El brote de sarampión que provocó un estado de emergencia en el condado de Rockland en el estado de Nueva York tuvo un origen muy remoto: un peregrinaje jasídico anual de Israel a Ucrania.
Esta situación es emblemática de una serie de brotes virulentos y, algunas veces, vinculados —en lugares tan diversos como Indonesia, Filipinas, Madagascar y Venezuela— que han perturbado a los funcionarios de salud a nivel mundial, pues revelan las deficiencias persistentes en los esfuerzos mundiales de vacunación y amenazan con opacar el que había sido un logro insigne de salud pública.
En 2001, la Organización de las Naciones Unidas le declaró la guerra al sarampión. Con ayuda del gobierno federal, la Cruz Roja estadounidense y donantes importantes como Ted Turner y Bill y Melinda Gates, la ONU dio inicio a la Iniciativa de Lucha contra el Sarampión y la Rubéola y creó la Alianza Mundial para Vacunas e Inmunización, conocida como Gavi, por su sigla en inglés.
En conjunto, invirtieron miles de millones de dólares en comprar vacunas y ayudar a los países a aplicarlas con seguridad, lo cual implicó la construcción de centros con refrigeradores de almacenamiento, el suministro de agujas limpias y la capacitación de vacunadores, además de superar otros obstáculos logísticos que son comunes en los países pobres.
Los funcionarios de salud pública de todo el mundo dieron seguimiento a los resultados, supervisando los casos y rastreando los brotes. Las noticias eran prometedoras: los casos de sarampión disminuyeron en todo el mundo casi un 80 por ciento entre el año 2000 y 2016, y la tasa de mortalidad —principalmente entre niños menores de 5 años— cayó de alrededor de 550.000 a cerca de 90.000 decesos al año.
No obstante, hace dos años, los casos de sarampión volvieron a subir de manera inesperada, puesto que aumentaron el 30 por ciento en un solo año. El virus volvió a invadir países donde casi había desaparecido.
El factor más importante de este aumento, según funcionarios de la Organización Mundial de la Salud, fue la pobreza: los sistemas médicos en muchos países continúan siendo demasiado débiles para vacunar a suficientes niños cada año y mantener a raya al virus. A fin de evitar la diseminación de los casos importados, alrededor de un 95 por ciento de los ciudadanos de un país debe ser inmune, ya sea mediante la vacuna o porque padecieron la enfermedad en la infancia.
Con la llegada de nuevos bebés, se crean nuevos grupos de posibles víctimas, salvo que la vacunación continúe. Los activistas antivacunas, los rumores falsos y los errores graves de algunas empresas farmacéuticas que fabrican vacunas han contribuido en conjunto al rebote mundial.
El transporte aéreo ha promovido la diseminación del virus, como se ha visto también en el caso de virus como el síndrome respiratorio de Oriente Medio y el zika. Lo mismo ha sucedido con las "redes de la diáspora", comentó Heidi J. Larson, directora del Proyecto de fomento de la confianza en las vacunas de la Escuela de Higiene y Medicina Tropical de Londres, entendidas como un conjunto de personas vinculadas por la cultura en todo el mundo, que comparten creencias y, en ocasiones, patógenos.
El brote de sarampión en Israel comenzó en marzo de 2018, aparentemente, en la pequeña comunidad ortodoxa de Safed, al norte del país, comentó Patrick M. O'Connor, quien encabeza el equipo de control rápido de enfermedades de la oficina europea de la OMS, a cargo de Israel. La resistencia a las vacunas no motivó este brote. Los rabinos judíos ortodoxos "no tienen problemas con las vacunas, que se consideran un producto que salva vidas", comentó O'Connor.
Además, el ministro de Salud de Israel, Yaakov Litzman, es un rabino ortodoxo que creció en Brooklyn y su ministerio provee vacunas de manera gratuita."No obstante, hay una desconexión entre el sistema de salud israelí y la población a la que se supone que da servicio", agregó O'Connor.
Las clínicas que ofrecen vacunas por lo general no estaban abiertas en los días más adecuados o eran incapaces de atender a grupos numerosos. Las familias judías ortodoxas están integradas por hasta doce niños y puede ser difícil asegurarse de que a todos se les apliquen las dos dosis de la vacuna contra el sarampión a tiempo. A fin de cumplir con la programación del Ministerio de Salud de Israel, es necesario que un niño acuda a nueve citas médicas antes de cumplir 6 años para que cuente con todas las vacunas contra catorce enfermedades.
Los niños reciben la vacuna contra el sarampión cuando tienen entre 1 y 6 años. Los índices de vacunación entre la comunidad ortodoxa en Israel rondaban el 80 por ciento, mejor que en muchos otros países, pero no lo suficiente para detener el sarampión. Otro factor que contribuyó es que se lleva a los niños a las bodas o reuniones ortodoxas incluso si están enfermos.
Al principio, el virus avanzó lentamente entre las comunidades ortodoxas de Jerusalén y Tel Aviv. Luego, en setiembre, comentó O'Connor, surgió un brote importante en Ucrania que superó el modesto brote de Israel y, probablemente, condujo de manera indirecta a los brotes en el Reino Unido y Estados Unidos.
Ucrania está pasando por un brote de sarampión que comenzó en 2017.En el país ha habido casi 70.000 casos, más que en ningún otro país en años recientes. Sin embargo, se cree que el verdadero problema comenzó durante la celebración del Rosh Hashaná, el Año Nuevo judío. Cada año durante esta festividad, decenas de miles de judíos ortodoxos viajan a Uman, una ciudad ucraniana donde la tumba del rabino Najman de Breslav, fundador de una rama del jasidismo, se ha convertido en un sitio popular de peregrinaje.
El año pasado, el Año Nuevo judío se celebró a principios de septiembre. A finales de ese mes, se dispararon los casos de sarampión en Israel, que en su punto más álgido sumaron 949 en octubre. ¿El motivo? La gran cantidad de peregrinos que regresaron de Ucrania con el virus, según creen los expertos. El brote de Nueva York comenzó en octubre; el primer paciente fue un menor en la sección de Bensonhurst de Brooklyn que había visitado Israel.
Al mismo tiempo, se dio otro brote de esta misma enfermedad entre la comunidad judía ortodoxa de Londres. El escepticismo en las vacunas es más común en Estados Unidos que en Israel y mucho más común en el Reino Unido. El rumor falso de que las vacunas del sarampión ocasionan autismo fue propagado en 1998 por Andrew Wakefield, un médico británico al cual posteriormente se le revocó su licencia para practicar medicina. Muchos brotes de sarampión están entrecruzando el mundo. Siguen patrones similares pero tienen detonadores únicos y suponen retos particulares para la salud pública.
En muchos países se están presentando brotes más grandes que el de Israel. En Madagascar, ha habido 66.000 casos de sarampión, con más de 900 muertes. En India hubo 63.000 casos; en Pakistán, 31.000; en Yemen, 12.000; en Brasil, 10.000 y en Venezuela, 5700.
La mayoría de estos países tienen tasas de vacunación crónicamente bajas, pero en algunos de ellos la situación se ha agravado debido a un conjunto irrepetible de desafíos. Yemen se encuentra inmersa en una guerra civil. El sistema médico de Venezuela no funciona; parte del brote de Brasil se debe a refugiados venezolanos. En los países ricos, el sarampión cobra la vida de una de cada mil víctimas, pero cuando los niños están malnutridos, y no tienen acceso a atención médica para complicaciones como la neumonía o la encefalitis, el sarampión puede matar a uno de cada diez menores, y a veces muchos más en los campos de refugiados, comentó Katrina Kretsinger, una médica de la OMS.
Desde 2000, cuando Estados Unidos acabó con el sarampión en el país, todos los casos provenían del extranjero. A principios de la década de los 2000, la mayoría de los casos llegaron de Japón, donde el gobierno había hecho voluntaria la vacuna después de que se culpó a una vacuna fabricada en el país de casos de meningitis. En 2011, turistas estadounidenses trajeron consigo trece casos de un brote importante en Francia. Un brote en Carolina del Norte en 2013 se originó en India.
Más recientemente, una prolongada epidemia en Filipinas ocasionó un brote en las comunidades amish de Ohio en 2014, que comenzó con un misionero que regresó a la región y el infame "brote de Disneyland" del 2015 que hizo que las leyes relativas a las vacunas en California fueran más estrictas.
Desde hace mucho tiempo, Filipinas ha tenido problemas para vacunar a sus ciudadanos. Este país tiene una población de cien millones de habitantes repartidos entre más de 2000 islas. Su sistema de servicio médico está descentralizado, en algunos lugares no sirve y da un mal seguimiento a los registros médicos de los niños.
En algunas islas hay conflictos armados. Los riesgos de un brote se agravaron en 2017, cuando el lanzamiento de la primera vacuna contra el dengue del mundo tuvo resultados contraproducentes. La vacuna, Dengvaxia, fue retirada luego de que se dio a conocer evidencia de que tenía la misma desventaja siniestra que el virus del dengue: al parecer, la vacuna provocaba que una segunda infección fuera más mortífera.
Los filipinos molestos se rebelaron contra todas las vacunas; los índices de vacunación cayeron un 60 por ciento, según el Ministerio de Salud del país.
Perfil
Donald G. Mcneil Jr: reportero de ciencias que da cobertura a epidemias y enfermedades de los pobres del mundo. Se unió a las filas del Times en 1976 y ha reportado desde sesenta países.