Ni duda cabe de que en este tiempo de Navidad deseamos la paz, la bienaventuranza, la felicidad, la esperanza de una mejor vida para todos.
Para quienes interpretamos la Navidad como la llegada de Jesús -con su modo de vivir y de decir- y si así la deseamos vivir, será oportuno volver a las fuentes de la felicidad y de la paz que la celebración promete.
- Felices quienes reciben la vida como un “don” y como una “oportunidad” para hacerla útil y buena para los demás.
- Felices quienes desean y hacen a los otros todo lo bueno que desean para sí mismos.
- Felices los que agradecen y cuidan al Mundo que nos ha posibilitado la belleza y la hondura de la vida.
- Felices los que, más allá de lo que vemos y tocamos, descubrimos a “ese Otro” que vive en el universo y en cada uno de nosotros.
- Felices quienes no traicionan su conciencia buscando su propio interés, el dinero o el poder.
- Felices los sobrios, los austeros, los que consumen sólo lo necesario, los disponibles para socorrer a los otros en sus necesidades.
- Felices los que no contaminan el aire, la tierra y el agua, los que trabajan por respetar y conservar el planeta.
- Felices los que se esfuerzan y trabajan por establecer relaciones justas y solidarias, a la vez que estructuras democráticas que nos ayuden a ser mejores ciudadanos.
- Felices quienes se arriesgan y padecen incomprensión y persecución por impulsar la justicia social y los derechos humanos para todos.
- Felices quienes no se ocupan todo el día de sus negocios y ofrecen algo de su tiempo en favor de los más desamparados, sin pedir nada a cambio.
- Felices quienes no se corrompen, quienes denuncian -con grave riesgo de sus vidas- la corrupción, el engaño, los abusos, las violaciones, los totalitarismos.
- Felices los que ofrecen formación e información, los preocupados para que todos aprendan, los abiertos a las opiniones y al diálogo.
- Felices los que posibilitan nuevas relaciones entre las personas, un nuevo modelo de organización social y una ética sincera (¡no códigos ni arreglos entre partes!) para liberarnos de la resignación, de las agresiones y de la pereza cívica.
- Felices los que reciben y atienden al que tiene sida, al rechazado por inmigrante, por su color, etnia o pobreza, porque no tiene techo, por su orientación sexual... porque así se construye una sociedad de iguales.
- Felices los que, cuando escuchemos los gritos de los desocupados, de los maltratados, de los esclavizados, de los excluidos de la mesa de la vida, nos animemos a exigir y luchar por un mundo justo, por otro mundo posible.
Mis oídos creen percibir el acostumbrado comentario a las frases que anteceden: “Sí, eso es muy hermoso y, de concretarse, todos seríamos más felices, pero, ¿quién o quiénes pueden realizar esas bienaventuranzas en esta sociedad tan complicada y egoísta?”
Precisamente por eso, al comenzar, invoqué a Quien llega a nosotros con su vida, con su palabra y con su ayuda. Quienes decimos creer en Él, tendremos que demostrarlo con nuestras obras y actitudes. De lo contrario, la Navidad habrá perdido -una vez más- su sabor.