Si bien es cierto que el día de San Vicente Ferrer es el 5 de abril, "el San Vicente" es un ritual practicado en las más duras sequías de nuestra tierra. El agua es vida y lo saben muy bien los agricultores y ganaderos.
Este año, particularmente, es un período sumamente seco en el que las lluvias no se han hecho presentes. Ello ha provocado que los agricultores y ganaderos clamen por agua por ella al ver morir a sus cultivos y sus animales de sed y hambre. San Vicente fue un Santo que vivió en Valencia en una zona de escasas lluvias y que conoció la tristeza de la falta de agua y la alegría de la lluvia salvadora, alegría hecha fiesta entre sus propios paisanos.
Desde principios del Siglo XX en San Carlos se recurre a Él para implorarle su intercesión ante Nuestro Señor para que traiga la lluvia. Imagino que debe haber llegado de la mano de los primeros sacerdotes y laicos venidos de Europa. Creo que no sería extraño que fuera anterior, sobre todo cuando la presencia religiosa es centenaria. El mismo Lima recuerda que el cuadro de la madre de doña Lucrecia, una mentada rezadora, es anterior a 1900.
Sin duda que este sacramental de la Iglesia, como ceremonia religiosa popular, ha ido tomando matices propios de cada región y en muchos casos ha dependido del estilo de los "rezadores". Este domingo 5 de julio pasado se renovó esta antigua tradición en el paraje de La Salada, puerta de entrada a las Huayquerías, una de las zonas más áridas y desérticas de la provincia.
En el rito del enterratorio se cava una fosa de unos 70 centímetros de profundidad y allí se coloca primero la estatua, que se encuentra en una caja de vidrio, con el Santo boca abajo. Luego el cuadro de la misma forma, rociando a ambos con abundante vino tinto. El cura lo riega con agua bendita, se los cubre luego con una tela blanca y después se los tapa con la tierra que antes se había extraído.
Se coloca boca abajo a San Vicente expresando el amor por la madre tierra que adentro guarda la vida, la fecundidad, el agua…