos celulares, los contrabandistas locales, vinculados con redes de traficantes que se extienden a lo largo de África Occidental, empiezan a coordinar a escondidas la carga de migrantes desde casas de seguridad y sótanos a lo largo de la ciudad. Se han estado reuniendo durante toda la semana desde Senegal, Sierra Leona, Nigeria, Costa de Marfil, Liberia Chad, Guinea, Camerún, Mali y otros poblados en Níger.
Con entre 15 y 20 hombres -ni una mujer- apiñados en la cama trasera de una camioneta Toyota, sus brazos y piernas derramándose hacia los lados, los vehículos aparecen de callejones y siguen a autos exploradores que han acelerado más adelante para asegurarse de que no hay al acecho inoportunos oficiales de policía o guardias fronterizos que no hayan sido sobornados.
Es como mirar una sinfonía, pero no se tiene idea alguna de dónde está el conductor. Con el tiempo, todos convergen en el punto de reunión al norte de la ciudad formando una gigantesca caravana de 100 a 200 vehículos, el número necesario para mantener a raya a bandidos del desierto.
Pobre Níger. Agadez, con sus laberintos de edificios ornamentales con muros de adobe, es un notable sitio de Herencia Mundial de Unesco, pero la ciudad ha sido abandonada por el turismo tras ataques cerca de ahí de Boko Haram y otros yihadistas.
Así que, como me explica un contrabandista, los autos y autobuses de la industria turística ahora fueron adaptados para la industria de la migración. Ahora hay reclutadores ilegales, vinculados con traficantes, a lo largo de toda África Occidental que apelan a las madres de niños para que pongan 400 a 500 dólares por enviarlos a buscar empleos en Libia o Europa. Pocos lo logran, pero otros siguen llegando.
Estoy parado en la estación de control de la carretera de Agadez viendo este desfile. Mientras las Toyota pasan rápidamente a mi lado, levantando polvo, pintan el camino desértico con pasmosas siluetas iluminadas por la luna de jóvenes hombres, parados en silencio en la parte trasera de cada vehículo. El pensamiento de que su Tierra Prometida es Libia destrozada por la guerra nos dice cuán desesperadas son las condiciones que ellos están dejando atrás. Entre 9.000 y 10.000 hombres efectúan esta travesía cada mes.
Unos pocos accedieron a hablar, nerviosamente. Un grupo de hombres muy jóvenes de otras partes en Níger me dicen que ellos efectivamente se están uniendo a la oleada para buscar oro en Djado, en el lejano norte de Níger. Más típicos son cinco hombres jóvenes que, en francés con acento senegalés, cuentan una historia muy familiar: nada de trabajo en la aldea, fueron al poblado, nada de trabajo en el poblado.
Justamente como la revolución de Siria fue desatada en parte por la peor sequía de cuatro años en la historia moderna del país, lo mismo es cierto de esta ola de migración africana. Es por eso que estoy filmando un episodio para la serie de Years of living dangerously (Años de vida en el peligro) sobre cambio climático a lo largo del planeta, la cual aparecerá en el Canal de National Geographic el siguiente otoño.
Estoy viajando con Monique Barbut, quien dirige la convención de Naciones Unidas para el Combate de la Desertificación, y Adamou Chaifou, el ministro del ambiente de Níger.
Chaifou explica que África Occidental ha experimentado dos décadas de sequía intermitente. Los periodos secos impulsan a personas desesperadas a deforestar flancos de colinas en busca de madera para cocinar o vender, pero ahora les siguen lluvias cada vez más violentas, mismas que arrastran consigo fácilmente la capa superior del suelo, desprovista de árboles.
En el ínterin, la población explota -madres en Níger tienen siete hijos en promedio- conforme padres de familia siguen teniendo muchos hijos por el seguro social, y cada año más tierra fértil es consumida por la desertificación.
“Actualmente perdemos 100.000 hectáreas de tierra arable cada año ante la desertificación”, dijo Chaifou. “Y perdemos entre 60.000 y 80.000 hectáreas de bosque cada año”.
Hasta donde se recuerda, dice, la temporada de lluvias “empezaba en junio y duraba hasta octubre. Ahora tenemos más lluvias fuertes en abril, y es necesario plantar justo después de lluvias”. Pero, después se seca de nuevo durante uno o dos meses, y entonces regresan las lluvias, mucho más intensas que antes, y causan inundaciones que se llevan consigo a los cultivos, “y esa es una consecuencia del cambio climático”; causada, agrega, principalmente por emisiones del Norte industrial, no de Níger o sus vecinos.
Barbut, de la ONU, dice: “La desertificación actúa como el gatillo, en tanto el cambio climático actúa como un amplificador de los desafíos políticos que estamos presenciando actualmente: migrantes económicos, conflictos entre etnias y extremismo”.
Ella me muestra tres mapas de África con un contorno oblongo alrededor de una bola de puntos arracimados en medio del continente. Mapa Núm. 1: las regiones más vulnerables a la desertificación en África en 2008. Mapa Núm. 2: conflictos y disturbios por alimentos en África entre 2007 y 2008. Mapa Núm. 3: ataques terroristas en África en 2012.
Los tres contornos cubren el mismo territorio.