El 4 de septiembre de 1957 nevó en Buenos Aires. Los diarios en los kioscos pronosticaban buen tiempo, pero junto a ellos había una nueva revista de historietas, “Hora Cero Semanal”, que traía el primer episodio de “El Eternauta”. En una casona del Gran Buenos Aires, unos amigos jugaban al truco cuando comenzaba la nevada mortal, indicio de lo que se iría revelando (con el correr de los números y el clásico “continuará”) como una invasión extraterrestre. Los diarios seguían hablando de una reforma constitucional, pero para una generación de niños y adolescentes algo cambiaría para siempre con esas tres páginas semanales, que con el correr del tiempo se convertirían en uno de los grandes íconos de la cultura popular argentina.
El autor de la proeza, que continuó durante dos años hasta poner punto final en septiembre de 1959, era un guionista y escritor llamado Héctor Germán Oesterheld. Geólogo de profesión, había comenzado a publicar relatos en la revista de ciencia ficción Más Allá para luego descubrirse como un eficaz creador de comics en “Misterix”, exitosa revista del género que publicaba editorial Abril. Pocos años después, Oesterheld invitaba a algunos del staff de Misterix a publicar en su propia editorial, Frontera: allí fueron los dibujantes Hugo Pratt, Alberto Breccia y un joven Francisco Solano López, quien terminaría siendo el elegido por Héctor para las aventuras de Juan Salvo. Hasta último momento había dudado entre el más clásico Solano y el más expresionista Breccia, para finalmente escuchar el consejo de su mujer: “yo le dije que los dibujos de Breccia no iban a comprarlos los chicos que venían todos los días a pedir revistas. ¿Qué van a hacer, un libro de arte carísimo o una revista?,” recordaría Elsa Sánchez de Oesterheld años después. Es que para Breccia, como al principio para Oesterheld, los cómics eran apenas un modo de ganarse la vida; en realidad uno quería ser pintor, el otro escribir literatura.
El diferencial de algunas historietas de Frontera era que ya no parecían traducciones o copias de otras anglosajonas: la aventura transcurría en lugares conocidos, familiares. Los extraterrestres avanzaban por el túnel del subte D porteño, atacaban el estadio de River o estacionaban sus naves en Plaza Congreso. El Eternauta fue un éxito inmediato y desde entonces hubo gente que soñó con llevarla al cine. Uno de los primeros que se lo propuso fue un bisoño Adolfo Aristarain. Por supuesto, Oesterheld sabía que era tarea imposible, que la idea era carísima: pero lo atendió como hacía con los lectores de sus revistas que lo reconocían en la calle por tener los mismos rasgos de otro de sus personajes, el cronista de guerra Ernie Pike. El chalet familiar de Beccar, en el que se basó Solano para dibujar la casa de Juan Salvo, fue testigo de esas y otras reuniones.
Tiempos violentos
Para mediados de los sesenta, la empresa familiar se había fundido y Oesterheld volvía a trabajar free lance para diferentes editoriales. Volvería a echar mano del Eternauta en varias ocasiones, la primera una continuación novelada que publicó en una revista del mismo nombre (pero que ¡ay! no era suya: había cedido los derechos para pagar deudas). Más conocida es la remake de la historia original que realizó para Gente, ahora sí con dibujos de Breccia. Salió en 1969, el mismo día del Cordobazo, y duró pocos números, un poco por las audacias de un Breccia desatado y también por algunos cambios en el guión que no sintonizaban con el proyecto de la revista, una imitación de modelos norteamericanos como People y Life. Por ejemplo, la temprana revelación de que los alienígenas habían decidido atacar Sudamérica tras un pacto de no agresión con las grandes potencias del hemisferio norte.
El planteo no era inocente y tenía que ver con las nuevas convicciones de Héctor, surgidas probablemente tras el fracaso de Frontera y la constatación de que los imprenteros los habían engañado con los números (muchos de los ejemplares vendidos de Hora Cero y otras revistas no habían sido declarados). En todo caso, a fines de los sesenta el ambiente político era un hervidero y una nueva generación había encontrado en la Revolución Cubana una vía para salir de continuos gobiernos militares. Era la generación de las cuatro hijas del matrimonio de Héctor y Elsa; ellas comenzaron a militar en la Juventud Peronista y más tarde en Montoneros. Increíblemente, el padre decidió acompañarlas: convertirse él mismo, como Juan Salvo, en un hombre común enfrentado a sucesos extraordinarios.
La aventura no terminó bien: entre 1976 y 1978, una tras otra, Estela, Diana, Beatriz y Marina Oesterheld fueron muertas o secuestradas, así como el propio Héctor, en una de las sagas más tristes de la represión (son diez los desaparecidos en la familia, contando yernos y nietos). Para entonces la editorial Récord estaba publicando El Eternauta II, la esperada continuación de la historieta que Oesterheld había escrito en la clandestinidad (y que difería notablemente de la anterior novelada). Se cree que los últimos episodios fueron escritos en cautiverio, o bien por una mano ajena, como otras continuaciones pergeñadas posteriormente.
La editorial Récord había comprado a terceros los derechos de las publicaciones de Frontera, y Elsa firmó un nuevo contrato de cesión mientras Solano López se exiliaba en Europa y ella buscaba a su familia desaparecida. La editorial quedó con las manos libres para explotar la “franquicia” de El Eternauta, y lo haría durante décadas sin participar a Solano; el dibujante murió en 2011 sin ver concluido el juicio entablado por los derechos (serían reconocidos a sus herederos recién en 2018). Elsa murió en 2015 y en sus últimos años pudo ver cómo la obra de su marido comenzaba a ser reeditada en el país como lo merecía (hacía ya mucho tiempo que tenía su consagración internacional). Este mes, Planeta lanza una nueva edición de la primera parte de El Eternauta, apaisada como en su publicación original.
El sueño de la pantalla grande
Los proyectos cinematográficos continuaron y en 2008 se anunció que Lucrecia Martel estaba trabajando en una adaptación, luego abandonada (en La película infinita, documental sobre rodajes inconclusos, pueden verse algunas pruebas de cámara). Y también se concretó alguna película en Hollywood de trama sospechosamente similar: ¿se acuerdan de “Invasión”, aquella de Paul Verhoeven donde un soldado argentino llamado Johnny Rico luchaba contra cascarudos gigantes? La película se basaba en una novela de Robert A. Heinlein -titán de la ciencia ficción clásica- pero en el libro el personaje era filipino. Curiosamente, una novela anterior de Heinlein (Amos de títeres) es mencionada como posible influencia de “El Eternauta”.
Ahora las esperanzas están depositadas en la serie anunciada por Netflix, que ya lleva un año de retraso. En febrero de 2020, los ejecutivos de la N habían anunciado el proyecto, a ser producido por KyS (El ángel, Relatos salvajes) y dirigido por Bruno Stagnaro (”Okupas”) con la participación del también cineasta Martín Oesterheld (uno de los dos nietos de Héctor y Elsa, hijo de Estela) como consultor. Pero semanas después llegó a la Argentina una “nevada” de otro tipo. El proyecto quedó estancado durante la cuarentena; ahora se dice que podría ser estrenado por la plataforma en 2023.
En los 65 años pasados desde la primera publicación de “El Eternauta”, el escenario de Buenos Aires cambió, pero no tanto. La pérgola del barrio de Belgrano donde Juan Salvo se enfrentaba al “mano” está en el mismo lugar; el estadio de Núñez también. La casa del suburbio bonaerense de Beccar donde vivieron los Oesterheld, frente a la estación de tren, todavía existe y está en venta; hay una iniciativa para convertirla en espacio de la memoria y museo dedicado a la vida y la obra del autor. Allí, desde una de las ventanas del primer piso, los Salvo vieron cómo comenzaba a caer la nevada inolvidable. Es un proyecto más, como el de la serie. Los fans se preguntan, desde el último cuadrito de la historieta: ¿será posible?