S i recurrimos al Diccionario de la Real Academia Española, veremos que el concepto de síntoma se entiende como “manifestación reveladora de una enfermedad” y “señal o indicio de algo que está sucediendo o va a suceder”.
Por su parte, Freud hablaba de los síntomas de un sujeto como aquellos “actos nocivos o inútiles que este realiza contra su voluntad, experimentando displacer, sufrimiento y a veces incluso dolor; actos que agotan su energía psíquica y algunas veces lo incapacitan para realizar otras actividades”.
Para este autor, todo síntoma poseía un sentido y se hallaba estrechamente enlazado a la vida psíquica del individuo.
Siguiendo esta lógica, podemos entender la importancia de develar cuál es la función que un síntoma está ocupando en nuestra vida. Y no me refiero a su función de displacer obvia y consciente, sino a su función inconsciente. ¿Cuál es el beneficio secundario de un síntoma? ¿Es que en algún punto nos resulta conveniente? ¿Qué papel ocupa en realidad?
De manera inconsciente, el niño fantasea con que ese síntoma suyo puede propiciar algún tipo de reconciliación entre sus progenitores.
A menudo, madres y padres traen a sus hijos a una consulta psicológica porque los chicos están manifestando síntomas en la escuela y en el hogar, tales como dificultades de aprendizaje o para vincularse a sus compañeritos, alteraciones de la conducta, etcétera. Con frecuencia, estos síntomas suelen delatar algún conflicto latente en la dinámica familiar; puntualmente suele tratarse de que la criatura percibe problemas entre sus padres.
Por lo tanto, no es descabellado pensar que, a partir de este síntoma (a niveles más profundos que los que advertimos exteriormente), el niño esté buscando acaparar la atención y distraer a los padres de sus disputas cotidianas. De manera inconsciente, aquí la función del síntoma puede ser lograr algún tipo de reconciliación entre sus progenitores.
Es central develar cuál es la función que un síntoma está ocupando en nuestra vida y qué beneficio secundario sacamos de él.
¿Otro ejemplo? Una persona con una enfermedad psicosomática en la piel, por mucho que lamente verse así, quizás encuentre inconscientemente un beneficio del que no se percata su consciencia. Puede que sea extremadamente tímida y tema socializar. Y tal vez encuentre en su afección una excelente excusa para no exponerse al contacto con otros.
Veamos más situaciones, hagámonos preguntas... Alguien con ataques de pánico (crisis de angustia) o fobias, rituales obsesivos, estrés o lo que fuere, ¿de qué distrae su atención al focalizarse casi con exclusividad en sus síntomas? ¿Será que otro conflicto ha quedado relegado en la sombra de la inconsciencia? ¿Cuál es ese conflicto? Desde luego, eso dependerá de la historia individual de cada uno y es imposible una respuesta general.
Por todo esto, es obvia la importancia de acudir a un profesional de la salud mental ante la aparición de síntomas. Quien los padece, difícilmente pueda advertir por sí mismo el porqué de esos síntomas, qué angustias hay detrás, cuál es el beneficio secundario que traen consigo... Todas cuestiones fundamentales de determinar para retornar a la salud. •
*Psicólogo y autor del libro Los laberintos de la mente (Editorial Vergara). www.espaciodereflexion.com.ar Contenido exclusivo de Rumbos.