Tenemos un tema con la espera. Son tiempos de cosas inmediatas. Todo lo que no ocurre en segundos es insoportable, un boleto sin escalas a la frustración.
Las redes, la tecnología, nos están configurando en el culto a la velocidad. Se nota en el estado de ánimo que nos provocan mensajes que no se contestan apenas fueron vistos, en páginas web que tardan un instante de más en cargarse. Y también en lo que vemos. ¿Quién soportaría el ritmo de películas de grandes maestros del cine como Ingmar Bergman, Wim Wenders o Tarkovski si fueran estrenadas hoy? La pausa, la invitación al pensamiento que se produce en la lentitud, carecen de mercado en una industria dominada por la necesidad de evitar que nos pongamos a pispear el celular en medio de una escena.
Acciones que se suceden unas a otras, personajes que mueren como moscas, intrigas sobreactuadas para mantener la tensión: que no haya respiros para notar el aviso de un mensajito nuevo. En este momento estoy viendo Too old to die young, una serie que va a contramano de todo esto.
Es un elogio a la potencia narrativa de los silencios, de las tomas largas y el preciocismo estético. Y no es un embole, para nada. Por detrás hay una trama fuertísima sobre policías corruptos, sicarios mexicanos y yakuzas japoneses.
Está en la plataforma de streaming Amazon Prime y la dirige un joven danés, que capaz les suena de la peli Drive, con Ryan Gosling. Tiene algo de Corazón salvaje, de David Lynch y también de París, Texas, de Wenders. De un cine que invitaba a saborear en vez de a devorar. De cuando parecía que teníamos tiempo para hacerlo.