“Una mesa diferente”, la columna de Cristina Bajo

Que la vajilla sea de loza o cerámica de colores alegres pero no chillones: amarillo mostaza, rojo lacre o verde seco.

“Una mesa diferente”, la columna de Cristina Bajo
Cristina Bajo escritora. Foto Ramiro Peryera

Para estas fiestas podríamos improvisar otro tipo de mesa: no la mesa con un mantel fino quizá heredado de la abuela, los platos de porcelana que nos regalaron cuando nos casamos y la cristalería divina.

¿Qué tal si armamos una mesa rústica, aunque pasemos las fiestas en la ciudad? Lo rústico tiene un aire de cotidianeidad, de vacaciones, de parientes en casa que resulta tranquilizador. Podemos usar el asador o armar la mesa bajo un árbol, en una galería –si la hay– u optar por la terraza.

No es mala idea usar la madera directamente, con individuales de papel o de tela rústica, como la arpillera o el lienzo.

Usemos vajilla de loza o démonos el gusto de comprar simplemente platos playos y algunos hondos de cerámica, con una o dos fuentes chatas: las más profundas pueden ser de vidrio, que combina bien. Que sean de color alegre pero no chillón: amarillo mostaza, rojo lacre, verde seco.

Usemos los cubiertos comunes, pero si tenemos de cabos de madera, harán juego. Vasos altos y comunes, de vidrio que, si decidimos gastar un poco más, pueden ser de un color que haga juego con el mantel y los platos.

A propósito, el mantel lo elegiría en tono beige u ocre claro; y si usamos papel, color madera. Las servilletas, haciendo juego; si son de tela en composé, podemos darle un toque de distinción presentándolas como en abanico y atadas con una tira de rafia o simple hilo de envolver, o usar retazos de cintas que nos han sobrado de alguna labor, con un moñito. A quien se atreva, que teja al crochet cadenitas con hebras al tono.

No usemos plástico: usemos loza, cerámica –podría ser con detalles en algún color– vidrio, madera y algo de acero inoxidable. A las paneras de mimbre y de paja, podemos agregarles una carpetita, de esas que a veces guardamos porque las hicimos cuando éramos chicas, en la clase de labores, o porque eran de nuestras queridas abuelas. El pan, en bollitos, casero o negro, con algunos grisines –quizás horneados con semillas– y las tostadas, al sentarnos.

No olvidemos las flores. Podemos armar un bouquet con flores rústicas –si son de las que no se marchitan en cuanto las cortas– o buscar entre las flores del jardín. Aunque menospreciados a veces, amo los geranios: ¡tienen tantos tonos distintos de rojos, fucsias y naranjas! Algunos geranios parecen rosas pequeñas por la cantidad de pétalos que tienen; otros, simplemente, dan cuatro o cinco pétalos sencillos. Duran mucho y soportarán el calor de las noches de diciembre y de enero; agreguémosle unas ramitas de romero, que estimulan la buena sociabilidad, abren el apetito y despiertan el ingenio… Sin olvidar que en el Medioevo y en el Renacimiento se usaban para protegerse de las plagas.

Podemos usar floreros chatos, si tenemos, y sino, en frascos de vidrio, cubriendo la parte de arriba con una cinta o dos vueltas de piolín de macramé. Si tenemos alguna yerbera vieja de madera, será una nota diferente; o en alguna tetera que sobrevivió al juego, o una jarrita de latón que quizás tenga una saltadura que, en este caso, parecerá graciosa.

Las jarras: pueden ser de barro, otra de cerámica. Digo, porque recordé a mamá, muy alabada por sus mesas: le encantaba dar usos insólitos a objetos que guardaba con cariño. Por ella escribí esta nota.

Sugerencias:1) Como hemos tenido un año diferente, prioricemos el afecto, la serenidad, los buenos recuerdos; 2) Un detalle: armemos un cucurucho con la servilleta y en el centro, un pimpollo o una ramita de olor; 3) ¡No olvidar velas encendidas en recipientes adecuados!

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