Hace unos días, Gustavo Santaolalla presentó la versión remasterizada de su disco Santaolalla, de 1982. La pueden encontrar en Spotify y en Youtube. Fue su primera obra en solitario, después de abandonar Arcoiris –nuestra más auténtica banda hippie- y en ella afloran las señas de identidad que lo convertirían, con el pasar de los años, en el gran productor del rock latino y en un abonado a los Oscar: un oído puesto en los ritmos globales y el otro en las tradiciones musicales de América, prólogo de la travesía De Ushuaia a la Quiaca que haría, tiempo después, junto a León Gieco. 1982 fue, en muchos sentidos, una bisagra para el rock nacional. Durante ese año se sentaron las bases de lo que iba a ser la banda de sonido de la década del 80. Los Abuelos de la Nada sacaron su primer disco, al igual que Juan Carlos Baglietto, que con Tiempos difíciles abría la edad dorada de la trova rosarina. En febrero tuvo lugar el mítico festival de La Falda, que juntó a más de 20.000 “pelilargos” en plena Dictadura. Spinetta presentó Kamikaze, donde había un poema con destino de inmortalidad titulado “Barro tal vez”. Charly, la gran antena de la época, inició su carrera solista con Yendo de la cama al living, que traía de yapa la música que compuso para Pubis Angelical, aquel peliculón basado en el libro de Manuel Puig. Y el trasfondo de Malvinas -el miedo, la paranoia, el dolor- captado para siempre en las estrofas de “No bombardeen Buenos Aires”, una canción que explica más que cualquier manual de historia.
Cuatro canciones que cambiaron nuestras vidas
“Vasuveda”, el hit del primer disco solista de Santaolalla
“No bombardeen Buenos Aires”, Charly definiendo el año de Malvinas
“Era en Abril”, un clásico instantáneo de Baglietto y la trova rosarina
“No te enamores nunca”, el bombazo del primer disco de Los Abuelos, producido por Charly