Cuatro son las arterias que irrigan el cerebro, el cerebelo y el tronco encefálico. El sistema está dispuesto de manera tal, que estos vasos se unen debajo del cerebro en un anillo, desde donde parten seis arterias más grandes y un sinnúmero de más pequeñas. Por lo tanto, si falla una de las cuatro mencionadas, las otras suplen su disminución.
Una arteria puede taparse debido a su desgaste y endurecimiento por placas de colesterol. Esto favorecerá la formación local de un cúmulo de partículas sanguíneas y fibras – trombo–, que terminará por ocluirla y generar una trombosis. A veces, los trombos se desprenden arrastrados por la corriente sanguínea y llegan a las pequeñas arterias cerebrales, en donde se enclavan bruscamente y obstruyen la circulación para generar una embolia.
Para comprender el tema, hay que saber que existen dos categorías de ACV: cuando se obstruye una arteria y se impide la circulación sanguínea –isquémico–, y aquellos en donde se rompen las paredes de una arteria, la sangre escapa del sistema circulatorio y se produce una hemorragia cerebral –hemorrágico–.
Un ACV es una lesión cerebral, cuya aparición provoca efectos complejos, tanto para el paciente como para su familia.
En la Argentina, ocurre un accidente cerebrovascular cada cuatro minutos, cifra que supone unos 130 mil casos anuales. En los países desarrollados, la falla en el riego sanguíneo cerebral, accidente cerebrovascular, stroke o ataque cerebral ocupa el primer lugar como causa de discapacidad y el tercero como causal de muerte.
Mas del 80% de los casos en Occidente corresponden a ACV isquémicos, trombóticos o embólicos, mientras que menos del 20% restante son hemorrágicos.
Generalmente, el ACV es el resultado de una enfermedad progresiva, que se ha ido desarrollando aunque el individuo no lo sepa, y sucede cuando las células cerebrales mueren por falta de oxígeno y glucosa debido a un flujo sanguíneo insuficiente.
En algunos casos, los ACV no dan síntomas, y a veces provocan la muerte.
Habitualmente no son fatales, pero dejan muerta una porción de tejido cerebral (el famoso “infarto”), que conducirá a una discapacidad. Esa lesión puede expresarse a través de un deterioro intelectual, parálisis y/o trastorno sensitivo de una mitad del cuerpo, dificultades del lenguaje (afasia), de coordinación y equilibrio, o en la visión de un ojo o ambos.
Debemos consultar al médico frente a estos síntomas:
- Súbito entumecimiento del brazo, la pierna o la cara.
- Repentino trastorno visual en uno o ambos ojos.
- Imprevisto trastorno en el habla o el lenguaje.
- Dolor de cabeza no habitual, inesperado.
- Súbita pérdida del equilibrio o la coordinación.
Son varios los factores que incrementan el riesgo de padecer un ACV. ¿Los más importantes? La edad avanzada, hipertensión arterial, enfermedad cardíaca, colesterol elevado, diabetes, tabaquismo y alcoholismo. La fibrilación auricular –una frecuente arritmia cardíaca– incrementa de cinco a diez veces la posibilidad de desarrollar un ACV. El uso de aspirina reduce su chance en 80%.
* Médico neurólogo. Director del Instituto de Neurología Buenos Aires. agandersson@neurologiainba.com.ar Contenido exclusivo de Rumbos.