1. Tratar de escribir como él, saber que uno nunca va poder hacerlo. O como dijo Leila Guerriero, otra notable pluma del periodismo contemporáneo: "Quieran ser Werner Herzog. Sepan que no lo serán nunca". Querer ser Rodrigo Fresán, incluiría sus párrafos numerados y en orden para describir un caos creativo y editorial en el que, como en un barco capitaneado por "Fitzcarraldo" (que no atraviesa la Amazonia, pero si una idea propia de la cultura de siglo 20) viajan y conversan la literatura de Philip K. Dick, J. D. Salinger, la película "2001 Odisea en el espacio", los Beatles, y por supuesto, Bob Dylan (cuando éste ganó el Nobel los medios españoles corrieron a consultar a Fresán su opinión. Quien por supuesto no contestó, dejando la respuesta "flotando en el viento").
2. A principios de los '90 escribió los libros "Historia argentina" y "Trabajos manuales". Fueron un pequeño boom. Allí aparecían sus explosiones privadas, frutos de su imaginación, como la ciudad "Canciones tristes", cuya ubicación y geografía pueden cambiar, y algunas características de su escritura como una sana enfermedad por el grupo inglés The Kinks (mencionado en casi todos sus libros) o su capacidad para la asociación libre, la digresión y una intertextualidad previa a internet e infinita como ésta. Y también lo que él ha llamado su "irrealismo lógico", contraparte complementaria del realismo mágico: "una irrealidad privada en la que, de tanto en tanto, es bombardeada por las esquirlas de lo verdadero". Desde 1999 Fresán reside en España donde colabora con sus siempre asombrosas y singulares críticas culturales para los diarios El País y ABC de España y Página/12. Prologó obras de lo más notable de la literatura norteamericana como John Cheever y Carson McCullers, entre otros, mientras escribía libros propios. Ahora, con su reciente libro "La parte recordada", acaba finalizar su tríptico compuesto por "La parte inventada" y "La parte soñada".
Rodrigo Fresán, 56 años, notablemente alto y una voz perfecta para leer en voz alta a su idolatrado Herman Melville, autor de "Moby Dick", nos dice "Llámenme Rodrigo", glosando el comienzo de esa gran novela americana, pero nos aguarda en un bar de Palermo para recorrer su obra y su nueva ¿novela? ¿ensayo? ¿pieza de periodismo cultural?, "La parte recordada". El preludio de la conversación no puede menos que empezar por las referencias culturales que lo fascinan: la música de Tom Petty y Warren Zevon, el cine de Peter Bogdanovich o el periodismo gonzo de Hunter P. Thompson.
- Los títulos de este tríptico hablan de actos clave del proceso de la escritura: soñar, inventar, recordar. Y al mismo tiempo no se me ocurren libros que podrían estar más alejados de un método o taller de escritura.
- ¡NO! “No future” si va por ahí (risas), ¡Jajaja! Es un libro que me parece que al leerlo da ganas de leer y escribir: pero no tiene ninguna intención didáctica, ni metodología, ni revela ningún secreto. El libro está protagonizado por alguien que no puede escribir. De hecho, nunca se escribió tanto sobre no escribir en la historia de la literatura. Si fuera un libro de autoayuda sería uno sobre “no escribir”. Es verdad que sostengo una especie de teoría en la que estas tres fuerzas opuestas y complementarias: recordar, soñar e inventar, son como partes que podés ecualizar y que están presentes en toda forma de narración.
- ¿El protagonista es el mismo en los tres libros?
- Sí, pero no soy yo. O en todo caso es un Rodrigo Fresán en un universo Marvel paralelo que tomó decisiones que yo no tomé, algunas muy infantiles como pensar que la literatura está por encima de los sentimientos o la paternidad.
- El protagonista del tríptico dice siempre "escribir leyendo". ¿Es algo que hacés vos?
- Sí, siempre. Para mí hay una forma de dividir a los escritores: los lectores que escriben, y los escritores que leen. Yo me siento más lo primero. Sigo tratando de seguir conservando cierto aire nouvelle, amateur e infantil para no perder cierta inocencia y salvajismo. Tampoco tengo un método creativo: muchas cosas se me ocurren lavando los platos, por ejemplo, no sé si hay algo ahí con el calor de las manos o qué... Pero no me interesa sintetizar la práctica de la literatura como una ciencia exacta en la que yo sé absolutamente todo. Nada me interesaría menos que convertirme en una especie de sabio o experto del lenguaje. Cuando escribo no me importan las certezas (académicas o teóricas), me gusta tener algunas coordenadas básicas, pero no resignar a la parte mía de autor-lector, que cuando uno escribe es: “pero ¿qué va a pasar después?”.
- Sos de los periodistas culturales y escritores que no temen hablar del "placer de la relectura", incluso en detrimento de lo nuevo. ¿Organizás o calendarizás tus lecturas?
- Sí, de vez en cuando digo: “voy a releer tal o cual cosa”, como la biografía en dos tomos de Kafka o los ensayos de Montaigne, que son más bien lecturas para el otoño o invierno, pero tampoco me obligo a cumplir con eso. La idea de la relectura es una muy de Nabokov, respecto a que en con ella se alcanza el verdadero conocimiento.
Todas las páginas de este tríptico de Fresán suman más de 2.100, cada volumen es muy corpulento. Acaso la pregunta es: ¿cuándo sabe el autor que finaliza su relato? “Bueno -explica Fresán- sé la fecha en que tengo que entregarlo a la editorial, y ahí juega mi rol como periodista: el deadline. De todas maneras, este tomo final tiene un final absolutamente cerrado, contundente. Se me pueden seguir ocurriendo resacas o ecos, pero el libro lo termino con ese impulso necesario de la editorial mandándote la tapa final y la fecha de publicación”.
- ¿Sos consciente de la importancia de tu pluma, tu estilo y tu mirada en una generación posterior a vos, que se dedica al periodismo cultural, con tu mirada sobre ciertos artistas del siglo 20?
- ¿Es así? No lo veo... Estoy afuera del país, por otro parte.
- Varios creemos que sí, que comprendimos a ciertos escritores y músicos gracias a tus notas dominicales...
- ¡Qué bueno! Me alegra en verdad, esa era la idea. Pero qué bueno no saberlo para evitar convertirme en una especie de tarado pontificador, ¿no? Por otro lado, a mí me pasó con otros periodistas que me influenciaron, yo soy un eslabón más en la cadena…
- Pero vos comenzaste en una época sin Wikipedia…
- Sí, un periodista cultural ahora tiene una especie de competencia; que son Google e internet. Antes uno tenía que hacer exploraciones arqueológico- futurísticas. Paradójicamente eso me sirvió para hacer ficción. Hoy los artículos tienen sentido en la medida en que no se reduzcan a un corte y pegue informativo.
3. Al fin, "The End", uno se pregunta si a Fresán le quita el sueño la cantidad de lectores que pueden reconocer en su último libro una cita a una letra oscurísima y desconocida de Pink Floyd, o un guiño al famoso final de un clásico como "Sunset Boulevard", de Billy Wilder.
“Bueno -reflexiona el escritor- pero ahora pueden ponerlo en Google y se enteran. O disfruto de los lectores que captan esas señales también. Me gusta pensar además que mis párrafos son para despertar al lector, para causarles curiosidad, no para que se duerman. Un lector, al fin y al cabo, es alguien en estado de formación permanente. Yo mismo lo sigo siendo”.