Rumbo a Russia 2018: Había que ganar, y se ganó

En el mes que se cumplen 4 décadas de la Copa organizada por nuestro país, recordamos el debut ante Hungría.

Rumbo a Russia 2018: Había que ganar, y se ganó
Rumbo a Russia 2018: Había que ganar, y se ganó

“Estaba en el ambiente. Lo decían todos. Menotti, los jugadores, el público, los periodistas. Se había convertido en una consigna: ‘Hay que ganar el primer partido’. Y enseguida, la explicación. Porque se supera la tremenda carga psicológica que seguramente agobia a los jugadores. Porque se ratifican la confianza y el poderío logrados en la etapa previa. Porque crecerá el respeto de nuestros adversarios.

Y se ganó. Aunque parezca algo simplista ese fue un gran objetivo alcanzado en la dura marcha hacia el título. No se jugó bien todo lo bien que se esperaba. De cualquier manera, el juicio no puede ser severo.

La mayoría de los debutantes locales en la Copa del Mundo han tenido actuaciones poco satisfactorias. Le ocurrió a Inglaterra en 1966 cuando apenas empató 0-0 contra Uruguay. Le pasó a México en 1970 con otro 0-0 frente a la Unión Soviética. Se reitera el caso en 1974 donde Alemania Federal angustiosamente, con un remate de larga distancia a cargo de Paul Breitner, derrota 1-0 a Chile.

Encima, cuesta arriba

Los nervios del debut no serían la única circunstancia a superar por la Selección en su partido inaugural. Para agudizar la situación, a los diez minutos ya tenía el marcador en contra. Un nuevo y riesgoso desafío se le planteaba a nuestros jugadores. Ahora para ganar había que hacer al menos dos goles.

Argentina mostró entonces su elogiable intención ofensiva aunque no alcanzaba para quebrar la férrea y eficiente marca de los húngaros, quienes había aprendido la lección del 5 a 1, de dos años antes (cuando con el debut de un tal Diego Armando Maradona) recibieron una paliza en la Bombonera por 5-1.

Hungría defendió con marca personal sin dar ventajas y cerrando los espacios. Argentina se vio así frente a la dificultad de no poder imponer la dinámica que le viéramos en los últimos tiempos y que fue el fundamento donde empezó a crecer ese sueño del Campeonato del Mundo. En la búsqueda de huecos y mejor ritmo faltó el hombre clave: Ardiles.

Desprovisto de su talento conductor, el equipo perdió claridad en la salida y su ataque descansó en el acierto personal de Valencia y Luque, los que con mayor insistencia obligaron a la defensa húngara. El espectáculo, entre los veinte y treinta minutos, no tuvo intensidad y ese lapso coincidió con la 'desaparición' de Valencia.

Los húngaros tentaban a Olguín para que se proyectara y a sus espaldas llegaban los pelotazos sorpresivos que Torocsik, saliendo en diagonal, casi siempre lograba capitalizar. Por ese sector vino el gol de Csapo.

Pero esta vez no solo allí se concentró el problema defensivo. Tampoco exhibió su habitual solvencia Passarella. Uno de sus yerros más graves fue cuando cuando fue encima de Gallego que esperaba una pelota larga del arquero Gudjar; lo empujó y la pelota siguió de largo para Torocsik, que quedó mano a mano con Galván.

La única variante táctica ensayada en el primer tiempo con relativo éxito fue la subida de Tarantini por su lateral. Aprovechaba el vacío creado por Luque y/o Kempes, además de Valencia, que bajaban bruscamente llevando sus marcas y facilitando la escalada del marcador lateral.

Juego brusco

El comienzo de la segunda etapa desnudó una definitiva inclinación de los visitantes por aferrarse a ese uno-uno que acaso llegaba más allá de los cálculos previos.

Puede ser que ese factor haya influido para que la disciplina táctica y la marcación celosa se fueran convirtiendo en violencia. Cada jugador húngaro superado apelaba invariablemente al foul, a la zancadilla, a la patada artera desde atrás. El complemento de esos sucios recursos era la demora abusiva para ir a buscar balones que salían afuera o para ejecutar infracciones.

El panorama de los húngaros en este tiempo se fue agravando porque asomó en el equipo argentino la figura de Ardiles. Se lo vio más metido en el partido participando del arranque, aligerando y clarificando el paso de la media cancha. Y a su influjo ganó Argentina en posibilidades ofensivas. No obstante el reloj se devoraba las ganas. Se empezó a rozar la desesperación. El gol que no llegaba y los golpes húngaros.

Tras una pitada profunda a su milésimo cigarrillo, Menotti decide el primer cambio: Bertoni por Houseman. Potencia para reemplazar el genio de Houseman que en la noche del viernes estuvo ausente. Mientras Bertoni entra en clima, el partido se sigue yendo.

Otra pitada, otro cambio: Alonso por Valencia. El jujeño había perdido en este período la gravitación que alcanzó en el primero. Alonso entra enseguida en la necesidad del compromiso a pesar del poco tiempo que dispone. Le alcanza para participar con habilidad y precisión en la jugada que desembocaría en el segundo gol argentino. El de la victoria.

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