Era una tarde primaveral de 1984 cuando Juan Sasturain, quien por entonces dirigía la revista de historietas Fierro, fue con el guionista Carlos Sampayo y un fotógrafo a un viejo edificio de la avenida Córdoba, próximo al Palacio de Tribunales. El lugar parecía sacado de una novela negra. De hecho, junto a la puerta había un cartel: “Evaristo Meneses, investigaciones privadas”. Es que, a los 67 años, el comisario que -entre 1957 y 1962 supo brillar al frente de la División Robos y Hurtos de la Policía Federal- puchereaba con pesquisas sobre siniestros para agencias de seguros. Lo cierto es que grande fue su asombro al recibir de los visitantes los originales de la primera entrega del comic Evaristo –escrito por Sampayo e ilustrado por Francisco Solano López–, cuya trama ficcional estaba basada en su figura. Ellos, cuya idea era confrontar al policía del dibujo con el de carne y hueso, advirtieron su entusiasmo casi infantil ante tales viñetas, que opacaba su halo de tipo duro”.
Este párrafo que acaban de leer pertenece al prólogo de Evaristo, obra mítica de la historieta criolla, que acaba de ser reeditada, de manera lujosa, por Hotel de las Ideas. Lo escribió Ricardo “Patán” Ragendorfer, acaso el periodista de policiales más reputado de nuestro país, y en esas líneas intenta capturar el encuentro entre un gran personaje de tinta y papel con el mayúsculo personaje de carne y hueso que lo inspiró.
Publicada entre 1983 y 1987, en las revistas SuperHumor y Fierro, Evaristo entró al Olimpo de la historieta argentina gracias a una reconstrucción minuciosa y magnética de la Buenos Aires de los años 50 y a una trama que se movía dentro de los cánones de la mejor “novela negra”, de aquellos detectives duros y principistas acuñados por maestros como Dashiell Hamett y Raymond Chandler, pero basada en hechos absolutamente reales y de aromas inconfundiblemente argentinos.
Los padres de la criatura fueron dos de los mayores artistas que ha dado el cómic nuestro. Los textos pertenecen a Carlos Sampayo, un escritor y guionista excepcional que en los años 80 –en yunta con el dibujante José Muñoz– dio vida a personajes como Alack Sinner, otro detective bien “negro” que conquistó a lectores de todo el mundo, especialmente en España, Italia, Francia y los Estados Unidos. Por su parte, la responsabilidad por las imágenes de Evaristo recayó en Francisco Solano López, quien junto Héctor G. Oesterheld es –nada más y nada menos- que el creador de El Eternauta, el libro sagrado de la historieta argentina, su mito más perdurable.
La suma de estos dos fantasistas, aplicados a capturar el aura de un personaje fuera de serie, dio como resultado una pieza maestra. En Evaristo se cruza lo mejor del relato policial con la sofisticación del lenguaje de la historieta, con el trasfondo de un época muy, pero muy particular: la proscripción del peronismo, el apogeo de la cultura del tango y una relación entre policías y ladrones en la que reinaba aún esa cosa tan enigmática llamada “códigos”.
Un personaje que hizo época
Entre 1957 y 1962 Evaristo Meneses estuvo al frente de la División Robos y Hurtos de la Policía Federal, y durante ese breve período se construyó su mito: el policía duro, minucioso y audaz, que acabó con numerosas bandas organizadas durante la llamada “edad de oro de la delincuencia argentina”. Un período marcado por una generación de hampones diestros para cometer atracos y escaparse de las cárceles. Los más memoriosos seguramente recuerden los nombres de tipos como Jorge Villarino –conocido como “El rey del boleto”, por su facilidad para fugarse de la cárcel–, Manuel “Lacho” Pardo y José María Hidalgo, referentes de aquella aristocracia del crimen a la que Meneses hizo frente. Reconocido por el “lado bueno” –sus colegas, los medios de prensa y la gente de a pie– por su eficiencia profesional, Evaristo tenía la particularidad de ser respetado profundamente por los hampones, quienes afirmaban que era un policía con “códigos”: implacable pero justo, un “mano dura” que era a la vez incorrompible y que conocía la calle como nadie.
La historieta de Sampayo y Solano López recoge episodios fundamentales en la construcción de su mito como aquel que lo enfrentó con el legendario y escurridizo ladrón de bancos “Mono” Paz, un “pesado” que Meneses logró capturar a mediados de la década de 1960. Ambos habían sido boxeadores de jóvenes y se habían cruzado en el cuadrilátero, en un par de combates que se saldaron con una victoria para cada uno. Durante el arresto, Paz pronunció una frase que los diarios de la época se encargaron de reproducir: “Sabe lo que pasa, jefe: con una chapa y una pistola cualquiera es guapo”. Ante el asombro de todos, Evaristo ordenó que le quitaran las esposas y lo dejaran marchar. Un par de días más tarde fue solo y desarmado a un bar en el que Paz solía parar y lo retó a un “mano a mano”. Del duelo salieron los dos magullados, pero con Meneses llevando del cuello a Paz hasta una comisaría cercana, donde lo depositó, mansamente, dentro del calabozo.
Durante aquellos tiempos, Evaristo fue toda una celebridad, sus casos se contaban como telenovelas y su propensión a posicionarse del lado de los marginados comenzó a generar irritación entre sus superiores. En 1962 fue retirado de la División Robos y Hurtos y acabó dejando la fuerza en 1965. Desde entonces se dedicó a la investigación privada –un Philip Marlowe criollo- y a su otra gran pasión, la pintura, un ámbito en el que fue bastante talentoso y obtuvo un par de premios relevantes. En mayo de 1992, a los 85 años, en el hospital policial Churruca se despidió este personaje sin horma, como nacido para una historieta .