Siempre fui un paria: nunca tuve un solo lugar en el mundo, ni tampoco tuve familia, por eso es que siempre me acostumbré rápidamente a cada lugar en el que me tocó vivir.
También fue así con Buenos Aires. Para muchos es un lugar difícil e imposible, pero yo llegué acá muy natural, me adapté en seguida y no me resultó especialmente complicado abrirme un camino. No fue muy difícil, no, más bien fue como un escollo más en un océano, desde esa infancia tremenda que tuve en Guachipas, un pueblito de Salta, que es donde nací…
Y ahí empezó este oficio de ser actor. De hecho, yo creo que actué toda la vida, desde niño, en esos momentos de soledad, porque fui un niño muy maltratado. No por mis padres, no, sino por mis tíos, que me castigaban mucho, que hasta me ataban para pegarme.
Por eso es que creo que mi actuación la empecé a temprana edad, tratando de vivir mejor, de crear determinados personajes que me ayudaran a soportar esa niñez tan mala. “Quizás eso te dio mayor seguridad a la hora de enfrentar cada cosa que hiciste”, me digo a veces...
Pero volviendo a la niñez: A los 14 años decidí irme de esa casa y a mis tíos nunca más los volví a ver. Me crié con la filosofía de la calle y empezar a hacer teatro me enseñó a ver el mundo de otra forma.
Vieron que dicen que nosotros, los actores, somos unos grandes mentirosos, porque hacemos verdad la ficción y la irrealidad; que transformamos cualquier cosa en verdad.
Bueno, siento que poder hacer eso me ha servido para cambiar cotidianamente mi vida. Hoy en día, cada vez que hago algún personaje, siempre lo primero que hago es pensar cómo lo hubiera jugado siendo un niño.
Yo no vine a Buenos Aires a triunfar, sino a crecer. Había empezado a hacer teatro en Córdoba, y sentía que allá estaba limitado: yo quería estudiar con mejores maestros, proyectarme más. Y la vida quiso que, para empezar a hacer cine, volviese al pueblo donde nací.
Les cuento: Era mediado de los noventa, y un amigo me dijo que una directora salteña buscaba un actor, así que fui a hacer la prueba. Quedé, y fuimos a filmar a Guachipas.
El corto era “Rey muerto”, y la directora era Lucrecia Martel. Al día de hoy, vivo esta posibilidad de hacer cine como un agradecimiento: Incluso el año pasado pude interpretar a Maradona (aunque no se lo nombra explícitamente como tal) en la película “Juventud”, del italiano Paolo Sorrentino.
En “La última cinta de Krapp”, la obra que interpretaré mañana y el martes allá, me pongo en la piel de un hombre que se graba a sí mismo en un magnetófono, como si fuera un diario íntimo. El tema es que un día descubre una cinta vieja, donde relata historias de su pasado...
A Omar (Aita), el director, lo conozco desde hace muchos años, desde cuando éramos titiriteros los dos. Cuando me vio en “Eran tres alpinos”, de Julio Ordano, en la que actúo junto a Pablo Alarcón y Álvaro Ruiz, me ofreció este papel.
Resulta que él tenía la idea de hacer Beckett desde hace tiempo, pero no encontraba el actor. Yo, como soy una especie de kamikaze en todo lo que sea difícil, le dije que sí.
Y Krapp me agarra en un momento muy especial para mí, porque quizás estoy haciendo mucho teatro comercial y esto de volver a las fuentes, de volver a esa esencia de lo que me hizo amar el teatro, me hizo aceptar. ¡Ahh, pero cuando leí el texto me di cuenta de que realmente había cometido una locura!
No es un teatro convencional, donde uno va, se sienta y recibe una historia. Esto es algo más. Como soy salteño, me gusta compararlo con la chicha: vos tomás, tomás, y sigue fermentando adentro, dura mucho tiempo el pedo… Esto es exactamente igual. La gente sale shockeada, y esta historia dura mucho tiempo fuera de la sala, porque sigue dando vueltas en la cabeza de quienes la vieron.
Krapp se escucha en una cinta de hace treinta años atrás, cuando él tiene treinta. Es decir, en ese momento él tiene mi edad, que son sesenta, y es muy duro escucharse a uno mismo y plantearse qué hizo uno con su vida a esa edad.
En estos momentos, donde está tan alivianada la vida, donde lo único que importa es el aquí y el ahora, y no importa el futuro y no se piensa en nada más que en el sobrevivir hoy, este es un buen texto para llevar reflexión a las personas.
En mi caso, también me hizo plantearme cosas, claro, porque cada vez que encaro un proyecto, en el medio que sea, siempre lo uso como un medio para analizarme a mí mismo. Siempre cuando encaro un personaje, lo primero que hago es buscarlo adentro mío, y solo tomo de afuera lo que no encuentro en mí.
Yo siempre jodo que a mi edad uno ya está en la comisión juvenil del PAMI… Es un tiempo mucho más reflexivo, donde buscás más las cosas con sentido: empezás a mirar los techos de los edificios y no las vidrieras; mirás los árboles, mirás el sol... Para mí, Krapp ha sido como una especie de gran terapia.
¿Si reescribiría mi pasado? Yo creo que la vida de uno se dio de una manera, y que si uno cambiase algunas cosas de ese pasado, cambiaría el futuro y la realidad de hoy. Así que no, no lo reescribiría, estoy absolutamente feliz y contento con mi realidad. Así haya pasado por momentos duros y difíciles, como lo fue la muerte de mi amada esposa hace 14 años atrás, creo que esos momentos son los que me dieron la fortaleza que tengo hoy.
La ficha
"La última cinta de Krapp", de Samuel Beckett
Actúa Roly Serrano, dirigido por Omar Aita
Fecha y hora: Mañana y el martes, a las 22
Lugar: Teatro Las Sillas (Círculo Médico de Mendoza, Olegario Andrade 510)