A partir del siglo XXI se produce un importante cambio en la economía agropecuaria mundial. Los precios agrícolas internacionales de los principales productos (trigo, maíz, soja, azúcar, carnes, algodón, etc.) transitan por el período más favorable desde que existen registros, superiores aún a los de fines del siglo XIX, período de gran expansión de la agricultura argentina y norteamericana.
Es bueno preguntarse por qué se produce este proceso, cuáles causas lo determinan y cuáles han sido, son y pueden ser las respuestas posibles y las consecuencias actuales y futuras del mismo. Y, sobre todo, cómo podemos aprovechar este fenómeno para el desarrollo de nuestro país.
La demanda de productos agropecuarios, los elevados precios de materias primas agropecuarias, productos semi elaborados y productos agroalimentarios finales se deben a la mayor demanda como consecuencia de la expansión económica de muchas economías, especialmente asiáticas (China, India, Corea, Indonesia), latinoamericanas (México, Perú, Colombia, Chile, Brasil) y también africanas.
En estos países se verifica el fenómeno de transición alimentaria. Esta transición nutricional corresponde al cambio de raciones alimentarias basadas en el consumo directo de cereales y harinas ricos en fibras y azúcares complejos, por raciones con azúcares simples y proteínas y grasas de origen animal.
Este fenómeno ha determinado la rápida expansión de los productos agrícolas destinados a la producción de alimentos balanceados para la alimentación de bovinos (leche y carne), porcinos y aves (carne y huevos) y explica en gran parte la expansión de la demanda de harina de soja y poroto de soja, de maíz y sorgo. Un tercio de los cereales producidos en el mundo se destinan a la alimentación animal.
Este proceso se prevé continuará en el futuro por lo que consolidará la demanda de productos de origen animal y productos agrícolas para la alimentación animal. Por otra parte, el crecimiento demográfico y la creciente urbanización de la población mundial refuerzan el aumento de la demanda de productos agroalimentarios.
De 3.000 millones de personas en 1960, se ha pasado a 6.000 millones en 2000 y se prevé alcanzar los 9.000 millones en 2050, seres humanos que deberán ser adecuadamente alimentados por los sistemas productivos de base agraria y por los sistemas marinos. A este fenómeno de más habitantes se suma la creciente urbanización.
Hemos pasado del 10% de la población mundial en ciudades en 1800 a más del 50% actualmente (en Argentina y Brasil supera el 80%).
Estos movimientos de gente del campo a ciudades produce fuertes cambios alimentarios y en su etapa de distribución ha generado la “revolución de los supermercados”.
Finalmente, el desarrollo de los biocombustibles (ocupan 30 millones de hectáreas; 2% de superficie cultivada mundial y representan el 1% del consumo de carburantes del mundo) basados en maíz y caña de azúcar (bioetanol, 85% de los biocombustibles) y en aceite de soja, de colza y de palma (biodiésel, 15% del total) también impacta en los precios de los productos agropecuarios y ha desatado fuertes discusiones en relación a su conveniencia y oportunidad.
La oferta de productos de la agricultura. Durante gran parte del siglo XX se verificó la teoría de Reich del “deterioro de los términos de intercambio de los productos agropecuarios”, es decir que cada vez se necesitaban más quintales de trigo o de uvas para comprar un bien industrial, como un tractor o un televisor.
Esto cambió a partir del siglo XXI a favor de la agricultura y se prevé que continuará por muchos años todavía. ¿Por qué? Los fundamentos económicos de la demanda son muy fuertes y es poco probable que disminuya la demanda de productos agroalimentarios de las economías asiáticas, pero muchas respuestas están del lado de la oferta.
Las tierras cultivables se han vuelto un bien escaso en el planeta y son determinantes para el futuro constituyendo un real recurso estratégico. Las tierras cultivables representan 1.540 millones de hectáreas (10% del total); 1.400 millones de hectáreas con cultivos anuales (cereales, oleaginosas, forrajeras, hortalizas) y 140 millones de hectáreas con cultivos permanentes (palma aceitera, cafetales, cacao, viñedos, frutales).
Entre 1980 y 2005 la superficie cultivable ha crecido sólo un 4,5%, a costa de bosques y montes, verificándose una lógica y fuerte tendencia a preservarlos y recuperar espacios forestales ganados por tierras agrícolas. En el mismo período la población se ha expandido un 40%, evidenciando la gravedad del problema.
Además, existen 3.400 millones de hectáreas aptas sólo para pastoreo, con serios problemas de gestión del recurso vegetal. Según la FAO no existen nuevas áreas importantes para expandir la agricultura y es necesario preservar y acrecentar las superficies boscosas, pulmones del planeta.
Las principales reservas de tierras agrícolas están en Argentina, Brasil, Paraguay, Uruguay, Bolivia y Colombia en América; en el Sudeste Asiático y en el África Negra. En zonas templadas sólo Argentina, el sur de Rusia, Ucrania y Kazajstán poseen alguna posibilidad de incrementar superficies cultivadas.
Esta situación es la que determina el fenómeno de “land grubbing” (sustracciones territoriales), es decir, adquisiciones masivas de tierras en terceros países por Estados, empresas para estatales o grandes compañías, en especial, para garantizarse la seguridad de aprovisionamiento de alimentos en el futuro.
Particularmente activos en este sentido son China, Corea del Sur y Japón, Arabia Saudita, Qatar, Emiratos Árabes y también Libia y Egipto, todos fuertemente demandantes de alimentos básicos en el mercado internacional.
Por su parte, la agricultura bajo riego representa 275 millones de hectáreas en el mundo, representando el 18% de las tierras cultivables y el 40% de la producción mundial. China e India riegan 50 millones de hectáreas cada uno representando el 40% del total. En América, Estados Unidos riega 21 millones de hectáreas, Brasil 11 millones hectáreas, Argentina solo 2,3 millones de hectáreas.
El fenómeno de land grubbing puede también interpretarse como water grubbing cuando las adquisiciones están relacionadas a tierras bajo riego. La agricultura no sólo produce bienes comercializables sino también produce otros bienes no comercializables en el mercado como fijación de carbono, regulación hidrogeológica de aguas, evitando inundaciones, ordenamiento del territorio, paisajes, etc.
Es decir que provee bienes que podrían sintetizarse en la palabra territorios, que facilitan la vida de los agricultores y de las personas que los habitan.
El caso de los oasis bajo riego, es particularmente ilustrativo de esta situación. El territorio constituye, en sí mismo, un valor adicional de la agricultura que facilita la diferenciación de los productos del mismo y la generación de mayor valor, empleo y condiciones de desarrollo.
Una mención debe hacerse a la desregulación creciente de los mercados internacionales de productos de base agraria que ha limitado la oferta subsidiada como fruto del Acuerdo de Marrakech (cierre de la Uruguay Round de la Organización Mundial del Comercio) que permitió disminuir drásticamente los subsidios directos de apoyo a la producción agrícola y a las exportaciones de la Unión Europea y de los Estados Unidos especialmente, limpiando los mercados internacionales. Argentina y el Mercosur y Australia y Nueva Zelanda han sido los principales beneficiados de este proceso.
La reciente firma del Acuerdo de Bali, a pesar de ser mucho menos de lo esperado, prevé nuevas reducciones de apoyo a las agriculturas subvencionadas y la ulterior eliminación de apoyo a las exportaciones de bienes de origen agropecuario.
En este breve espacio, no es posible hablar del importante cambio tecnológico en la agricultura en los últimos años pero, no obstante éste, la presión de la demanda se verifica mucho más consistente que las posibilidades de respuesta de la oferta, especialmente limitada por la ausencia de nuevas tierras y la necesidad de acelerar el cambio técnico, mejorar productividad y sistemas de distribución para alimentar al mundo.