La energía de su voz delata una pasión infatigable: a los 83, Rosa consiente que escribe "como una máquina". Tiene como meta personal crear un cuento por semana. Y ya no sabe adónde meter tantos papeles, pues calcula tener unas 500 obras inéditas que alberga en su casa.
"Mi made murió cuando yo nací, así que me trajeron de La Rioja para que me criara aquí en Mendoza", cuenta. Ese origen riojano marcaría un tono y una voz a la que siempre regresaría en sus recuerdos. "En el patio de mi casa paterna, él siempre contaba historias. Narraba una tras otra, con todos sus nietos de oyentes. De allí surgen los cuentos de este libro".
Con esos 31 relatos ligados a esa escucha atenta y amorosa, Rosa ganó el Certamen Literario Vendimia 2018, en la categoría Cuento. El jurado, integrado por Mercedes Fernández, Roque Humberto Grillo y Fabricio Márquez, destacó que "la autora lleva al lector, con aciertos y solvencia, a transitar atmósferas que tienen injerencia en lo rural, en la leyenda, en los mitos".
Y agregó: “Se observa un sutil manejo del terror, lo fantástico y el realismo costumbrista. Hay, además, una muy interesante dosificación del humor, tramado con la poesía, una personal forma de decir, de seleccionar los nombres de personajes, refranes, sentencias y dichos regionales y muchas veces costumbristas”.
Cada verano de su vida, Rosa pasó largas temporadas en Villa Casana, al norte de Chepes. Allí, en su valle natal, se ambientan las historias que oyó y luego ficcionó. Un sembrador de trigo traicionado por su propia cosecha, una vieja partera que socorre a una joven, un hombre que cae al precipicio y recuerda la tonada de la muerte: esos son algunos de los protagonistas que atraviesan estos "Cuentos bajo la luna".
Pero además de un paisaje geográfico, Pereyra se adentra en el paisaje humano y lingüístico. “Incluí muchas palabras propias de la zona; por eso hay cuentos que llevan un glosario”.
Rosa cuenta que, de niña, "aprendió a leer siguiendo con el dedo los renglones en el diario Los Andes". En el barrio de Villanueva donde pasó su infancia mendocina "estaba la biblioteca Almafuerte y la señora bibliotecaria, la señora Ramponi, cuñada del poeta, nos seleccionaba libros para los chicos; eso nos ayudó mucho".
Estudió el magisterio. Fue, durante 25 años, maestra del ciclo primario. Como es de suponer, armaba todos los actos con devoción por las rimas. Durante sus tres años de docencia en El Vergel (Lavalle) y veintitrés en el Colegio Almafuerte (Villa Nueva), Rosa ha podido sostener su universo poético por arte de práctica: "Rosa y Laurel", por ejemplo, va por la tercera edición y agotándose. "Es que es un libro de glosas y fiestas escolares; el salvavidas de las maestras", ríe.
Llegó a ocupar el puesto de directora. Y permaneció atenta a inculcar el amor por la lectura en los alumnos hasta que, ya jubilada, tuvo el tiempo necesario para dedicarse de lleno a escribir.
Prolífica como pocas, Rosa fue animándose a mostrar sus poemas y narraciones. Al cabo, comenzó a recibir premios. No sólo fue la ganadora del Certamen Vendimia de Poesía de 2013, con la obra "Resero de pájaros" sino que, a estas alturas, cuenta con más de 40 distinciones en distintos concursos provinciales.
Rosa ama su páramo natal. De hecho, gracias a uno de sus libros ("La espina doliente", que recibió un premio regional) le entregaron una casa en Villa Casana: "Todo por el plan de erradicación de la vinchuca, que fomentaba la edificación en el lugar".
Su corazón sigue anidando allí. Por eso, ahora que regresa en forma de narraciones, siente la emoción: “El tipo de cuento que ha ganado es el que yo más amo, que es el cuento nativista, que nace del pasado, de mi historia, de mi pasado y como dicen pinta tu aldea y pintarás el mundo, por lo que creo que llega mucho a la gente”.