Corría el año 1965 cuando un periodista norteamericano, Frank Herbert, publicó la que hoy es considerada la novela de ciencia ficción más vendida de todos los tiempos: Dune. El inesperado éxito del libro disparó una saga de seis novelas escritas por Herbert antes de su muerte en 1986; luego sería continuada por su hijo Brian. Autores prestigiosos del género empezaron a escribir sus propias sagas intergalácticas intentanto repetir el éxito, y hasta el veterano Isaac Asimov, movido quizá por los celos, retomó su propia saga Fundación, escrita en los años cincuenta, para competir con los libros de Dune. Hoy la influencia de Herbert es comparada con la de J.R.R. Tolkien, con una presencia constante en la cultura popular.
Como ocurre en El Señor de los Anillos, las primeras cien páginas de Dune apenas se ocupan de describir un complejísimo entramado de pueblos y personajes, en este caso compuesto de planetas-reinos cada uno con sus costumbres, historia y hasta jerga específicas. Corriéndose de la ciencia ficción tradicional, Herbert pinta un universo post-tecnológico, que une los fierros con la biología: gusanos gigantes, trajes espaciales reguladores del líquido corporal, helicópteros-mosquito... La trama contiene además referencias a diversos mitos y culturas como las árabe y persa, pero también la cristiana y la gaélica.
Buena parte de la acción transcurre en Arrakis, un planeta desértico sometido a la explotación minera por el resto del sistema. El producto extraído es la especia o mélange, una sustancia que permite “viajar sin moverse”, doblar el tiempo y el espacio, y que además provoca alucinaciones. Una compleja trama de poder y traiciones envuelve a explotadores y explotados alrededor de Paul Atreides, un noble destinado a ser el Mesías de una nueva civilización.
Las referencias lisérgicas y ecológicas del libro fueron inmediatamente abrazadas por la generación hippie, y están presentes en grabaciones de todo el espectro rock, desde bandas metálicas como Iron Maiden o Tool hasta el álbum Traveling Without Moving (‘’viajar sin moverse’’) del siempre funky Jamiroquai. Pero el libro puede leerse también en clave política: la especia enterrada en el desierto remite al petróleo; es explotada en Arrakis (Arabia) por dos reinos beligerantes (las facciones de la Primera Guerra Mundial); el planeta está poblado por guerrilleros fedaykines (fedayines) que confiarán en un miembro de la casa Atreides (el inglés T.E. Lawrence) para liberarse de la explotación del Imperio (¿el Británico? ¿EE UU?) Parte del encanto de Dune es su polivalencia, la evocación de múltiples sentidos.
La primera película que no fue
Como con Tolkien, hubo varios intentos fallidos y pasaron muchos años para llegar a una versión cinematográfica definitiva de Dune. El primero que se animó fue el chileno Alejandro Jodorowsky, el poeta-chamán devenido cineasta de culto con su película El Topo. Asociado a un productor francés, a mediados de los ‘70 Jodorowsky convocó a una constelación de estrellas para dar dimensión al proyecto. Gente de la talla de Mick Jagger, Orson Welles y Salvador Dalí fueron tentados con papeles, Los Pink Floyd mostraron interés en hacer la música, y un pequeño ejército de dibujantes y artistas de FX, que incluía a H.R. Giger, Moebius y un tal Dan O’Bannon, se puso a diseñar naves, armas y trajes para los personajes.
Pero necesitaban convencer a un gran estudio para completar la financiación. La carta de presentación del proyecto sería un voluminoso libro editado en forma privada, con el guión, storyboards y demás diseños. No obstante, en Hollywood nadie se animaba a confiar del todo en Jodorowsky para conducir semejante presupuesto: preferían a un director ‘’de la casa’'. Los derechos del libro vencieron y el proyecto, que era seguido con expectativa por la prensa contracultural, quedó en la nada. Jodorowsky tuvo que ver cómo los estudios copiaban sus diseños para otras películas, dando trabajo a sus colaboradores como O’Bannon, quien escribiría el guión de Alien, la criatura que sería diseñada por Giger.
En 2017 se estrenaría el documental Jodorowsky’s Dune, que cuenta toda esta historia y muestra el interior del mítico libro, del que se cree sobreviven una media docena de ejemplares. En noviembre de 2021, uno de ellos fue rematado por la casa Christie’s en casi 3 millones de dólares.
La Duna de Dino
El éxito de La guerra de las galaxias probó que después de todo sí era posible hacer una película como Dune. El productor italiano Dino de Laurentiis adquirió los derechos con la intención de hacer su propia saga, una ‘’Star Wars para adultos’'. El director fue David Lynch, que trabajó por encargo y con un elenco de desconocidos -complementado por algunos veteranos en breves roles secundarios-, ya que las estrellas del film iban a ser los decorados. Vista hoy, Duna (1984) parece una de esas producciones de época de la señal Hallmark, con más vestuario y títulos de nobleza que verdadera acción: el escombro de las explosiones parece de telgopor y en los combates, la gente siempre es herida fuera de cuadro. Para colmo, el productor insistió en meter las cuatrocientas páginas del libro en una sola película, que debía durar menos de 140 minutos. Como Lynch no tenía derecho al corte final, tuvo que quitar escenas, resumir otras y poner una larga explicación al comienzo, que aburría a la gente antes de que empezara la acción (la actriz que expone a cámara un ladrillo de nombres, reinos y planetas es una joven Virgina Madsen). También se ve por ahí a Patrick Stewart, mucho antes de la nueva generación de Star Trek, como el instructor de combate de Paul Atreides... interpretado a su vez por Kyle ‘’Agente Cooper’' MacLachlan, en su debut cinematográfico.
El toque Lynch en Duna se nota en algunas decisiones estéticas, particularmente en lo que hace a la casa villana de los Harkonnen, cuyo líder el Barón (notable trabajo del actor estadounidense Kenneth McMillan) sufre grotescas afecciones cutáneas y, cuando no está vampirizando a sus ayudantes, suspira de lujuria ante la estampa del guerrero interpretado por Sting... que encima es su sobrino.
Jodorowsky admitió haber festejado el fracaso de la Duna de Dino, quien al final de su vida, todavía confiaba en que alguien podría filmar su guión: ‘’tal vez como una película animada’'.
La Duna de Denis
Si consideramos la cantidad de CGI utilizada por el canadiense Denis Villeneuve en Dune: Part One (2021), el chileno no estaba muy errado: como muchas películas de superhéroes, buena parte de la nueva Dune se filmó frente a una green screen. Pero el apoyo de la Warner se traduce en buenas escenas de acción, un elenco homogéneo y lo más importante: libertad para dar espacio a la compleja trama de la novela a lo largo de dos películas, de las cuales acaba de estrenarse la primera. La llegada no fue sin dificultades, ya que cuando tenían todo listo, vino la pandemia y hubo que esperar un año y medio más para el estreno, que finalmente fue simultáneo en salas y la plataforma HBO, también del conglomerado. Por suerte para los nerds de la saga, la taquilla acompañó y el estudio finalmente dio luz verde a la segunda parte, para alivio de todos los implicados. También está en desarrollo una serie (Dune: The Sisterhood) que funcionará como precuela y dará más protagonismo a los personajes femeninos.
Si recordamos que Villeneuve también dirigió la más que digna Blade Runner 2049, todo parecen ser buenos augurios: el cineasta puede terminar siendo para la saga de Herbert lo que Peter Jackson fue para la de Tolkien. Concluiría, entonces, la eterna maldición cinematográfica de Dune... Pero mejor esperar al estreno de la Part Two, previsto para fines de 2023. Sólo se nos pide paciencia: para este viaje no es necesario moverse.