“La reconstrucción histórica es algo que me interesa hace muchos años... Me encanta meterme en la cabeza de los personajes. Para uno de mis últimos libros, Crímenes del Vaticano, arranqué la búsqueda en el año 415, ¡imaginate si estoy enganchado con la investigación! Los que más me atraen son los casos del Río de la Plata de hace muchos años. La memoria colectiva está llena de crímenes asombrosos protagonizados por gente común. Son los casos más difíciles de investigar. Si algún mérito les veo a mis libros es que ponen el ojo en esas personas y circunstancias que la historia oficial invisibilizó”.
Periodista memorioso a la vieja usanza, exjefe de Policiales de Clarín, conductor conocidísimo del Trece y TN, abogado y escritor, Ricardo Canaletti acepta gustoso el convite de Rumbos para conversar sobre los casos policiales más viejos e inquietantes de los que se tenga registro en nuestro país. Muchos de estos casos están incluidos en Crímenes sorprendentes de la historia argentina, un libro que Canaletti publicó en 2014 y con tanto éxito, que acaba de ser reeditado por el sello DelBolsillo. Repasamos con él los misterios que rodean estos asesinatos y su propia fascinación por investigar antiguos casos policiales.
-En tu libro Crímenes sorprendentes de la historia argentina, recuperás casos ocurridos entre 1820 y 1930. ¿Cómo se abordaba la investigación de un asesinato en esos tiempos fundacionales de la Argentina y sin los recursos de la criminalística actual?
-En aquel entonces se utilizaban métodos muy rudimentarios, por supuesto, no científicos. En todo el Río de la Plata no había ningún elemento objetivo de investigación. Si no se trataba de un delito descubierto in fraganti, se confiaba en la palabra de un vecino “notable” de la ciudad que pudiera dar fe del suceso. Y, sobre todo, se usaba la tortura y el preconcepto: si era un crimen con cuchillos, primero se sospechaba del carnicero. Estos eran los recursos con que contaba la policía acá y en todas partes. Torturas, soplones, interrogatorios muy violentos. La policía inglesa también empleó la tortura en el caso de “Jack El Destripador”, en 1888.
-¿Cómo eran los expedientes judiciales de hace más de cien años? ¿Quedaba documentada de alguna manera, por ejemplo, la escena de un crimen?
-En las investigaciones de antes no había análisis de la escena del crimen ni del arma homicida... En el cambio de siglo ya empezaba a hablarse del Método Vucetich de huellas dactilares pero no lo tomaban en serio. Para la policía, un caso se resolvía cuando se lograba una confesión, y para eso estaba la tortura. El caso de Francisca Rojas es ejemplo de esto que cuento: ella mató a sus dos hijos en 1892, y si bien unas manchas de sangre en una puerta evidenciaron que era la asesina, la policía le arrancó la confesión con tortura.
Además, la mirada machista de la época, que operaba desde la justicia, la policía y la prensa, pasó por alto que ella era una mujer golpeada y humillada por su marido, y que el hombre la había amenazado varias veces con sacarle a los hijos. Tampoco fue aportada a la causa el arma homicida, que fue hallada escondida en el techo de paja y está poco descripta en el expediente. Este caso es famoso en el mundo, no por todo esto, sino por considerarse el primero “resuelto” gracias al Método Vucetich.
-En 1890, La Nación y La Prensa se hicieron eco de un caso conmocionante: el crimen del inmigrante francés Bouchon Constantin a manos del “envenenador” Luigi Castruccio. Los artículos periodísticos analizaban la personalidad del asesino y hasta el famoso alienista José Ingenieros se involucró en la investigación. ¿Fue el primer asesino famoso de nuestra historia?
-Es un caso interesantísimo. Luigi Castruccio era un genovés que estaba completamente loco. Había llegado a la Argentina a sus quince años, en 1879, con un hermano que se volvió enseguida y su padre, que pronto se murió. Acá se hacía llamar Luis. Cuando decidió ejecutar su plan, diez años después, fue probando con varios incautos hasta dar con un francés de 24 años que recién había llegado a Buenos Aires, Albert Bouchon Constantin. Primero lo contrató como mucamo y después ganó su confianza y lo convenció de tramitar un seguro de vida, del cual Luis sería beneficiario. Entonces puso en marcha la segunda parte del plan, que consistía en darle al mucamo pequeñas dosis de arsénico mezcladas en las comidas... Bueno, se lo recuerda como el primer envenenador del país, pero la verdad es que a Bouchon Constantin lo mató con un trapo con cloroformo, tal vez harto de esperar a que el veneno hiciera efecto.
En 1910 se publicó un informe sustancioso de José Ingenieros sobre el estado mental de Castruccio. El dictamen fue que se estaba frente a un “enfermo moral” responsable de su crimen, por lo que el alienista recomendó su internación. Al primer envenenador de la Argentina lo indultaron el 6 de diciembre de 1899, cuando se encontraba frente al pelotón de fusilamiento en la vieja Penitenciaría Nacional.
-Los investigadores creían que Castruccio tenía “las facciones de un delincuente nato”... ¿Cuánta influencia tenían, sobre la policía y los jueces argentinos, las ideas de César Lombroso? ¿Qué postulaba este criminólogo italiano?
-Yo diría que en la Argentina o mejor dicho en el todo Río de La Plata fue donde más preponderancia alcanzó la doctrina lombrosiana. En su famoso libro El hombre delincuente, que tuvo cinco ediciones, Lombroso sostenía que podía identificar a los criminales natos porque su aspecto simiesco se traduce en estigmas corporales. Para justificar la criminalidad de las mujeres, establecía comparaciones con pájaros o insectos. De las prostitutas decía que eran como monos.
Durante una década, sus teorías marcaron el ritmo de las investigaciones policiales y judiciales locales; Miguel Juárez Celman, que fue presidente argentino, y Eduardo Wilde, dos veces ministro, fueron entusiastas admiradores de este tipo de pensamientos, que no solo estaban representados mundialmente por Lombroso, sino también por el inglés Herbert Spencer, quien llegó a escribir párrafos brutales acerca de las personas con discapacidad. Existen un par de entrevistas del diario La Nación a Lombroso de comienzos de siglo XX.
- En Crímenes sorprendentes de la Argentina también relatás la historia de Fernando Asuero, un curandero español que no llegó a matar a nadie, pero en los años treinta convenció a media Argentina -presidente Yrigoyen y diarios incluidos- sobre los beneficios de un peligroso tratamiento inventado por él.
-Asuero no incurrió en hechos de sangre pero sí en otros delitos, porque trabajaba como médico sin tener título. Protegido de Primo de Rivera en España, había migrado a la Argentina cuando vio que su negocio en San Sebastián ya no redituaba. Asuero decía haber inventado un tratamiento que lo curaba todo, la “asueroterapia”, que consistía en introducir por la nariz del paciente unas tijeras que supuestamente estimulaban áreas del hipotálamo.
Desde sus años en España, tenía la costumbre de atender a sus pacientes en lujoso hoteles, y en la Argentina eligió uno de la porteña Avenida de Mayo. Consiguió la banca de allegados al presidente Yrigoyen y la completa simpatía de los medios de prensa, que organizaron concursos para que los lectores pudieran atenderse con él. La prensa montó un espectáculo sin preocuparse por la salud de la población, a sabiendas de que en España mucha gente famosa, incluidos dos premios Nobel, habían declarado que el tipo era una “vergüenza medieval”. Pese a todo, su llegada el 25 de abril de 1930 fue una auténtica fiesta celebrada por los principales diarios. La gente se agolpaba y juraba que pagaría lo que fuera por un rato con el Dr. Asuero.
Carmen Guillot
Y Lauro y Salvato, los últimos fusilados por delitos comunes
El 20 de julio de 1914, hastiada de las golpizas de su marido, Carmen Guillot contrató a dos repartidores de pescado para que se encargaran de asesinarlo. El encargo se cumplió: Frank Carlos Livingston recibió 36 puñaladas, pero el móvil trascendió enseguida y todos fueron detenidos. Guillot fue condenada a prisión por tiempo indeterminado. Lauro y Salvatto, ejecutores del crimen, fueron los últimos fusilados por delitos comunes de la historia argentina.
Polo Lugones
El inventor de la picana eléctrica
Hijo del poeta y político Leopoldo Lugones y padre de la militante montonera Pirí Lugones, el policía Leopoldo “Polo” Lugones manifestó desde joven su fascinación por la tortura. A él se atribuye la introducción de la picana como método de acoso policial y también la invención de una silla eléctrica. A fines de 1932, el presidente A. P. Justo giró al Senado un proyecto de pena de muerte elaborado por Lugones, que recibió media sanción. Nunca llegó a tratarse en Diputados.
Cayetano Grossi (1896)
Se inicia la saga de asesinos seriales
A los 24 años, Cayetano Grossi huyó de su Calabria natal dejando atrás para siempre su vida de campesino, esposa y dos hijos. En Buenos Aires fue botellero y afilador, y a poco de llegar se fue a vivir con una mujer llamada Rosa, que vivía junto a sus tres hijas, a quienes Grossi sometió sexualmente por años; producto de ello, nacieron tres bebés, que se encargó sistemáticamente de asesinar. Fue condenado a muerte y fusilado en la Penitenciaria Nacional el 6 de abril de 1900.
Un curandero suelto
en la Casa Rosada (1930)
En tiempos de Yrigoyen, fue anunciada con bombos y platillos la llegada al país del Dr. Asuero, un vasco que decía haber inventado un método capaz de curar todo mal -la “asueroterapia”- valiéndose de tijeras que introducía en la nariz del paciente. El “doc” se alojó en el hotel más lujoso de Av. de Mayo, donde montó también su consultorio para familias adineradas. En menos de un año su engaño salió a la luz y migró a Cuba.
Francisca Rojas (1892)
Las huellas en escena
El 29 de junio de 1892, Francisca Rojas, de 27 años, mató a sus dos hijos, de 6 y 4 años, en la pequeña localidad bonaerense de Necochea. Francisca trató de simular un ataque cortándose su propia garganta y luego culpando de los homicidios a su vecino Pedro Ramón Velázquez, pero las torturas policiales la hicieron confesar. Mucho antes de SCI, este fue el primer caso en el mundo de alguien condenada a partir de sus huellas dactilares.
Luigi “El loco” Castruccio
¿El primer envenenador?
Llegó de Génova en 1870. Desesperado por la miseria, urdió un plan que consistía en engañar a jovencitos contratados como sirvientes, para luego “asegurarlos” por altas sumas y envenenarlos hasta la muerte buscando cobrar el dinero. Así asesinó a Bouchon Constantin, un mucamo de 24 años. Castruccio se hizo famoso por el crimen, aunque a su víctima la mató, en realidad, por asfixia, fastidiado porque el veneno no hacía efecto.
Crímenes sorprendentes de gansters (2022)
Sudamericana
Al Capone no hubiese sido “El rey de Chicago” sin Mae, su temible esposa. Y los Kennedy no hubiesen alcanzado el poder sin Sam “Mooney” Giancana. En este nuevo libro, Canaletti indaga en las historias reales de leyendas del hampa: mafiosos que vivieron (y murieron) bajo sus propias leyes.
Crímenes sorprendentes en el Vaticano (2020)
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Desde el emperador Constantino hasta el papa Francisco, la Iglesia católica ocultó asesinatos, estafas y sucesos desopilantes. Canaletti consigue fuentes, archivos históricos y se remonta a la Antigüedad, pero también se mete con escándalos contemporáneos y con su estilo inconfundible.
Crímenes sorprendentes de la clase alta argentina (2019)
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Los crímenes que la alta sociedad habría querido mantener en el silencio quedan al descubierto de la mano de la mejor crónica policial. Canaletti busca entre los pliegues de los buenos vestidos y los trajes importados, en palacetes y barrios cerrados, para contar esas historias que los ricos se esmeraron por ocultar.
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