Fue una mujer comprometida con su tiempo, hace poco rescatada: se llamaba Olivia Ward Bush-Banks, escribía prosa y poesía pero, sobre todo, fue una educadora. Nació en Long Island, EE.UU., en 1869. Era mitad africana y mitad indígena: venía de los Montauk, que habitaron las islas del N.E. por milenios. Su madre murió cuando ella tenía meses y su padre la dejó con una tía que la educó “a lo montauk”, con carácter y valores.
Al crecer, estudio enfermería, además de literatura y teatro; la profesora notó su talento y le dio clases privadas del llamado “drama conductual”, basado en la entrega emocional del actor. A poco de graduarse, se casó y tuvo dos hijas, el matrimonio fracasó y ella volvió con su tía.
Por entonces era común publicar en diarios de moda, y Olivia logró hacerlo, con la aceptación de los lectores. En 1899 editó su primer libro, Original Poems, que un importante poeta afroamericano elogió y una destacada revista afroamericana –Voice of the Negro–, publicó.
En Boston trabajó como asistente de un famoso director de teatro, en una casa de “asentamiento” que, a finales del S.XIX, eran “organizaciones comunitarias dedicadas a aliviar la pobreza urbana y la falta de vivienda, a través de la educación y la superación personal.”
A principio del S.XX, contribuyó en la revista Coloured American, fue editora en Boston y participó en la Federación de Clubes de Mujeres, sacó su segundo libro y otro con elegías a personajes amados por su gente, como Abraham Lincoln.
En 1917 publicó una obra de teatro, se casó con Anthony Banks, que trabajaba en el tren Pullman, y se mudaron a Chicago, donde fundaron una escuela para afroamericanos; daban literatura, teatro, música, danza y diversas artes visuales.
Allí recuperó su parte nativa y escribió El Sendero de los Montauk, basado en esa cultura. En 1910, este pueblo había sido declarado extinto en la Corte Suprema de Nueva York, para consternación de 75 miembros de la tribu que, en la sala, esperaban el veredicto: éste incluía vender sus tierras a los blancos. Olivia escribió esta obra por la unidad de la tribu, pensando en recuperarlas, pero los funcionarios estaban dispuestos a ayudar a los ex-esclavos, y no a los nativos.
De vuelta en Nueva York, ayudó al Renacimiento de Harlem, junto con los grandes referentes de su cultura, que fomentaban el jazz, las bandas musicales y los clubs nocturnos: Harlem era el bastión afroamericano.
Durante la Gran Depresión, formó parte del Teatro Federal, una iniciativa que buscaba generar trabajo, y enseñó a adultos para que recibiesen un título que les permitiera mantenerse.
Comenzó a disentir con su grupo, ya muy radicalizado, y escribió sobre eso –no se lo publicaron–; pero logró granar fama con la obra La tía Viney, una negra vieja y sabia que recordaba el antiguo barrio en el habla y gestos de su gente.
Murió en Nueva York en 1944, a los 75 años, y sus obras aún siguen considerándose buen material de lectura y estudio. No llegó a ser tan famosa como otros autores de su época –más politizados–, pues prefirió insistir en la educación, la cultura del trabajo y la identidad, mientras aquellos discutían en los bares y cobraban sueldos federales.
La obra de Olivia contribuye, hoy, a entender aquel momento bisagra para tres pueblos: originarios, colonizadores y esclavos. Su obra enriqueció el idioma: ella, como Mark Twain con los suyos, resguardó el dialecto Montauk y la jerga del viejo Harlem.
Sugerencias: 1) Sepamos distinguir a quienes ayudan a sus semejantes de aquellos que solo discursean; 2) En lo posible, demos una mano: mejora el ánimo.