“Es crónico. Todo el tiempo me cruzo con palabras –en una lectura o en conversaciones cotidianas– que despiertan mi curiosidad y “necesito” indagar su historia”, escribe el historiador Daniel Balmaceda en la introducción de su nuevo libro El apasionante origen de las palabras (Sudamericana, 2020). Y este disparador parece dar fe de que la motivación por la investigación no se agota y que el significado de las palabras tampoco. Es la pregunta sobre la génesis de las cosas, en este caso de las palabras -”¿y este término de dónde salió?”– la que convoca a su autor a llevar adelante este trabajo de más de cuatrocientas páginas, con el fin de dar algunas respuestas a ciertos interrogantes sobre nuestro lenguaje.
Términos que hoy se utilizan en el cotidiano como “al divino botón”, “tirar manteca al techo”, “artillería”, “batir”, “deschavar”, “brete”, “sacar a la palestra” o “piquete”, de dónde surgen. Balmaceda tiene respuesta para todos ellos en este nuevo trabajo, que, como adelanta en la introducción, nace de sus libros anteriores: Historia de las palabras e Historia de letras, palabras y frases. “Aprovechando la nutrida base de las publicaciones previas, en este caso establecí divisiones –algo caprichosas– para darle mayor coherencia al entramado. Desarmé algunos capítulos reacondicionándolos para que la difusión sea más atrapante. Modifiqué los títulos con la intención de ser más directo, menos elíptico. Deben haberse sumado unos veinticinco capítulos”.
Balmaceda es periodista recibido en la Universidad Católica Argentina, pasó por las redacciones de Noticias, Newsweek y El Gráfico -entre otras- y es miembro titular y vitalicio de la Sociedad Argentina de Historiadores. Si bien sus estudios formales se basaron en la comunicación y el periodismo, su pasión por la historia se antepone a su oficio dentro de las redacciones. “En el comienzo de los años ’90 me tocó escribir sobre temas de historia para algunos medios y allí es donde empecé a interiorizarme con el mundo de las redacciones y la prensa gráfica”, le dice Balmaceda a Rumbos. “Conocí el periodismo del otro lado del mostrador y a partir de ahí me entusiasmé. Pero después de trabajar varios años en la gráfica, sentí que la actualidad no era el mundo ideal en el que quería investigar, que el pasado era más atractivo”, concluye.
En la introducción de tu reciente libro, El apasionante origen de las palabas, contás que cuando presentaste tu trabajo anterior Historia de letras, palabras y frases, pensabas que ya habías concluido tu aporte al mundo del origen de las palabras, sin embargo, apareció este nuevo libro ¿Crees que ahora sí concluyó tu investigación sobre este universo?
Me resulta muy atractivo el trabajo de búsqueda. Cuando escribí el primer libro (Historia de las palabras, 2011) pensé que era todo lo que iba a aportar, después escribí el segundo y me pareció que ya era más que suficiente, que no se podían sumar más cosas, y cuando empecé a ver que todavía tenía un montón de material encaré el proyecto de este libro y sumé capítulos de los libros anteriores. Los reordené y los entrecrucé para que funcionaran mejor y agregué más capítulos. Fue un trabajo enorme.
¿Te planteaste un nuevo proceso de investigación en este libro o apareció motivado por material que descartaste de los trabajos anteriores?
El hecho de trabajar con archivos antiguos, periódicos y correspondencia, hizo que siempre estuviera familiarizado con la utilización de vocabularios de otras épocas y los cambios que se fueron produciendo. Si uno va rastreando hacia atrás se encuentra con que tal vez las palabras que hoy para nosotros son naturales en todos los contextos, no lo eran antes. Hoy nos podemos marear en cualquier lado, antes el mareo era específico del mar.
Ahora que mencionás lo del mar y lo ponés de ejemplo, también le dedicás un apartado a la marinería. Desentrañás el origen de palabras como “abordo”, “puerto” o lo que después terminó convirtiéndose en el dicho “la mar en coche” …
Hace cuatrocientos, quinientos años, la marinería era una parte esencial del comercio, del desarrollo y de la comunicación de los pueblos. Tiene más que ver con la importancia. Lo mismo con los temas militares, los temas de guerra, los de la agricultura. Es tanto el peso que tenían esas actividades en la sociedad, que no podían dejar de aportar mucho a la lengua.
En tu investigación mucho de lo que trabajás, con el tiempo terminó por convertirse en dicho popular ¿Cómo analizás el poder de esos dichos populares en la comunicación?
En general los dichos se afirman en el lenguaje, cuando son muy conocidos y específicos. Y cuando con pocas palabras uno puede decir muchas más cosas. Nosotros podemos estar reunidos cuatro o cinco personas hablando de alguien y si esa persona de la que estamos hablando llega a la reunión, y alguien dice “hablando de Roma” ya está. Solo con decir esas tres palabras los que no están viendo a la persona entrar, igual saben que está viniendo. Los ingleses dicen “speak of devil” en el mismo sentido que nosotros decimos “hablando de Roma”. Ese es el poder de una frase: entendimiento general y poder de síntesis. (Se detiene un instante, piensa como continuar la reflexión y continua). El lenguaje de la delincuencia también tiene ese tipo de fórmulas. El mundo de los estudiantes, de los médicos, todos los grupos tienen fórmulas para manejarse con más agilidad, sabiendo que todos en ese grupo tienen una base de conocimientos sobre esos temas que hace que se pueda hablar sin dar demasiadas explicaciones. Doy otro ejemplo: nosotros decimos “dar bola”, que viene del mundo del billar. Los jugadores de billar entendían perfectamente a qué se refería dentro de ese contexto, el tema es que después trascendió y ya todos entendemos de qué se trata, pero primero surge en grupos reducidos que entienden a qué se refiere ese conjunto de palabras.
También analizás palabras de otros idiomas que se suelen usar de manera natural en el español ¿Nuestro español no tiene el mismo poder de síntesis para términos como marketing, por ejemplo?
Cuando menciono palabras en otros idiomas es porque más que ocuparme del idioma nuestro, me ocupo de la forma de hablar. Justamente por más que exista la palabra mercadeo, en el mundo del marketing nadie le dice así. Académicamente es incorrecto decir marketing porque habiendo palabras en el español para utilizar uno siempre debería priorizarlas, sin embargo, el lenguaje habitual, el común, acepta palabras en otros idiomas justamente por ese concepto de simpleza y efectividad. Deadline en el ambiente del periodismo es un término muy claro y casi te diría que con dos sílabas la persona que debe hacer un trabajo, en un tiempo límite, entiende claramente a qué se refiere. Obviamente que se puede encontrar una fórmula en el español, pero esto terminó resultando más efectivo. El latín clásico tenía un idioma paralelo que era el latín vulgar, así se le llamaba al idioma coloquial de aquel tiempo. Mucho de ese idioma llegó a nosotros. Un claro ejemplo es que mientras los griegos le decían hipo al caballo –lo vemos en hipódromo o en hipopótamo, que significa “caballo de río”–, los latinos decían equus y de ahí nos viene “equino”. Cuando menciono la conocida frase inglesa keep calm and carry on por supuesto no es una frase que nosotros tengamos en nuestro lenguaje habitual, pero es una frase simbólica ampliamente conocida en todo el mundo y su historia merecía ser compartida con los lectores.
Si tuvieras que hacer un libro como El apasionante origen…pero con palabras y frases que utilizan los jóvenes ¿Por cuáles empezarías?
No lo considero como materia de investigación, si fuera un trabajo específico más bien académico podría llegar a tomarlo, pero en un principio en los libros, sean temas de historia o de filología, lo que trato es que sea de interés para un público amplio. Investigar cómo hablan los jóvenes puede interesarme a mí, pero no sé si puede llegar a interesarle a un cúmulo grande de lectores. En cambio, hay frases que se usaron en 1900 y 1950, 2000 y 2020 que nos abarcan a todos y que sí seguramente pueda interesarle a un público más amplio. Las juventudes a través del tiempo le han aportado muchísimo al lenguaje que usamos cotidianamente, así que creo que en un futuro muchos de los términos y fórmulas que utilizan los jóvenes hoy van a quedar instalados y van a transformarse en algo habitual. Y sin duda, no será mi caso, en el futuro alguien se ocupará de estudiarlo.
¿Fue tu vínculo con la historia lo que motorizó tu profesión de periodista?
En el comienzo de los años ’90 me tocó escribir sobre temas de historia para algunos medios y allí es donde empecé a interiorizarme con el mundo de las redacciones y la prensa gráfica. Y también con el mundo de la radio porque me hacían notas. Conocí el periodismo del otro lado del mostrador y a partir de ahí me entusiasmé. Pero después de trabajar varios años en la gráfica, sentí que la actualidad no era el mundo ideal en el que quería investigar, que el pasado era más atractivo. Recuerdo claramente que en la revista Noticias, con mi editor tuvimos que hacer una nota de tapa sobre el 25 de mayo y ahí me reencontré con la investigación histórica y comencé el proceso de divorcio con la actualidad. En el periodismo lo que necesitamos es ser absolutamente concisos y atractivos en cada párrafo para seguir manteniendo al lector en nuestro texto. En este sentido, el periodismo fue una herramienta fundamental para el desarrollo del libro y de todos mis textos de historia.