Grita el primer gol de Independiente -en el partido que lo devolvió a Primera- con una euforia que lo lleva a aclarar los tantos. “Ojo que no soy hincha del Rojo . Soy simpatizante, igual que de Newell’s. En realidad, soy fanático de Deportivo Morón, el club de mis amores”, explica Rodolfo Bebán, el hombre que ni siquiera con el grito perdió algo de su estampa de galán. La explicación sobre el orden afectivo de las camisetas lo llevó a recordar su infancia en el Oeste, “donde me crié y donde empecé como actor”.
Cuenta que, hace más de 60 años, entró a una sala de teatro para acompañar a un amigo y salió con un trabajo. En su casa no lo dejaban actuar, pero el entrañable “Malevo” apeló a la rebeldía adolescente. Lo bien que hizo.
La charla, con el audio del partido de fondo, lo encuentra en el bar de los estudios donde graba “Camino al amor” (a las 22, aquí por Canal 9), la tira con la que regresó a la televisión después de 12 años (su último papel fue en el unitario “Ciudad de pobres corazones”, por América).
-¿Por qué decidiste volver?
-Fue por algo simple. Un día estaba en casa y dije “¿qué hago acá?”.
-¿Te estabas aburriendo?
-No, pero sentí que tenía que salir a trabajar. No por lo económico, sino por el bocho. El año pasado (Adrián) Suar me ofreció estar en “Solamente vos” (El Trece) y no llegamos a un acuerdo. Sencillamente no me gustó la propuesta. Y a Quique Estevanez -productor general de “Camino al amor”- le debía una. Una vez hicimos el piloto de un proyecto frustrado y me había quedado la sensación de que estaba en falta con él como productor. Y me llamó y me gustó la historia, la intención, el elenco. Me interesaron los nombres de Juan Darthés, Mariano Martínez, Sebastián Estevanez y la Zampini, con quien tengo una anécdota maravillosa.
Con esa voz grave que los años de teatro le enseñaron a manejar, se entrega al juego de ir y venir en el tiempo, para viajar por la memoria y rescatar al chico que no buscó ser actor, pero lo encontró. O para recordar cómo eran los días previos a esta vuelta.
“Yo la paso bien en casa. Leo mucho. Y estaba armando el programa de radio que hago desde hace años en Uruguay. En este momento no está en el aire... se tiene que definir si sale por Nuevo tiempo o por El espectador. Se llama ‘Los mejores’, y son micros sobre narrativa breve de cuentistas latinoamericanos. También hay algunos textos poéticos. Es una cosa muy coloquial, que grabo en mi propia casa”, cuenta y, como si estuviera frente al grabador, cierra los ojos -esos ojos celeste leyenda- y recita un pedacito de “A la izquierda del roble”, hermoso poema de Mario Benedetti: ‘No sé si alguna vez les ha pasado a ustedes, pero el Jardín Botánico es un parque dormido en el que uno puede sentirse árbol o prójimo...’.
El que susurra ahora no se parece a aquél que gritó el gol, pero es el mismo, posibilidad que da la versatilidad, sustantivo, por otra parte, indispensable en su oficio. Deja flotando la poesía y vuelve al relato de sus días: “Vivo frente a Radio Rivadavia, y entonces de día no puedo grabar, porque es tan poderosa que se me mete en las grabaciones, así que lo hago de madrugada, tranquilo. Estuve con ese ritmo durante muchos años”.
-¿Y eso no te estaba alcanzando?
-Digamos que no, por eso cada tanto me doy unos lujos como actor. Hace dos años, por ejemplo, hicimos con Alfredo (Alcón) “Filosofía de vida”. Para mí trabajar con él fue un regalo del cielo. Era un espejo donde mirarse, un tipazo. Y ahora andaba con ganas de volver a hacer teatro: iba a dirigir una obra en Jujuy y me salió esto y tuve que cortar todo.
-¿Te costó el cambio de ritmo?
-Claro, porque yo nunca había hecho tira.
-Pero si hiciste "El amor tiene cara de mujer" (1964)...
-Sí, tenés razón, pero yo entraba en la semana de Barbarita Mujica y entonces grababa cinco días por mes. Era tira, sí, pero yo no tenía ritmo de tira.
Mientras él nombra a sus compañeros de ruta se va armando la carrera de Bebán: si es cierto aquello de que 'uno es quién lo rodea' , él tuvo un poco de Bárbara Mujica, de Alcón, de Leonardo Favio, de Ernesto Bianco y Fernando Labat (dos de sus primeros maestros): "Yo entré al teatro siguiendo a un amigo, porque en casa de mi madre la palabra 'teatro' estaba prohibida... Estaba separada de mi padre, que era actor (Miguel Bebán, que murió hace 8 años). Cuando le dije a ella que quería ser actor, con 14 ó 15 años, casi me mata. La cuestión es que un día pasamos con mi amigo por la parte de atrás del teatro de Morón y leímos que en la puertita decía 'Se necesitan extras para 'Fuenteovejuna'. Él quería que entráramos y yo no quería saber nada. Pero me hinchó tanto que me convenció. Y lo hicimos, no decíamos texto, pero estábamos ahí, en escena, fue increíble."
-¿Tu madre te retó?
-Nunca se enteró. Y seguí. Porque después me metí en la escuela de teatro, donde nos daban clases María Elena Sagrera, Bianco y Labat. Iban de románticos que eran, amantes de este oficio.
-¿Quedan románticos todavía?
-Quedan y tienen que quedar. Hablo con chicos que se inician y hay algunos muy apasionados, comprometidos con esto. No puedo pensar que eso que sentíamos nosotros se acabe. Si no, detrás nuestro no podrían existir tipos como (Miguel Ángel) Solá, (Darío) Grandinetti, Oscar Martínez o Ricardo Darín.
-Me estás nombrando todos de 50 para arriba.
-Bueno, te nombro más jóvenes: Leonardo Sbaraglia, Rodrigo de la Serna, Juan Gil Navarro, Joaquín Furriel, hay varios. Las épocas no son iguales, pero el sentimiento hacia lo que significa el teatro está en mucha gente.
-¿No sentís que ahora hay una obsesión por la trascendencia mediática?
-Sí, pero antes también la había. De todos modos, insisto en que hay gente que sigue usando mucho el espíritu de la cosa, lo importante, ¿se entiende?
Con títulos consagrados en la pantalla chica como “Malevo” (1972) o “Cuatro hombres para Eva” (1966), reconoce que “empecé en teatro independiente, estuve dos años en Fray Mocho, trabajé en Europa y me formé siempre que pude, pero toda la notoriedad se la debo a la televisión. Yo hice el Moreira por la televisión. Favio no se hubiera fijado en mí si no me hubiera visto en la tele. Y te juro que cuando me eligió, los únicos que creíamos que yo podía hacerlo éramos Favio y yo, nadie más”.
-¿Te sentís galán todavía?
-No, no, nunca me sentí galán. Siempre fue una sorpresa para mí. La notoriedad... digamos, el galán me dio y me quitó cosas.
-¿Qué te quitó?
-Yo, por ejemplo, bailaba mucho. Era bailarín de tango, milonguero. Y cuando entré a “El amor tiene cara de mujer”, y eso tuvo una gran aceptación, la gente empezaba a mirarme cada vez que salía a milonguear. Y no me gustaba que me miraran mientras bailaba. También practicaba esgrima, estaba en segunda categoría, y cuando veía en la galería que había gente que iba a verme por mi trabajo en la televisión ya no lo disfrutaba.
-Y, aparte de quitarte, ¿qué te dio?
-Mucho. No soy de los que reniegan.
Ni de los que olvidan. Nacido en Ciudadela, sus postales de la infancia en Morón están intactas en su memoria. Y es la memoria la que le permite sacar pecho con su Gallito de Morón, nombrando a grandes jugadores que salieron de esa cancha: “Miguel Ángel Colombatti, Diego Peretti y Hugo Campagnaro, por ejemplo, que ahora lo tenemos en la Selección”.
Habla de su niñez y cambia de rol para preguntar: “¿Sabés cuántos años tengo?” Se contesta 77. La charla sigue por los carriles de la familia, que integran sus seis hijos y nueve nietos.
-¿Cómo sos como abuelo?
-¿Te soy franco? Soy un abuelo ausente... como lo fui con mis hijos. Hay una época de 10 ó 12 años que yo no recuerdo cómo crecieron, creo que no los vi crecer. Se me perdió una década, por mucho trabajo.
-¿Ellos te pasan factura por eso?
-No. O sí.
-¿Vos te la pasás?
No. Hice lo que tenía que hacer.
-¿Con quién vivís?
-Solo. ¿Quién me va a aguantar a esta edad?