Comenzar un proceso terapéutico implica un gran compromiso, especialmente, con uno mismo. Considerar la posibilidad de realizar una consulta ya es una tarea de valientes y animarse al siguiente paso –elegir profesional– requiere decisión, tolerancia y la imprescindible revisión tanto de prejuicios como de expectativas.
A veces iniciamos la búsqueda solicitando información a nuestra obra social o mutual. Otras veces, averiguamos a través de las redes sociales, donde los profesionales ofrecen sus servicios. Otro camino es mediante la derivación que pueda realizar un especialista de la salud (médico clínico, por ejemplo) o de las referencias que otra persona pueda ofrecernos a modo de recomendación. El “boca en boca” genera confianza.
De todos modos, lo que nos suceda cuando conozcamos al profesional será particular y puede que no resulte. Es importante no desanimarnos y recordar que la búsqueda requiere de paciencia: al tratarse de una relación humana, el sentir es fundamental para que la experiencia resulte significativa.
Un aspecto que no debemos descuidar al momento de elegir psicólogo es que pueda garantizarnos un acompañamiento ético, científico y humano. Tres pilares fundamentales. Principalmente, debemos corroborar que se trata de un profesional graduado y que puede brindarnos un encuadre terapéutico claro (espacio, tiempo, honorarios, roles de cada uno).
Asegurado esto, es importante saber que existen distintas especialidades dentro de la psicología (profesionales que se dedican especialmente a ciertos asuntos) y también varias orientaciones terapéuticas que sostienen diferentes formas de abordaje. Existen estudios científicos que informan qué abordajes pueden ser eficaces para distintos tipos de trastornos en adultos y niños/adolescentes.
Algunos psicólogos suelen aclarar su enfoque en las primeras consultas, otros no lo consideran fundamental, pero siempre debe ser una información disponible. Y si bien estos datos son interesantes, no deberían tomarse como único criterio de elección.
Ya los primeros contactos con el terapeuta (para averiguar o solicitar turno) pueden orientarnos: cómo recibe nuestra demanda, cómo es su trato, qué disponibilidad ofrece, cómo nos sentimos ante este acercamiento inicial… Es una información esclarecedora y del orden de lo vincular. Más importante aún es la relación que vayamos gestando con el terapeuta si decidimos realizar los primeros encuentros. Allí podremos vivenciar cómo es este espacio de terapia, cómo nos sentimos allí y evaluar junto al psicólogo las posibilidades de que ese vínculo profesional pueda resultar terapéutico.
Deberíamos sentirnos acompañados para recorrer nuestra propia historia y los aspectos más profundos de la vida. Un psicólogo que nos acompañe como un “testigo cómplice”, al decir de Alice Miller, nos permitirá encontrar nuestras emociones y vivir con nuestra verdad. Nos aceptará tal como somos, y allí podrá desplegarse la relación transferencial necesaria para que se habiliten nuevos caminos.
* Natalia Ferrero es licenciada y profesora en Psicología, Oncativo, Córdoba.