''El farmer'' es una lucha: las dos palabras del título parecen demostrarlo. Pero no es (solo) una lucha entre dos lenguas que se desconocen, entre dos culturas inconmensurables o entre dos lecturas de nuestra historia.
La lucha que se propone en esta obra, y a través de las actuaciones pletóricas de Pompeyo Audivert y de Rodrigo de la Serna, es de otro tipo. Los mendocinos pudieron verla el sábado en la noche, y también podrán hacerlo hoy.
La propuesta: hay otra batalla en el mito de Juan Manuel de Rosas, más íntima; esa que siguió a Caseros y que se desató (en base a la versión literaria de Andrés Rivera) durante 25 años de exilio en su cabeza.
Y ahí está la materia de ''El farmer'': la batalla con el destino que pudo haber sido, con la muerte que tarda en venir, con su propio pasado, con la pobreza que lo corroe.
En esta obra, Rosas se ve a sí mismo, pero en un espejo trizado. Es una metáfora que Audivert usa para referirse al teatro, pero que podría aplicarse con exactitud a estos 80 minutos de actuación.
Por un lado, vemos al hombre ''real'', interpretado por un impactante Audivert: compone a un viejo sufriente y destartalado, que usa como bastón su propio sable (¿el mismo que le legó San Martín? se preguntará alguno).
Grotesco, abandonado, encorvado y víctima de temblores espasmódicos. Un retrato que a los fieles de Rosas, e incluso a sus propios detractores, les toca la fibra nacional más íntima.
Ése es el hombre que recuerda al ''mito'', el mismo De la Serna, que se metamorfosea en los sucesivos recuerdos de sí mismo (ya sea como gobernador, ya sea como un niño), pero también en una perversa Manuelita, en los trabajadores galeses que le limpian la nieve del rancho de Southampton, Urquiza, su madre López de Osornio -de quien guarda su pelo- o el Sarmiento del mármol.
Ambas actuaciones son desatadas y viscerales, acordes al ritmo de un monólogo interno.
Y ése es el otro actante en esta máquina: el texto infinito y borboteante, adaptado de la novela de Rivera.
Resulta notable la manera minuciosa en que ambos trabajaron la palabra. Pese a la densidad en la información histórica (que puede resultar algo áspera para el que quiera conocer a Rosas con esta visita al teatro), es sorprendente la forma en que se empastan polifónicamente las voces, las propias y las recordadas, las modulaciones y hasta lo melódico del discurso.
Y en lo que a la música respecta, Claudio Peña acompaña esmeradamente el ritmo de la actuación con su cello en vivo. Leandra Rodríguez, por otra parte, propone un complejo juego de luces y sombras que intensifican la discontinuidad de la acción y lo escabroso de una mente decadente.
En el corazón de un engranaje donde se montan distintos planos de realidad (en un momento se usa el tópico del ''soñador soñado'', que es un fragmento agregado por ellos), distintos tiempos y múltiples sonidos, el ''maldito'' de nuestra historia lanza frases como "soy guardián del sueño de los otros" o "yo soy la identidad clandestina de la Patria".
El público agradeció, en un teatro Independencia casi lleno, con un aplauso unánime y de pie: estuvo atento a una muestra magistral de la poética pompeyana.
Es que el propio Audivert suele decir que este papel es el que más le exige, el que más lo cansa en cada función: será que su concepto de “máquina teatral” encontró un terreno fértil en la psicología de un personaje tan polémico, tan inasible.
Ficha
"El farmer", basado en la novela homónima de Andrés Rivera.
Con: Pompeyo Audivert y Rodrigo de la Serna
Dirección: Pompeyo Audivert, Rodrigo de la Serna y Andrés Mangone.
Función: sábado 17, a las 21.30 -repite hoy a las 21-.
Lugar: Teatro Independencia (Chile y Espejo)
Entrada: $100
Calificación: Excelente.