En nuestro hemisferio, el 21 de septiembre comenzó la primavera, una estación que supone un inicio y una apertura hacia algo que aún no ha ocurrido. El contraste con el invierno es inmenso y se siente: mientras las flores se abren y la naturaleza despliega toda su belleza, nuestras pieles vuelven a estar en contacto con el aire.
El final del invierno nos ha dejado cansados y muchas veces estresados... Poco a poco fuimos perdiendo las ganas de salir, de encontrarnos, y cuando todo parece “pintado” de un gris interminable, surge septiembre con sus colores y aromas intensos.
Vamos recuperando las ganas de salir a divertirnos y, por qué no, de enamorarnos. La primavera nos impulsa a emprender nuevas búsquedas y alivianar cargas. Así, más ligeros y relajados, nos predisponemos mejor al encuentro del amor.
“Cuando nos enamoramos, en general experimentamos ciertas alteraciones, como felicidad, insomnio, pérdida de apetito y taquicardia.”
Si ya estábamos en pareja, podrán reaparecer las mariposas, y si andábamos en tiempos de soltería, quizás un nuevo flechazo nos ponga en la sintonía del amor.
Cuando nos enamoramos experimentamos, en general, ciertas alteraciones físicas: sentimiento intenso de alegría y felicidad, insomnio, pérdida de apetito, taquicardia, etcétera.
Tendemos a sobreestimar a quien es objeto de nuestro enamoramiento. Nuestro amado/a goza de cierta exención de la crítica, y sus cualidades se destacan por sobre las de cualquier otro. A eso lo llamamos idealización.
Y como en toda idealización, también puede ocurrir que atribuyamos a esta persona cualidades inexistentes, que tienen una íntima relación con lo que nosotros percibimos como ideal.
“Con una mayor exposición solar, se incrementa la concentración de vitamina D. Esto puede ser potenciador de la testosterona y del deseo sexual.”
Por lo tanto, podríamos pensar que cuando estamos enamorados, la relación que establecemos tiene un velo trazado desde nuestro interior, que nos mantiene a distancia de poder conocer al otro en profundidad. Será necesario que pase un tiempo para que ese velo romántico comience a caer y podamos tomar contacto con la totalidad del otro.
¿Y qué pasa con el sexo? Una mirada científica nos indica que con el aumento de exposición al sol se incrementan las concentraciones de vitamina D, pudiendo llegar a ser un potenciador de testosterona y, por ende, generar un aumento en el deseo sexual.
Por otro lado, en las relaciones sexuales se libera una hormona llamada oxitocina, conocida como “la hormona del amor y del placer”. De esta manera, podemos afirmar que luego de un gran orgasmo, nuestra sensación de estar enamorados puede ser más intensa.
Y si justo cuando estamos gozando de la vida aparece un nuevo amor, podemos darle la bienvenida, disfrutar esas maravillosas sensaciones sin perder la cabeza y el rumbo, que el tiempo seguro dirá.
* Psicoanalista y sexóloga. Contenido exclusivo de la revista Rumbos.