El 147 tomaba la ruta 2. Recalentado y con la carrocería floja, llegaba a Canal 13, en Constitución, proveniente de Chascomús. Mamá, papá, hermana y Rodrigo a bordo, más un cajón de manzanas sosteniendo el descuajeringado asiento delantero. Todo para que el niñito del que hablaba un país, ése con estrabismo y anteojos más grandes que su cara, dialogara en cámara y disparara el rating de Agrandadytos.
Rodrigo Noya, se considera antes que actor, especialista en curvas y traqueteo De sus 25 años, 20 los pasó viajando y "adentro del televisor". Durante los primeros años de esos adorables cuatro ojos, la ficción nos regaló un Noya sabelotodo. El cerebro de Hermanos y detectives, o el mini adulto en envase small de Las aventuras del Doctor Miniatura.
Pero con cada estirón, el público se decepcionaba. Como si no le permitieran crecer, como si quisieran mantenerlo chiquitito, "frenar el tiempo para que no envejecieran ellos", se ríe Rodrigo.
El departamento en el que hoy se aloja durante la temporada teatral marplatense, lo compró con su primer gran sueldo en euros: la televisión española lo había "importado" en 2007 para la versión local de "Hermanos y detectives". Pudo haber continuado su carrera del otro lado del Atlántico, pero él extrañaba la vida mansa de Chascomús.
Desde aquellos interrogatorios públicos de Dady Brieva, hubo ascensos y descensos. Antes de los nueve ya era protagonista en el cine nacional (Valentín, de Alejandro Agresti).
El comienzo de la adolescencia lo atravesó en Madrid, donde permaneció por dos años. La adultez lo separó de esos roles frecuentes y el año pasado llegó el cuestionamiento del público: Noya dejaba descansar al ángel para meterse como convicto de El marginal 2, en el infernal penal de San Onofre. Desde entonces, en la calle lo llaman Oaki.
Tiene tres tatuajes. Un escudo de Independiente en el gemelo derecho, tres estrellas simbolizando a sus abuelos “donde está el apéndice” y el nombre Agustina (por su hermana) en su brazo derecho.
Iba a llamarse Agustín, pero el 2 de octubre de 1993 hubo cambio de planes en el registro civil: su padre “guardó” el nombre para “la nena” que imaginaría que tendría años después, quien finalmente fue dupla televisiva de Rodrigo en Agrandadytos.
"¿Si elegí estar en la tele a los cinco? En realidad tenía todavía cuatro. Y fue así. Mi hermana y yo éramos muy despiertos y nos grababan mucho. A mis viejos no les caía bien la idea de la tele, pero unos amigos de ellos mandaron una discusión de hermanos grabada y nos llamaron de Agrandadytos", suelta con voz áspera, recién levantado.
“Muchas cosas no las recuerdo o las voy recordando cuando me vuelvo a mirar. Venir a Buenos Aires a grabar era un sueño, la posibilidad de ir al shopping, al cine, salir al mundo”.
“No sé si es extraño. Crecer adentro de la tele fue mi vida, distinta al resto de mis amigos, pero una vida posible. Me cuidaron tanto mis viejos... Sin saber cómo hacerlo, lo hicieron sumamente prolijo. Hoy lo agradezco”, agrega mientras su nombre aparece en los programas de la tarde tras una separación conflictiva. “Es parte del juego y me tengo que bancar esto mediático que se generó. Si soy real y digo lo que pienso, no voy a salir lastimado”.
- El año pasado se armó revuelo en redes sociales cuando anunciaron tu participación en "El marginal 2". "Nadie le cree a ese bueno que esté preso", era el comentario general. ¿Cómo se hace para salir de ese encasillamiento, de esa etiqueta del público?
-A mí me interesa la crítica, pero no la dañina. Y me interesa entender esa mirada del público: no me quieren ver crecer. Cuando les digo: hace 20 años de Agrandadytos me dicen, “no puede ser”. Les genera algo interno, de negación, de negarse ellos a envejecer. Es parte de un proceso en el que me tengo que hacer cargo, encarar otros personajes, mostrar que estoy para otros roles.
- ¿Por qué nunca estudiaste actuación?
- Sé que me hubiera ayudado bastante, me hubiera dado más herramientas, pero fui tomando cosas de maestros con los que fui trabajando: Carmen Maura en la película Valentín, el director Alejandro Agresti, Pepe Soriano en teatro, Rodrigo de la Serna.
- Después del caso Thelma Fardin notamos que la niñez en la TV está demasiado expuesta, vulnerable, que no hay control estricto sobre menores en muchos casos. ¿Cómo fue tu experiencia?
- Conozco a Thelma solamente por haberla cruzado un par de veces, teníamos el mismo representante en algún momento, pero no puedo hablar porque no compartimos set. Es cierto que este ambiente, en el que se corre contra el tiempo, peca de olvidarse que está trabajando con chicos y tal vez lo que yo vivía era que por momentos se mentía con las horas de grabación permitidas...
- ¿Percibías el miedo de tu entorno al mito del niño prodigio de la tele que termina mal, que más adelante no puede procesar ese golpe de popularidad?
- No. El acompañamiento familiar es fundamental. Si quemaste etapas, cuando crecés y tenés el volante de tu vida, claro que abandonás lo que te hizo pelota.
- Sin embargo, muchos fueron bien acompañados y no salieron ilesos de esa fama infantil...
- Insisto en el tema familia: porque si te apuntalan, estás bien emocionalmente. A mí con 8 o 10 años me decían en la calle: “Genio, ídolo”. Y a esa edad podés pensar que sos Messi. Tal vez se me subieron los patitos y ahí entró un adulto a decir “no sos más que nadie por estar en televisión”. Eso te sostiene.
Libriano, hincha de Independiente, se define como "un ocho corredor, metedor, cero habilidoso, y un wing a veces". Pasó por la escuelita del "Rojo", se quedó con las ganas de probar con la carrera de periodismo deportivo, pero se conforma con una perla de su historial futbolístico: alguna vez compartió césped con Ricardo Bochini, en el partido despedida de la doble visera de cemento.
Los primeros Noya que llegaron a la Argentina lo hicieron desde Logroño, España. Un padre empleado público, una madre maestra jardinera hoy jubilada, y un mundo “con muchos adultos y pocos chicos”, lo que imprimió en Rodrigo una mentalidad “distinta”.
Nunca hizo terapia. Parte del colegio tuvo que cursarlo libre. "No era ningún genio, sí muy leído, hubo mucho marketing televisivo detrás de esa imagen de nerd", admite.
"Yo creo que la mejor anécdota de mi fama es cuando me confundieron con Harry Potter", se suelta. "Fue hace unos años en el shopping Los gallegos, de Mar del plata. 'Mi nieta te ama, vio todas tus películas y siguió los libros', me dijo una señora. Le firmé autógrafos y me quedé confundido cuando me dijo lo de los libros. '¿Qué libros? Si yo no escribí ninguno?', le pregunté. Ahí fue cuando la mujer me dijo: ¿Pero, cómo? ¿Vos no sos Harry?".
No hay sueños desmedidos para Noya. Haber roto la barrera del niño al hombre que se sostiene en la industria “sin corromperse” le alcanza. Sus deseos más terrenales tienen que ver con la crianza de Bautista, su hijo de casi dos años. O con inaugurar un bar en donde implementar sus conocimientos de chef “casi recibido” y su especialidad de pastas rellenas, asados, pastelería.
O con animarse a la operación para corregir el estrabismo. "Veo a ese chico de Agrandadytos y pienso que lo hizo bastante bien. Por ahí si alguien le hubiera podido advertir algo, hubiera sido bueno que le hubieran dicho que confiara más en él", confiesa con el mar de fondo antes de la función de Chorros.
Teatro en Mar del Plata
Noya protagoniza "Chorros", en el América de Mar del Plata. Con Nancy Anka, Maxi de la Cruz, Chiqui Abecasis, Ana Acosta, Sebastián Almada, Nicolás Scarpino y Jorge "Carna" Crivelli. Una obra que transcurre en el verano de 1958, cuando al Minneapolis City Bank le es confiada la custodia de un diamante y un preso fugado está decidido a robarse la joya.