Voy a decir algo que no es ninguna novedad: después de estar juntos durante siete meses, de lunes a domingo y veinticuatro horas al día, la cuarentena -y por múltiples razones- se ha transformado en un desafío mayor para todas las parejas.
En primer término, el encierro genera el borramiento de los espacios individuales. Y como bien sabemos, las parejas están organizadas en un equilibrio que incluye, necesariamente, un tiempo que no se comparta con el otro. El trabajo, las aficiones, la vida social en general abarcan personas y lugares que constituyen el mundo de cada uno y hablan de su desarrollo personal.
En la cuarentena, estos espacios han quedado completamente desarticulados.
La vida erótica no sobrevive al abandono, pero se sofoca en el exceso de presencia. Ese equilibrio requiere de atención y algo de magia, aún en ropas de entrecasa.
Y sin este balance necesario, las muchas horas juntos rápidamente dejan al descubierto la frustración por las pérdidas que el aislamiento impone; además de poner en evidencia que no solo se trata de aprender a negociar tareas domésticas, el rincón en que se hace home office y el cuidado de los niños cuando los haya.
La cuarentena deja al desnudo las eventuales fragilidades del vínculo y pone a prueba a la pareja en tres aspectos clave: el cuidado de la vida erótica, el respeto por los silencios y el diálogo como recurso obligatorio.
El erotismo nace en ese espacio que queda entre la presencia y la ausencia, entre lo que se ve –lo real– y lo imaginario. Se vuelve más difícil de hallar en un confinamiento que diluye hasta los límites íntimos: estamos juntos para todo, aún para aquello que (a veces por pudor) preferiríamos reservarnos.
Las parejas con conflictos no resueltos suelen temerle al silencio porque se transforma en denuncia. Otras, en cambio, aprenden a valorarlo como una forma saludable de distancia.
La vida erótica no sobrevive al abandono, pero se sofoca en el exceso de presencia. Ese equilibrio requiere de atención y algo de magia, aún en ropas de entrecasa. Si se descuida, el prolongado encierro puede llevárselo puesto.
El silencio, en tanto, es un visitante tan útil como inesperado en la cuarentena. No el silencio de la tristeza o el enojo, claro, sino el de la introspección. Un estado que se vuelve muy necesario porque es allí en donde es posible estar junto con otro sin el otro. Me refiero a que los momentos de silencio, habitando un rato dentro de uno mismo, llegan aquí para reemplazar los espacios exteriores perdidos, recuperar algo de la singularidad y rescatarnos de ese instante abrumador que toda convivencia forzada genera.
Las parejas con conflictos no resueltos suelen temerle al silencio porque este se transforma en denuncia. Otras, en cambio, aprenden a valorarlo como una forma saludable de distancia, aún en la estrechez del hogar.
Si a estas complejidades se le agregan las preocupaciones propias de la pandemia y la incertidumbre en relación con el futuro, la suma resultante es una situación de gran exigencia emocional, que para sobrellevarse necesita de un diálogo honesto y de una buena dosis de coraje.
Mientras la cuarentena dure, es probable que todas las parejas enfrenten este tipo de dificultades enumeradas; además de las propias, por supuesto... El desafío será atravesarlas de la mejor manera posible.
* Médico psiquiatra y psicoanalista. phorvat@fibertel.com.ar Contenido especial para revista Rumbos.