Sin Harvey Weinstein y su hermano Bob, el cine de los 90 hubiera sido otra cosa. Desde el estreno de Sexo, mentiras y video, en 1989, su productora Miramax convirtió al cine independiente en cine a secas, puso a Steven Soderbergh y a Tarantino en el mapa y dio vida a bombazos que van desde El juego de las lágrimas a Shakespeare enamorado. Harvey se sentó en el trono de Hollywood y se sirvió del poder de la corona para acosar, violentar y extorsionar a un montón de actrices que en 2017 se animaron a levantar la voz. Fue el nacimiento del movimiento #metoo y el final de Weinstein, que acabó condenado a 23 años de prisión por crímenes cometidos en Nueva York y ahora espera otra tanda en la ciudad de Los Ángeles.
Ayer por la tarde terminé de leer Harvey, un libro de Emma Cline, una de las escritoras jóvenes más celebradas de la lengua inglesa. Hace unos años, Cline se había puesto en la piel de las mujeres de la infame Familia Manson, en otra novela estupenda titulada Las chicas. Y ahora repite el ejercicio con Harvey Weinstein. Es una ficción que atraviesa 24 horas en la mente del rey caído, mientras espera el veredicto que finalmente lo depositará en un celda de la célebre prisión neoyorkina de la isla de Rikers. Sin condenar, sin perdonar. Solamente intentando indagar en el “cosmos” del criminal, un viaje narrativo que hizo también María Moreno en un libro que dedicó al Petiso Orejudo, ícono de la historia del hampa argentina. Ambas autoras bucean en la relación entre los criminales y sus tiempos, las sociedades y las culturas de las que emergen. Los malos no nacen de los repollos, nos quieren decir. Los creamos entre todos.