Al acto que dio por terminado nuestro segundo grado mi hermano mellizo y yo fuimos disfrazados de vaqueros. Había dos compañeritas vestidas de indias cherokees y los cuatro fuimos conminados a interpretar una bizarra coreo al ritmo de Oh! Susana. Hoy sería difícil ver algo por el estilo en una escuela pública. Pero entonces los indios y vaqueros eran parte esencial de la cosa infantil, como los soldaditos, las cocinitas y otros juegos hoy desterrados por la revolución tecnológica y la corrección política. Gracias al cine y a las historietas, el western era uno de los grandes escenarios de nuestras aventuras a la hora de la siesta. Mi viejo nos llevaba religiosamente a todos los estrenos de las películas de Terence Hill y Bud Spencer, que en realidad se llamaban Mario Girotti y Carlo Pedersoli y eran dos de las grandes estrellas del llamado spaghetti western. Hace unos días me colgué en Netflix mirando “Django & Django”, un documental de Quentin Tarantino que habla sobre aquel extraño fenómeno de las décadas de 1960 y 1970: películas del Oeste norteamericano, filmadas en el sur de España por directores italianos. Los más cinéfilos y memoriosos seguro recordarán peliculones como “Por un puñado de dólares” y “El bueno, el feo y el malo”, del inmortal Sergio Leone. Los westerns europeos eran realismo sucio en su máxima expresión: calles embarradas, parroquianos sin dientes, mujeres perdidas y sangre salpicando la cámara cada minuto y medio. No había héroes en el sentido clásico, todos eran villanos de una manera u otra, fábulas sin “buenos” sino con distintas graduaciones de “malos”. Tarantino -fan arrebatado del spaghetti western- ha homenajeado al género en películas como “Django sin cadenas”, “Los 8 más odiados” y “Érase una vez en Hollywood”. Y en el documental rescata particularmente la figura de Sergio Corbucci, el “otro” grande del género, un director salvaje y talentosísimo que quedó opacado detras del aura de Leone. Alguna vez, Tarantino reconoció que construyó su estilo robando cosas de todas las películas que lo habían enamorado. Y tampoco le da vergüenza admitir que a nadie le robó tanto como a Sergio Corbucci.
En “Django & Django”, Quentin Tarantino realiza un personal homenaje al “spaghetti western”, el bizarro género que fue furor en los años 60 y 70 y que encumbró a figuras recordadísimas en la Argentina como Bud Spencer y Terrence Hill (que en realidad no se llamaban así).
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