La cúrcuma, prima hermana del jengibre, es un ingrediente fundamental en la cocina oriental. Originaria del Sudeste Asiático y la India, es buena para las enfermedades respiratorias y digestivas, y estimula el sistema inmune. Pero más allá de su aporte medicinal, suma un montón en la cocina. Aporta un dulzor sutil y cierto picor muy suave a los platos y, además, se la emplea como colorante (de hecho, se la conoce como “el falso azafrán”).
De este lado del hemisferio se la consume mayormente deshidratada y molida, pero es muy importante asegurarse que provenga de productores fiables: “La cúrcuma en polvo (y esto aplica para todos los condimentos en polvo) suele estar adulterada. Pero si realmente es pura, es un gran ingrediente”, observa Alejandro Bo, a cargo de Huerta Elemental (en IG @huertaelemental). En invierno, este ingrediente va perfecto en guisos, estofados y sopas; y en verano, en jugos mezclada con jengibre, con cítricos y en leches vegetales. El experto recomienda animarse a consumirla fresca y rallada, ya que posee un gusto más fuerte y realza las preparaciones. Puede usarse en el arroz, en ensaladas, currys, infusiones, jugos y mezclada con otras verduras.
Al comprar cúrcuma fresca es importante que no esté deshidratada ni blanda, sino más bien firme. “La piel es un poco más oscura y marrón que la del jengibre y hacia adentro se va tornando amarilla. Recién cosechada es más pálida y ya en el mercado se va oscureciendo desde afuera hacia adentro”, explica Alejandro.
Si resulta difícil conseguirla fresca, una opción es cultivarla en el jardín o incluso en una maceta. “Es una planta resistente y rústica, no requiere más cuidados que el riego. Debe sembrarse entre el invierno y la primavera, y comienza a salir con el calor, hacia finales de octubre o principios de noviembre”, cuenta el especialista. Una vez cultivado el rizoma, es importante conservarlo en un recipiente de madera o de cartón que le permita respirar. Luego puede guardarse en bolsas.