"Cierra los ojos, no tengas miedo, el monstruo se ha ido", dice John Lennon en la canción dedicada a uno de sus hijos. Y Rosita Guizzardi, una maestra jubilada de 52 años que vive en un pequeño pueblo de Río Negro parece haber tomado la posta para salvar a Pablo (40) de la oscuridad.
Es que la mujer, en un acto de amor valiente pero muy simple adoptó al joven que tiene síndrome de down tras la muerte de sus dos padres, en 2015.
"Yo no quiero que me hagan notas para hacerme famosa. Lo que yo quiero es que otros se animen a hacerlo", dice la mujer que vive en Sierra Grande desde hace más de 20 años y que admite tener el corazón repartido entre su tierra natal, Real del Padre (San Rafael), Malargüe y Villa Dolores (Córdoba), lugares todos donde pasó muchos años de su vida.
Tras viajes kilométricos, enfermedades terribles, la escuela, las plantas, la tierra y un sinfín de memorias que seguirán construyendo entre ambos, Rosita y Pablo, hoy madre e hijo, rompen la barrera de lo biológico y se abrazan en un vínculo que es ejemplo para todos los hombres y mujeres. Es un gesto de solidaridad del alma.
Construirse
Rosita Guizzardi llegó a esta ciudad minera, a 1330 kilómetros de Mendoza, en 1991 y un año más tarde ejercía como maestra especial en la escuela n|11. En 1996 conoció a Pablo y desde ese momento generaron una relación que hoy lleva más de dos décadas.
Él era un chico de 20 años conocido por todos porque estaba siempre en el negocio de su familia llamado "La eléctrica" y luego participó activamente por el reclamo de un edificio propio para la escuela.
"Nos hicimos amigos en el taller de floricultura y huerta que daba y así fue también como conocí a sus padres", dice Rosita señalando que los progenitores de Pablo, Sara y Pío Liberini, eran una pareja de adultos mayores con otro hijo viviendo en Italia.
"Me dijeron que él siempre les hablaba de mi", agrega la docente jubilada.
Más tarde sucedió un hecho que sería definitivo para ambos. Cierto día falleció un vecino y eso llevó a que el chico hiciese preguntas respecto a la vida y la muerte y que la charla derivara en su futuro, visto que los padres de él eran ancianos y era necesario plantearse con quién se quedaría Pablo cuando ellos ya no estuvieran.
Pero, el joven los sorprendió y sin vueltas admitió que se quedaría con Rosita y "el Quiroz", el esposo de la docente así llamado por el chico. Finalmente, en una Navidad con más olor a mar que a nieve, los padres del chico citaron a Rosita y su marido con quienes ya tenían una relación cercana.
"Dice que cuando no estemos se va a quedar con ustedes", recuerda la docente citando a don Pío, el padre de Pablo ("que era un tano bien tano", dice la protagonista de esta historia), quien les preguntó si en el futuro querrían adoptarlo.
Más tarde un cáncer en el cuerpo de Rosita haría tambalear el pacto de adopción por las complicaciones que podrían surgir a partir del tratamiento, pero una vez superada la enfermedad, todo siguió su curso feliz.
La nueva familia
Pablo siempre tuvo contacto con los hijos biológicos de Rosita, José y Cintia, y en el momento en que surgió la posibilidad de la adopción, los dos estuvieron de acuerdo. De hecho, al momento de la enfermedad de la docente, Cintia y su marido se ofrecieron a hacerse cargo del joven.
"Pablo siempre fue muy enamoradizo y su mamá desde un principio le dijo que Cintia era su hermana", recuerda Rosita. Así fue que cuando la chica fue a su primer baile de primavera, el joven pidió un lugar en la pista junto a ella y lo mismo sucedió a sus 15, adelantándose a "el Quiroz" en el momento del vals.
En 2015, falleció Sara y unos meses más tarde Don Pío. Pero en el medio sucedieron hechos importantes. "Cuando muere Sara, don Pío era un hombre de 85 años y tenía mucho miedo por el destino de su hijo. Así que me fui a convivir con ellos, para que supiera con qué clase de persona se quedaba Pablo", dice Rosita.
Luego comenzaron con los trámites con una jueza de familia para la obtener la curatela, que es la tutoría de una persona con discapacidad. Así, Don Pío escribió un documento frente a la figura legal donde dejaba expreso el deseo de dejarlo en manos de Rosita. Y, tras su fallecimiento, esto sucedió sin inconvenientes.
Actualmente, siguen acomodándose a la convivencia. "Tenía los horarios muy marcados y de a poco los hemos ido rompiendo. De hecho, cuando llega de la escuela automáticamente va y se saca las zapatillas cuando no hace falta".
“Vamos haciendo nuevas reglas entre lo que él acostumbra y lo que soy yo. Ahora se anima a decir 'bol…' algo que antes con sus padres no hubiese dicho. Y eso que para él es un insulto gravísimo", reafirma.
Hoy, los Quiroz-Guizzardi se han convertido, como dijo el hermano italiano de Pablo, en ángeles caídos del cielo y un ejemplo a seguir.