Rumores que matan - Por Ricardo Kirschbaum

Rumores que matan - Por Ricardo Kirschbaum
Rumores que matan - Por Ricardo Kirschbaum

Es curioso: por diversas razones no se confía en las instituciones, pero sí en las falsas noticias. El rumor es tan viejo como el mundo, pero el escrache en las redes, por convocante e instantáneo, es de hoy en día y una formidable fórmula tecnológica de difusión del rumor y de las noticias falsas.

Lo peor, las redes convocan a un escrache y ese escrache termina en asesinato. Hay un muerto, una casa quemada y unos exaltados que linchan al padre de quien creían culpable, pero no lo era. El rumor digital provocó más víctimas, otra vez.

La inmediatez de respuesta a las redes aleja toda posibilidad de cautela. Un chico fue violado en Comodoro Rivadavia, apresan a un sospechoso, que las redes condenan simplemente convocando a ese escrache.

En el escrache, vecinos exaltados matan a golpes y patadas al padre del sospechoso. No saben que el chico violado no lo reconoció. Ni siquiera agreden al sospechoso. Agreden al padre. Y queman la propiedad. La urgencia furiosa de justicia por mano propia, que nunca es nada justa, impide también pensar que si ha habido un violador, ahora los justicieros también son violadores.

Veremos que no se trata de un caso aislado y casero de difusión de supuestas noticias que son noticias falsas.

Fake news es como se las llama ahora, como si al mencionarlas en inglés fueran algo nuevo. Los emisores de noticias, el periodismo, tienen un responsable. Las redes son impunes total o parcialmente.

A fines de diciembre en Bariloche, Agustín Muñoz se suicidó por un escrache de abuso sexual. La escrachadora se disculpó, dijo que la acusación era falsa, producto de “un momento de bronca y enojo”. Pero cuando no se va a las redes con una mínima responsabilidad, lo que se busca es la viralización que puede matar.

En febrero el diario El Tiempo, de Bogotá, recopiló estos casos, que han aumentado. Octubre: en una cadena falsa de whatsapp se cuenta el supuesto rapto de un niño, que la policía ya había dicho que era falso. Tres personas habían sido detenidas por hurto, la comunidad, urgida por las redes, los condena culpables , ataca a la policía y mata a uno de los presos. Seguimos: en agosto, otra cadena falsa en México genera una turba que quema vivos a dos personas, por secuestradores de niños y vendedores de órganos.

Lo mismo, que en Colombia, habían sido apresados por otro tema, pero la turba no confió en la policía, los llevó a una plaza y los rociaron con combustible. Eran dos campesinos que habían ido a la ciudad a comprar materiales de construcción. Otro caso: en Ecuador, otra cadena falsa acusó a una pareja. Los mataron.

En las redes los acusaron de robar niños pero ellos habían robado celulares. En la India, otra acusación falsa terminó con cinco muertos. Dijeron que se disfrazaban de mendigos para matar y vender los órganos. Eran realmente mendigos. Hace dos días, falsos rumores, sobre secuestros de niñas, generaron una psicosis contra gitanos en Francia.

El escrache digital alentando turbas o la pura lapidación en las redes, es una epidemia que crece sin límites. Los escrachadores con noticias falsas son un peligro y quienes lo siguen, también. Si no se tiene confianza en las instituciones, lo extraño es que se la tenga en anónimos o casi anónimos.

El caso del changarín que mintió haber devuelto 500 mil dólares que supuestamente había encontrado es paradigmático: pocos se preocuparon por cumplir con el ABC del periodismo, confirmar el hecho antes de subirlo a Internet y darlo por cierto.

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